La cruz de Barcelona
El libro de Jordi Corominas se beneficia del conocimiento minucioso que el autor tiene de calles, plazas y barrios de la ciudad y se organiza a partir de dos ejes: la violencia política y la criminal


En septiembre de 2009 se publicó una antología singular, Matar en Barcelona. Los coordinadores seleccionaron a 12 jóvenes autores y cada uno debía escribir un relato de ficción a partir de un crimen real que hubiese sucedido en la ciudad que daba título al libro. Jordi Corominas fue uno de sus impulsores del proyecto. Por entonces este apasionado del deambular urbano ya trabajaba con una hipótesis sobre cómo Barcelona se había contado a sí misma durante los últimos lustros. Por una parte, la ciudad que proyectaba el marketing institucional: BCN como un producto en venta gestado por de la refundación de 1992. Pero había otra, la cruz, ocultada por el fulgor de la marca. Y para visibilizar esa urbe distinta, donde latían y laten los conflictos, nada mejor que desenterrar del olvido lo más disruptivo: su historia criminal. De la teoría a la práctica. No al crimen sino al relato. Porque, simultáneamente, Corominas estrenaba en la SER una sección dedicada a la crónica negra. En cada colaboración reconstruía un crimen, usando como fuente principal páginas de sucesos desempolvadas en las hemerotecas. Empezó con Carmen Broto. Esa hipótesis y esa investigación están en la base del repaso a la violencia barcelonesa contemporánea que publica ahora.
La ciudad violenta se beneficia del conocimiento minucioso que el autor tiene de calles, plazas y barrios —lo plasmó en Paràgrafs de Barcelona— y se organiza a partir de dos ejes temáticos: la violencia política y la criminal. Según el autor una y otra, con mayor o menor precisión, se ajustarían a dos períodos cronológicos. El primero se habría desarrollado desde las bullangues populares de la década de 1830 hasta la Guerra Civil y tendría como clímax la combatividad obrera. En el segundo, que hace arrancar a partir de 1939, el crimen estaría motivado por un abanico de posibilidades. Desde el hurto que se descontrola a la pura psicopatía pasando por el drama de la pobreza, los ajustes de cuentas, los traumas no resueltos o el crimen organizado. Claro que en cualquier época ha habido asesinatos de uno y otro tipo, aunque muchos los haya devorado la historia porque antes del periodismo de sucesos (que empezó con el caso de Jack el Destripador) seguro que hubo cuerpos descuartizados, una galería de casos escabrosos y un muestrario de tipos macabros. Y algunos recientes y políticos, como los de ETA (de Hipercor a Lluch), no aparezcan en el libro.
La otra Barcelona que Corominas pinta la determina su mirada ideológica. A lo largo del libro está latente la dialéctica de la lucha de clases —desde su consideración de la burguesía hasta la alcaldía del convergente Trias— y enlaza con la descripción del movimiento okupa, la experiencia del Banco Expropiado en Gràcia —como materialización del espíritu del 15M—, el elogio del colauismo o su análisis crítico del Procés. Aquí arriesga, hasta patinar, al caracterizar la hegemonía que el independentismo impuso durante una década como “violencia mental”. Pero esa última parte no fagocita el interés del conjunto. Lo atractivo de este viaje truculento es el relato minucioso de crímenes a través de los cuales una sociedad sus grietas y tabúes. Vale desde el caso de Enriqueta Martí —descrita en su momento como un monstruo perverso y que él mismo desmitificó en el notable Barcelona 1912— hasta el de la violencia banal de los niñatos que quemaron a una indigente en un cajero automático. En uno y otro caso, ya sea por la pobreza o el fracaso que se injerta a las vidas hasta hundirlas, el crimen actúa como una señal de la imperfección. En Barcelona y en todo el mundo.

La ciudad violenta
Autor: Jordi Corominas.
Editorial: Península, 2021.
Formato: 400 páginas. 19,90 euros.
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