La indignación por los feminicidios en Brasil se abre espacio en el debate público y sale a las calles
Varios casos de extrema crueldad despiertan a la sociedad ante la expresión más brutal del machismo, que cada día deja cuatro muertas y diez sobrevivientes

La activista feminista Brisa Batista participó el domingo pasado en una de las mayores movilizaciones celebrada en Brasil contra el feminicidio, ese goteo cotidiano que mata a cuatro brasileñas al día. Esta vez, la socióloga se sintió arropada junto a aquellas miles de mujeres que sacaron su indignación contra los asesinatos machistas y la normalización de la misoginia a las calles de São Paulo, Río, Brasilia y decenas de ciudades más… al grito de “Parem de nos matar”. Una protesta multitudinaria, nada que ver con la soledad que sintió un día 2019.
Entonces el feminicidio de Elitania de Souza la tocó profundamente, cuenta Batista. Para ella era fácil identificarse con la joven de Bahía asesinada a tiros por el novio al que quiso dejar. Universitaria, negra, activista. “¿Cómo pude vivir hasta ahora sin darme cuenta de que es una violencia tan dramática?“, pensaba sorprendida. Quería gritarle al mundo ¡Parad de matarnos!, así que escribió el lema en un folio, añadió #Elitania y, en una concurrida parada de metro de São Paulo, alzó el cartel bien alto y pidió a una desconocida que fotografiara la solitaria protesta. Colgó la foto en redes sociales. Su denuncia no ganó tracción, el post nunca viralizó.

La sucesión de varios feminicidios extremadamente crueles en pocos días —en torno día internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer— le ha dado una inédita proyección. La violencia machista ha alcanzado una repercusión mediática y política inusitada.
Las imágenes del atropello de Tainara Santos, a la que un antiguo novio arrastró por el asfalto durante un kilómetro por una vía exprés de São Paulo horrorizaron al país; ella sobrevivió, pero tuvieron que amputarle ambas piernas. A Allane Matos, pedagoga jefa de un centro educativo de Río de Janeiro, y a Layse Pinheiro, sicóloga, las mató a tiros un subalterno que no soportaba tener jefas mujeres. A Isabele de Macedo y sus cuatro hijos (de una a siete años) los mató su marido y padre al pegar fuego a la vivienda familiar, en Recife. A Maria de Lourdes Matos, cabo del Ejército y saxofonista, la asesinó su novio, también soldado, en un cuartel en Brasilia; la apuñaló y le prendió fuego.
Estas dosis extremas de crueldad han tocado ahora una fibra. Los asesinatos de mujeres a manos de sus compañeros han saltado a las portadas, ganado espacio en los noticieros, protagonizan artículos de las y los principales columnistas de los grandes diarios. Entre las propuestas, adoptar un pacto de Estado contra la violencia de género al estilo del español, de 2017, e implantar un modelo de atención integrada como aquel.
El presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, ha reclamado las penas más severas para los feminicidas e instado a los hombres a movilizarse contra feminicidas, violadores y maltratadores.
En esa coyuntura, mujeres diversas se unieron en red para organizar a toda prisa las marchas del domingo 7 que reunieron a 10.000 personas en São Paulo, y varios miles más por todo el país. Un éxito.

