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Marcelo Colombo, presidente del Episcopado argentino: “Se busca ordenar la economía a costa de los más vulnerables”

La máxima autoridad de la Iglesia católica en el país sudamericano alerta sobre el impacto social del modelo de Milei y sobre la “exacerbación de un discurso de crueldad”

Marcelo Colombo
Javier Lorca

“La justicia social es un deber inherente del Estado, que debe actuar en ayuda y apoyo de los más pobres”, dice el arzobispo Marcelo Colombo (Buenos Aires, 64 años), elegido por los obispos como presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, es decir, como la máxima autoridad de la Iglesia católica en el país. Su mera definición sobre la responsabilidad estatal frente a la sociedad deja claras sus diferencias con el Gobierno ultraderechista: para Javier Milei, justicia social es sinónimo de “robo” y “aberración”. No son las únicas diferencias. Sin dudas y sin estridencias, el sacerdote cuestiona que el orden económico se persiga “a costa de los más vulnerables” y critica la “falta de empatía” y la “exacerbación de un discurso de crueldad”.

Colombo llega a la entrevista con EL PAÍS apurado, con una pequeña valija y un gabán marrón que lo resguarda de un gélido atardecer, en una de las zonas más frías de la ciudad de Buenos Aires, el Aeroparque Jorge Newbery, frente al Río de la Plata. Ha viajado 1.000 kilómetros unas horas antes, desde la provincia de Mendoza, cuya arquidiócesis tiene a cargo, y en breve parte rumbo a Mar del Plata, a otros 400 kilómetros de la ciudad.

Pregunta. El Gobierno sostiene que ha bajado la pobreza en los 20 meses que lleva de gestión, ¿qué percepción tiene la Iglesia católica sobre la situación social en el país?

Respuesta. Se está dando un deterioro muy grande, con sectores vulnerables que ven profundizado su abandono. Como el caso de los jubilados, que, si bien es cierto, no es una novedad en el país, cada vez más es una deuda pendiente con las generaciones precedentes. El gasto social es inversión y, sin embargo, para ciertas miradas es un dato a desestimar, como una especie de lastre para un programa de Gobierno que busca números. Se busca ordenar la economía, pero a costa de los sectores más vulnerables, a costa de sacrificar en muchos casos modos de atención que había en distintas instancias.

P. Las organizaciones eclesiásticas que tienen contacto directo con los sectores sociales más vulnerables, como Cáritas, ¿están recibiendo una mayor demanda de ayuda?

R. Sí, ha crecido, es más, la pobreza se ha hecho extensiva a otros sectores sociales que antes no pedían, que ahora necesitan completar sus ingresos. Hay una clase media más pobre que tiene dificultades para llegar a los números mensualmente, para acceder a la medicación, en algunos casos tienen que postergar un remedio u otro. Se ve también el nerviosismo de la gente, una gran angustia cuando no se llega.

Manifestación contra el veto a la Ley de Discapacidad el 5 de agosto de 2025.

P. ¿Qué opinión tiene del discurso sostenido por el Gobierno que considera a la justicia social como un robo y a los derechos sociales como “parásitos mentales”?

R. En esto hay que ser muy claros, la justicia social es un deber inherente del Estado, que debe actuar en ayuda y apoyo de los más pobres, reparando vulnerabilidades que vienen de la falta de oportunidades, de distintas situaciones de la vida, como la discapacidad, la contingencia de la edad y las enfermedades. De manera que la justicia social es una respuesta que esperamos de parte del Estado para que haga presente, al menos, una serie de condiciones básicas para vivir con dignidad.

P. El presidente dijo hace pocos días que, si fuera cierto que la gente no llega a fin de mes, “la calle tendría que estar llena de cadáveres”.

R. Si no hay muertos en la calle, como se dijo, que es una expresión insultante, agraviante, es porque en realidad hay muchas personas y organizaciones populares que participan en procesos solidarios, que están poniendo al hombro, los hijos con los padres, los vecinos, a veces entre comunidades. Parece que tuviéramos que esperar datos de gente famélica o mostrando su pobreza de una manera casi dramática... Lo otro que llama la atención es que hay una falta de empatía, una exacerbación de un discurso de crueldad, a partir de una idea de orden económico, de superávit fiscal. Esa exacerbación de la crueldad puede caer bien en ciertas vanguardias, llamémoslas así, de estos pensamientos nuevos que hay, pero la agresividad duele, daña y lesiona el tejido social.

Policías se enfrentan con manifestantes el 6 de agosto de 2025 en Buenos Aires, Argentina.

P. ¿Hay alguna instancia de diálogo entre la Iglesia católica y el Gobierno para tratar estas cuestiones?

R. No, hay una vía institucional que es la Secretaría de Culto, que es una relación formal con el funcionario del área relacionado con lo religioso. Lamentablemente no hay esa voluntad real, más bien hay una marginación y un ensimismamiento, probablemente en estas doctrinas nuevas que tienen limitaciones muy grandes en cuanto a la responsabilidad ética y social de hacerse cargo de las próximas generaciones, de sostener un proyecto de país donde la comunidad tenga un valor.

P. Organizaciones y dirigentes sociales han señalado que, ante la creciente ausencia del Estado, en los barrios populares están avanzando las mafias del narcotráfico...

R. Nosotros lo hemos dicho desde la Conferencia Episcopal: cuando el Estado se corre, entra el narco. Es un dato de hecho. No llegan los apoyos que antes llegaban del Estado y la gente busca desesperadamente otras formas de asistencia. Ante la falta de trabajo, aparecen estos préstamos o entregas de dinero que van consagrando una dependencia. Además, se están debilitando las experiencias de acompañamiento y recuperación de la adicción. Hay muchos voluntarios, pero cuando no tenés plata para pagar a los profesionales, ¿cómo sostenés la obra artesanal que es recuperar a una persona que ha caído en la drogodependencia o en la ludopatía?

P. De alguna manera, el abandono por parte del Estado refuerza el discurso que prioriza lo individual sobre lo social.

R. A esa persona solo le queda tratar de salvarse de sí misma. Hoy, frente a la gente pobre y necesitada, escuchamos esos gritos de superioridad, de los que se desentienden y dicen no, no pasa nada. Como se dice últimamente: se “finge demencia”.

P. ¿Cómo procesó la Iglesia argentina la muerte del Papa Francisco? ¿Cuál cree que es su principal legado para la institución?

R. Me parece muy linda la expresión “legado”, sobre todo si supera un concepto material. Porque hay libros, encíclicas, discursos, viajes... Pero el legado de Francisco es gente, gente que antes estaba fuera de la Iglesia y que ahora está en la Iglesia. Gente que se sentía marginada y con él se sintió acogida. Eso es inconmensurable, ¿no? Para nosotros, ha sido una gran pérdida, pero también un gran compromiso. Porque hoy llevamos como Iglesia ese legado, que es el tesoro de Jesús. Porque Bergoglio interpretó a Jesús en este siglo XXI para una sociedad del descarte y de la globalización de la indiferencia. Comprendió a la Iglesia como la casa de todos.

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Sobre la firma

Javier Lorca
Es periodista de EL PAÍS en la redacción en Buenos Aires.
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