Juan Tallón

En un trabajo como este, sin una educación distinguida se vive más tiempo. Si la tuviera, pasaría a la historia

Hablamos de un trabajo bien pagado, pero que requiere una búsqueda constante de la infelicidad

El jugador no quiere saber, como si una de las cosas bonitas de ser millonario fuese ignorar cuánto dinero tienes

Cuando los buenos tiempos llegan a su fin, de pronto te encuentras solo y tardas semanas en marcar

Los fallos del árbitro poseen ese halo de misterio que lleva a sus víctimas a atribuirles oscuros motivos

Cuando se discute quién es el mejor del mundo, si Messi o Cristiano, te remangas la camisa y fijas posición

Nadie quiere hacer frente al instante en que teme haber perdido sus cualidades, o su fuerza, o su instinto

El equipo blanco es un tema. Nunca se agota, por mucho que hables o escribas. Es el coloquio que no cesa

Dios existía o no existía, Maradona era el mejor de la historia o lo era Pelé, pero el fútbol era a las cinco de la tarde, y ya. No se discutía.

Desde el final de las vacaciones hasta el primer partido, incluso el equipo más modesto puede aspirar a algo grande

Renacer de las cenizas representa uno de los milagros mundanos más bellos, pero es posible solo si has estado muerto

‘El largo adiós’ y ‘El halcón maltés’

‘Juntacadáveres’ y ‘La Casa Verde’

‘Ulises’ y ‘En busca del tiempo perdido’

‘Bartleby, el escribiente’ y ‘La conjura de los necios’

‘Los detectives salvajes’ y ‘Pedro Páramo’

‘Madame Bovary’ y ‘El Gran Gatsby’

Después de un verano entero sin fútbol, el Carranza o el Teresa Herrera te salvaban de la deriva

Los jugadores como Jara odian a los delanteros fisgones, tipo Cavani, que se meten a lo loco en su área, recién fregada, y rematan a gol sin pedirle siquiera disculpas

Necesitados de comprar algo caro, atractivo y bueno, los grandes clubes se lanzan a por el jugador en boga

Primero se gestó un mito enorme, a la altura de Zamora o Iríbar, y luego se le aniquiló desde dentro

Nadie se hace pez gordo metiendo goles. Figo lo intentó, y se rindió a un Blatter que le encendía los puros a Havelange