La activista Batista entiende bien cómo ha cambiado la percepción porque colabora en el proyecto Quem ama liberta (quien te ama te libera), un memorial en redes sociales que recuerda a cada víctima contabilizada en los últimos 18 años.
Batista opina que había un movimiento subterráneo que ha aflorado gracias a un conjunto de factores entre los que destaca a tres mujeres: la juez Carmen Lúcia Rocha, la única mujer del Tribunal Supremo, que con su discurso incisivo contra la desigualdad de género se ha convertido en todo un icono feminista en Brasil; la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, poderosa y víctima reciente de una agresión sexual y Janja da Silva, la esposa de Lula y la artífice de que este incluya más preocupaciones femeninas y feministas en su discurso político.
El año pasado, 1.492 mujeres murieron en Brasil a manos de feminicidas. Por tercer año consecutivo la media diaria alcanza las cuatro mujeres. Cuatro asesinadas cada día desde que arrancó 2022.
Otras agresiones han aumentado mucho, alerta Manoela Miklos, investigadora sénior del Forum Brasileiro de Segurança Pública, una organización centrada en radiografiar la violencia. “Los números que circundan al de las víctimas letales nos dicen que la violencia sigue aumentando y eso es importante porque sabemos que las agresiones no empiezan con el feminicidio”, dice para llamar la atención sobre el enorme aumento de las tentativas: “Los intentos de feminicidio han subido un 19%; los casos de stalking el 18,2% [en referencia al acecho, vigilancia e intimidación]. Las medidas protectoras a las víctimas se han incrementado un 6%, pero los incumplimientos por parte de los agresores son un 11% más.”, explica. “Y, además, hay que tener en cuenta que la violencia no letal está más subnotificada que la letal”.
La investigadora del FBSP apunta varios motivos para ese aumento de la violencia que precede al feminicidio: “Existe un cierto efecto rebote, efecto represalia, por las conquistas feministas y por el aumento de esas comunidades que proponen una masculinidad que odia a las mujeres y los discursos de líderes que legitiman ese discurso”. Mientras en el Brasil alejado de los centros urbanos, donde los avances feministas no han arraigado tanto, perdura la violencia de siempre.
Todos en Brasil se enorgullecen de la ley Maria da Penha, una potente legislación contra la violencia machista que data de 2015 y a la que mucho le queda por ser desarrollado. Tipificado hace una década, el feminicidio es, con 40 años de prisión, el crimen más castigado del Código Penal.

Hannah Maruci, doctora en Ciencias Políticas, enfatiza que el foco de los poderes públicos está en el después, en el aspecto penal, el castigo, que considera necesario pero insuficiente para erradicar la violencia machista. “Falta invertir en el antes, en la prevención”, señala. “Por ejemplo en educación. Pero más que enseñar a las mujeres a defenderse, hay que enseñar a los niños que no debe haber ese desequilibrio de poder y ese odio tan unido a la idea de una masculinidad que reacciona con violencia al rechazo”.
En esa dirección se han pronunciado, estos días, el presidente Lula. “Necesitamos un movimiento nacional de los hombres contra los animales que maltratan a las mujeres y violan a las hijas”, proclamó el veterano político, durante un evento en una refinería petrolera, tras recordar los feminicidios más horripilantes. Incluso un obispo católico, el de Cachoeiro de Itapemirim, se ha sumado con una “carta a los hombres”, en la que enfatiza que “la masculinidad, de acuerdo con los principios cristianos, no domina, no humilla, no controla, no grita, no amenaza, no impone el miedo”.
Año tras año, los feminicidios baten un nuevo récord, aunque el aumento se ha ralentizado. Explica Miklos, la especialista en violencia machista, que, “cuando trabajas con estos números, ver una repercusión de esta envergadura da aliento”. Desea que la espiral de violencia contra las mujeres sea entendida como un asunto político y entre en la agenda para las elecciones del año próximo.
La politóloga Maruci, del Cebrap (Centro Brasileiro de Análise e Planejamento), prefiere no pronosticar si este creciente interés es una fiebre o el comienzo de un cambio más profundo: “Cuando la visibilización mediática genera movilizaciones ciudadanas y acciones políticas, podemos empezar a vislumbrar cambios estructurales, pero hace falta que se traduzca en políticas públicas”.
El camino más directo de entender el altísimo precio que se cobra la violencia machista en Brasil consiste en asomarse al perfil Quem Ama Liberta en Instagram, que Regina Jardim, elabora pacientemente desde que el 2007 un feminicida le arrebató a su hija Priscila. Ahí publica breves perfiles de las cuatro asesinadas de cada día. Para que Brasil no olvide a Maria Katiane da Silva, 26 años; a Indianara da Silva, 27 años; a Maria Graciele Santos, 25 años; a Auriscléia do Nascimento, 25 años…
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