‘Los Thibault’: la última gran novela naturalista no resiste el paso del tiempo
La reedición en dos volúmenes de las ocho entregas que conforman la serie de Roger Martin du Gard, deja patente el deseo de objetividad que atraviesa el estilo del Nobel francés

Los Thibault consta de ocho novelas, seis de las cuales (El cuaderno gris, El reformatorio, Estío, La consulta, La Sorellina y La muerte del padre) conforman este primer volumen de la obra completa y las dos últimas (El verano de 1914 y Epílogo) el segundo. Su autor, Roger Martin du Gard, cuya obra pertenece a la tradición del realismo naturalista procedente de Émile Zola, es su último representante en el siglo XX con esta larga novela cuya sobriedad de escritura corre pareja con su afán de ofrecer un retrato objetivo de la realidad.
La serie empezó a escribirla tras su participación en la I Guerra Mundial y transcurre a lo largo del periodo de decadencia y caída del Ancien Régime. La fue escribiendo en el periodo de entreguerras con el deseo de crear un fresco histórico del gran acontecimiento que ocasionó la guerra más inútil de Europa, responsable de la masacre de una generación entera de jóvenes y la caída de la vieja Europa y del Imperio Austrohúngaro.
La caída de la vieja Europa sólo aparecerá per se en las dos últimas novelas. De hecho, la penúltima es la que recoge la parte de la Gran Guerra, que no queda integrada en el desarrollo de la familia Thibault.
La familia está dirigida por el padre, un hombre autoritario, un perfecto y rígido representante del Ancien Régime bajo cuya educación se encuentran sus dos hijos, que serán quienes lleven el hilo de la historia. Antoine, el mayor de los dos, es un hombre de orden, médico, que se encuentra afectivamente entre su padre y su hermano. Jacques es un soñador, de espíritu aventurero, que al principio de la novela se fuga de casa junto a su amigo inseparable, Daniel Fontenin. La chapucera huida termina siendo ambos conducidos a sus familias, pero en el caso de Jacques, su despótico e intolerante padre le manda al reformatorio, donde purga su pecado hasta que la intervención del hermano mayor consigue sacarlo de allí bajo su tutela. La novela-río sigue de cerca los acontecimientos que se van sucediendo en el ámbito familiar de los Thibault y los Fontenin y se convierte en un retrato de la vida de unos y otros, observados meticulosamente por el autor.
Los personajes están trazados con atención psicológica y al detalle, aunque el uso del realismo que hace el autor coloca en un mismo plano lo esencial y lo accesorio, lo que puede advertirse especialmente en sus envarados diálogos.
Ante esta novela no se puede rehuir la comparación con la novela de Flaubert La educación sentimental. La de Flaubert es nada menos que la cumbre y el nacimiento de la novela moderna, porque en ella consigue lo que nunca antes se había logrado: machihembrar la historia (la de Francia en este caso) con la vida del personaje protagonista y su entorno personal. Estilísticamente hablando, la exigencia de la “palabra justa”, la mot juste de su autor, es el impulso que permite el salto adelante.
Pues bien, la diferencia entre Flaubert y Martin du Gard reside en que el primero es lo que podemos denominar un autor seminal y el segundo un autor terminal. Por poner una comparación, en el siglo XX el seminal sería William Faulkner y el terminal Samuel Beckett. El primero admite continuidad, el segundo, no.
La de Martin du Gard es una crónica relatada desde el punto de vista de la evolución de una familia y su realismo sobrio y seco anuncia el final del realismo que viene de Zola, pero la influencia de la guerra, el gran acontecimiento histórico en la familia Thibault, pertenece sólo al segundo volumen. Flaubert representa el triunfo de la sugerencia como motor de la imaginación literaria pues entre crónica y narratividad hay una diferencia esencial.
Al texto de Martin du Gard, explicativo y ambicioso, trabajado con más oficio que vitalidad expresiva, le pesa hoy el paso del tiempo. Toda gran novela es capaz de ser leída por generaciones muy diferentes porque, una vez terminada, existe por fuera de su autor y es capaz de hablar a todas las generaciones de lectores: posee el don de ser sugerente para todas.
Esta reedición se presenta en dos volúmenes, lo que muestra la concepción del realismo de Martin du Gard: el primer volumen es un retrato de una sociedad en decadencia que se dirige a su fin; el segundo introduce la guerra de 1914-1919 que sellará ese fin. Es decir, lo contrario del machihembrado que consigue Flaubert. Donde éste deja una puerta abierta, el segundo la cierra con una obra que, a fin de cuentas, tiene el reconocimiento de ser el canto del cisne del realismo tradicional.
Sin duda la lectura de Guerra y paz debió de admirar y motivar al autor de Los Thibault para decidirse a ejecutar su novela-río (prefiero esta denominación que la manida de “saga”, que es un género diferente) porque la lectura de la novela de Tolstói anonada por su capacidad de contar la totalidad de un mundo, produce verdadera fascinación y estimula a cualquier escritor con ambiciones; pero a la ambición ha de acompañar siempre la capacidad de cumplirla. Tolstói pertenece a la raza de lo que se ha dado en llamar “creadores de mundos”, y para emular a un peso pesado como el ruso, es necesario disponer de un arsenal de recursos narrativos y de una intensidad expresiva excepcionales.
Martin du Gard es un voluntarioso narrador cuyo estilo se aferra más al deseo de objetividad del realismo que a la ficción. Nadie podrá objetar su esfuerzo de reproducir la historia con la ayuda de sus personajes, pero lo cierto es que carece de la estrategia genial que despliega Flaubert. Respecto al esfuerzo de Martin du Gard, aquí podríamos traer esa reflexión de don Quijote sobre Amadís de Gaula: “Si no acabó grandes hazañas, murió por acometerlas”.

Los Thibault (Vol. 1)
Traducción de Félix Caballero Robledo
Punto de Vista, 2025
952 páginas. 45 euros
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