Elaine Sturtevant y el rapto múltiple de la autoría
El CAAC organiza la primera retrospectiva en España de la artista pionera en cuestionar la originalidad mediante la copia

Todo crítico abriga en su interior a un guardián, un duendecillo que se afana en inquietar el alma de un director de museo, de un comisario o de un artista fulguroso convertido en astro frío. Dicha cualidad inspectora, difícil de determinar pues encierra sensaciones extrañas —tedio, fastidio, desencanto—, aguijonea al reseñista frente a las malas prácticas (“minucias que solo a ti te importan”, como en cierta ocasión le espetó un director de museo a una crítica demasiado mosqueada). Pues bien, la minucia de hoy no es discutible, tampoco infrecuente. El marco: la exposición que el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC) dedica a Elaine Sturtevant (1924-2014), la mayoría de cuyas obras, de un conjunto de 40, forma parte de un Estate (herencia legada) gestionado por el poderoso galerista Thaddaeus Ropac, con espacios en París, Salzburgo, Milán, Londres y Seúl.

Las obras seleccionadas por Jimena Blázquez, directora del CAAC, para la primera retrospectiva de esta artista estadounidense en España han sido suministradas por el marchante austriaco (que también ha cedido piezas de su colección particular), a excepción de cinco, prestadas por la Colección Pinault de París y el Museo Whitney de Nueva York.
Sturtevant. El eco de la innovación reúne los trabajos de una artista más atacada y ridiculizada que valorada. En el entorno neoyorquino del arte pop y los happenings, Sturtevant era una molestia, a pesar de su físico poderoso, con su aire de ensueño, que encantaba en un círculo de autores mayoritariamente masculino. Como ellos, se empleó en desafiar la idea de originalidad en el arte, enfureciendo a la élite de marchantes y artistas, que toleraban mal que copiase sus obras usando las mismas técnicas y formatos.
Para reproducir los cuadros de Frank Stella buscó exactamente el mismo color de pintura industrial, similar papel y tono de color para replicar las banderas de Jasper Johns. Hizo imitaciones de las sillas con trozos de grasa de Beuys, de los 1.200 sacos de carbón colgados del techo y de los readymades más conocidos de Duchamp. Se grabó a sí misma bailando las coreografías minimalistas de Yvonne Rainer (Three Seascapes, 1962), se atrevió a reinterpretar los desquiciantes vídeos de Paul McCarthy, recompuso los cúmulos de caramelos y las guirnaldas de bombillas de González Torres y empapeló paredes con los dibujos de penes y vaginas de Robert Gober. También calcó casi a la carta los elementos más iconográficos del pop (flores, Marilyns y vacas de Andy Warhol). En 2011 fue distinguida con el León de Oro de la Bienal de Venecia.

A diferencia de la más elaborada corriente apropiacionista de los setenta, comandada por Douglas Crimp en el Artists Space de Nueva York (Sherrie Levine, Barbara Kruger, Robert Longo, Cindy Sherman), Elaine Sturtevant, que nunca llegó a formar parte de aquella familia, prefería la réplica pura y dura, como la que hizo de The Store (1961), de Claes Oldenburg, copiando su remedo de las tiendas baratas de los alrededores del East Village, donde los productos más variopintos modelados en trapos empapados en yeso rebosaban en las estanterías (los precios oscilaban entre 25 y 800 dólares). El propósito de aquellas ventas-happenings era demostrar que no había una diferencia inherente entre el mercado del arte y el comercio de un bazar de barrio.
Cuando el artista sueco conoció el plagio de su amiga, entró en cólera (“¡A mí no me hagas esto!”). Su galerista, Leo Castelli, la amenazó con demandarla, pero al final optó por comprar varios objetos de aquel colmado y destruirlos. Más benevolente, Andy Warhol cedió a la artista las serigrafías de sus flores para que pudiera calcarlas. Cuando alguien preguntó al artista cómo las hacía, aquel talento de la simplificación que comportaba la nueva cultura del consumo respondió: “No sabría qué decir, pregunten a Elaine”.
Desde la verdad enfática del gesto, Sturtevant, que había estudiado psicología y filosofía, perseguía dotar a la imagen de un nuevo sentido de la representación. Casi medio siglo antes, Duchamp ya había emprendido ese tópico, elevado después al honor de estilo, al cuestionar la idea de autenticidad, tan importante para la estética moderna. A partir de entonces, cualquier medio específico carecía de una verdad sólida. La imagen no era otra cosa que un palimpsesto de representaciones, muchas encontradas o apropiadas, otras extrañamente únicas. El artista ya no buscará las fuentes de un solo origen, solo las estructuras de significación.
Sobre el título de la exposición del CAAC, cabría preguntarse si existe la innovación en el arte. Probablemente no, como en cambio ocurre en la ciencia, incluso en la gastronomía. La obsesión por lo nuevo es innata a la modernidad, pero se fundamenta en una percepción teleológica de la historia, que condenó a muchas culturas a ser ignoradas. Una expresión más apropiada sería la de “momentos decisivos”, que alteran todo el marco conceptual desde el que se formulan las preguntas y se plantean nuevas relaciones (el descubrimiento de la perspectiva lineal en pintura, el impacto del Romanticismo, la invención del collage).
Desde esta perspectiva, el artista se ha ocupado de sumar sus obras a los tropos visuales más difundidos en la cultura occidental, como el desnudo masculino del clasicismo griego, prolongándose con su prestigiosa verdad a través de anónimos escultores antiguos que traficaban con copias, hasta alcanzar a los artistas/publicistas de mediados del siglo pasado, y así hasta hoy.
Si se trata de desmitificar el “original estético” para equipararlo a un objeto de consumo, si debemos atacar frontalmente a las instituciones artísticas concebidas como publicidad y además cuestionar los sistemas que moldean nuestra percepción, la muestra de Sturtevant que ahora ocupa los formidables espacios de La Cartuja funciona como una metáfora de esa misma perversión del mercado y su ubicuidad: el rapto de la autoría perpetrado por un museo público al servicio de una galería de arte. Deplorable, aunque, esta vez sí, un store de los auténticos.
Sturtevant: El eco de la innovación. CAAC. Sevilla. Hasta el 21 de septiembre.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.