Miguel Benasayag: “Milei y Trump aplastan el conflicto para buscar sólo el enfrentamiento”
Este filósofo e investigador argentino advierte que las ultraderechas usan estrategias similares a las de las dictaduras y asegura que “resistir es, sobre todo, crear nuevos posibles”


A mitad del siglo XX, los escritores británicos George Orwell y Aldous Huxley auguraban futuros distópicos disímiles: Orwell predecía que el poder haría lo posible por ocultar la verdad y prohibiría los libros; Huxley pensaba que no sería necesario porque nadie los querría leer y la verdad quedaría diluida en un mar de irrelevancia. El filósofo, epistemólogo e investigador interdisciplinario argentino Miguel Benasayag (Buenos Aires, 72 años) se acerca a Huxley y subraya que el bombardeo constante de información al que estamos sometidos hoy no sólo dificulta la concentración necesaria para leer sino que “evita la acción, la inhibe”.
En los años setenta, Benasayag fue parte de la generación de argentinos que creyó que había que tomar las armas para asaltar el poder y entró a la guerrilla Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Fue detenido en 1974, torturado y encarcelado. Cuatro años después, en plena dictadura, logró la libertad a cambio de exiliarse en Francia, país en el que todavía reside. Vuelve a Buenos Aires de forma esporádica. La última vez fue a finales de abril, para presentar sus últimos ensayos —Elogio del conflicto (Prometeo, 2025) y Clínica del malestar (Prometeo, 2024), escritos a cuatro manos con Angélique del Rey— en la Feria Internacional del Libro. EL PAÍS charló con él en la sede de la editorial junto a otros medios y después continuó la entrevista en su casa en la capital argentina, en el ajetreado barrio de Once.
“El siglo XX fue un siglo de revoluciones y vimos que el poder no es el lugar del cambio. Eso ya fue”, asegura. Pero cree que tampoco hay que quedarse paralizado frente a un futuro amenazante y menos ante la falsa idea de que no hay alternativas. Si no logramos amar esta época, encontrar prácticas alegres, potentes, solidarias, no vamos a poder cambiar nada. Resistir no puede ser estar en contra solamente, el enfrentamiento contra lo que te destruye. Es, sobre todo, crear. Crear niveles de conflictualidad y nuevos posibles", señala.
Pregunta. En Elogio del conflicto señala que, desde hace un tiempo, la razón compleja “ha sido reemplazada por una manera binaria, viril, guerrera de ver las cosas: el puro enfrentamiento”. ¿En qué se diferencia el conflicto del enfrentamiento?
Respuesta. El conflicto es la base de la vida individual y social. Son regulaciones de cada persona, pareja y grupo. Es el tejido social. Mientras más simplificamos los lazos intrapersonales y sociales, más eliminamos el conflicto y vamos hacia el enfrentamiento. [El presidente de Argentina, Javier] Milei es un ejemplo fantástico de aplastar el conflicto. Por eso la grosería, el insulto, lo que está haciendo es romper todos los lazos complejos, conflictuales que forman una sociedad. Entonces, quedan el poder y el individuo aislado.
P. También lo aplica Trump. ¿Es una estrategia común de la ultraderecha?
R. Trump, Milei, Bolsonaro… son la vanguardia de la transformación del mundo. Aplastan el conflicto para buscar solamente un enfrentamiento porque, si no hay alternativa, pasado mañana no va a haber agua para todo el mundo, comida ni tierra no inundable para todo el mundo. Saben que va a haber fortalezas rodeadas de no man’s lands. La nueva distribución del poder es eso. Saben que el enfrentamiento es lo único que puede permitir que su modelo de mundo triunfe: un modelo donde se salvan algunos.
Benasayang insta a “comprender estos mecanismos” en lugar de “entrar en los enfrentamientos” por considerar que producen goce, pero no conduce a nada.
P. ¿Con qué mecanismos rompen el tejido social?
R. En Argentina, durante las dictaduras de Onganía, Levingston y Lanusse subió la conflictualidad social. Había contracultura, hippies, feminismo, indigenismo. ¿Qué hizo la dictadura de Videla? Atacó primero a todas las partes, los artistas, intelectuales, sindicalistas; y al final se encontró solamente en un enfrentamiento con las organizaciones armadas. Cuando se llegó a ese punto ya estábamos vencidos.
P. ¿Ve un paralelismo entre la última dictadura y el accionar de Milei?
R. Milei hace exactamente eso. Un artista no sigue está lógica sino que crea algo que no está polarizado, que no es sí o no, puede tener un punto de vista, pero es complejo, y por eso él lo ataca, provoca y mantiene un nivel alto de agresividad para que todo se vuelva bipolar y sea: o Milei o Cristina [Kirchner]. En el momento en el que tenés el enfrentamiento ya ganaste, porque es siempre especular.

P. Es un enfrentamiento desigual, uno está en el poder y el otro no.
R. Sí, pero la cuestión es que si vos deseás lo que el poder tiene, el poder ya ganó. La cuestión es cómo podemos crear una estética y otra forma de desear alternativa, por eso los artistas son tan importantes, porque son capaces de crear otros posibles.
P. ¿De qué modo las redes sociales amplifican el enfrentamiento?
R. El hecho que no haya cuerpos presentes hace que todo pueda subir muy rápido, insultarse y radicalizarse desde la silla, sin distinguir una cosa de la otra. La posverdad tiene que ver con eso porque para lo que vos comprendés corporalmente no hay posverdad: si te estás quemando, te estás quemando. Pero en un mundo donde todo es información eso no pasa. La gente está muy en feedback, respondiendo a todo y eso aumenta la violencia y también el sufrimiento.
P. Argentina tiene un importante tejido social y una gran tradición de protestas callejeras. ¿Cómo logró Milei llegar al poder con tanta rapidez?
R. No tiene nada que ver con mi investigación, pero creo que ganó como venganza contra las mujeres de muchos jóvenes, heridos, que lo votaron. En este país, el feminismo tiene una tradición con las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, las campesinas, los trans y los homosexuales y se avanzó mucho, pero no todos lo aceptaron.
Benasayag consulta la hora en un reloj de bolsillo que lleva atado a una leontina. Dice que no usa teléfono celular porque ya estuvo “demasiado tiempo en cana (en la cárcel)” para estar ahora controlado por un dispositivo y advierte del riesgo que supone delegar cada vez más funciones en las máquinas.
P. ¿Qué consecuencias tiene sobre nuestros cuerpos estar siempre conectados?
R. Desde hace ya años vemos modificaciones cerebrales. Nuestra forma del cuerpo es la misma de siempre, pero en realidad nos estamos hibridando, somos cyborgs, y hay un debilitamiento de la estructura cerebral. Por ejemplo, hicimos un trabajo con choferes de taxi que empezaban a usar el GPS. Al cabo de tres años, todos los que habían comenzado a manejar con GPS tenían los núcleos subcorticales del tronco cerebral, que se ocupan de cartografiar el tiempo y el espacio, atrofiados. Todo esto es por delegar funciones. Estamos en un cambio evolutivo donde el cerebro no se va a ocupar más de las cosas que se ocupaba hasta ahora y creemos que las máquinas se van a ocupar de lo que hasta ahora se ocupaba, mal, el humano.
P. ¿Nos van a reemplazar?
R. En un mundo donde de lo que se trata es de producir, de eficacia, la máquina es perfecta. El problema es la asimilación de nosotros como seres vivos a esta cultura de la producción. Podemos servirnos de las máquinas, pero no es cierto que hace falta la hiper racionalidad de la máquina para comer, no es cierto que hacen falta transgénicos para alimentar a la gente. Eso es ideología, una ideología que dice, como diría Margaret Thatcher, que no hay alternativa.
P. ¿Qué alternativas hay?
R. Creo que hay que emanciparse del futuro. Descolonizarse de ese tiempo lineal donde tenemos la cabeza absolutamente llena de minutos. En realidad, no sé qué va a pasar, pero lo que sé es que cuando pienso en qué va a pasar, estoy perdiendo el tiempo.
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