Progresismo latinoamericano: ¿una despedida?
La consigna de “democracia siempre”, que presidió la cumbre de Santiago de Chile, alude a la convicción de que nunca, bajo ningún contexto, puede relativizarse la existencia de un régimen democrático


La Fundación Friedrich Ebert y el Gobierno de Chile, que encabeza Gabriel Boric, realizaron una reunión en Santiago para concertar una posible agenda de la izquierda progresista iberoamericana. Aunque en el proyecto original se puso énfasis en el mapa de Iberoamérica, con la participación de los presidentes de España, Pedro Sánchez, de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, de Colombia, Gustavo Petro, y de Uruguay, Yamandú Orsi, muy pronto, desde diversos países atlánticos, llegaron las suscripciones.
Cuatro de los mandatarios que celebraron la iniciativa fueron los primeros ministros de Gran Bretaña, Keir Starmer, de Canadá, Mark Carney, la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, y el presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa. Starmer pertenece al Partido Laborista de Gran Bretaña, es decir, a la izquierda socialdemócrata canónica de Europa, mientras Carney encabeza el Partido Liberal canadiense, un organismo con larga data de vecindad e identificación con el Partido Demócrata de Estados Unidos.
Fue significativo que la presidenta Sheinbaum, que encabeza la izquierda hegemónica en México, a través del partido Morena, tradicionalmente reacio a cualquier localización en el espectro socialdemócrata, también suscribiera la agenda del foro de Santiago. La presidenta mexicana fue invitada a la reunión por el presidente Boric, pero prefirió no asistir y ofreció su respaldo desde la distancia, más o menos en los mismos días en que lo hicieron Starmer, Carney y Ramaphosa
¿Cómo entender el comportamiento de la líder mexicana? Para responder la pregunta habría que recordar que la presidenta se ha referido a la existencia de una corriente progresista en América Latina, que no excluye países encabezados por gobiernos
no democráticos como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Ese rebasamiento de los límites entre democracia y autoritarismo ha sido, tradicionalmente, un eje conceptual de foros de la izquierda regional como la Alianza Bolivariana o el Grupo de Puebla, al que México pertenece.
La convocatoria de la Fundación Ebert y el Gobierno de Gabriel Boric, a tono con la tensión que se verificó el año pasado, cuando se produjo la inverificable reelección de Nicolás Maduro en Venezuela, partió de una conceptualización de la democracia que sí toma en cuenta los límites autoritarios. La consigna de “Democracia Siempre” alude a la convicción de que nunca, bajo ningún contexto, puede relativizarse la existencia de un régimen democrático.
Esa “democracia siempre” significa, también, su verificación en cualquier punto de la geografía, lo mismo en un país pequeño y pobre del Caribe que en uno grande y poderoso de Norteamérica. En potencias emergentes del Sur global, como Brasil, India o Sudáfrica, lo mismo que en las viejas naciones de Estados Unidos y Europa. Lamentablemente, ese criterio universalista de la democracia experimenta renovadas impugnaciones en nuestra época, empezando por aliados de Brasil en los BRICS como China y Rusia.
Los convocantes del evento de Santiago de Chile se autodenominan “progresistas”, queriendo trasmitir compromiso con la democracia, pero no únicamente eso. Es evidente que dentro de la identidad progresista también incluyen las agendas más avanzadas en materia de género, de protección del medio ambiente y acciones contra el calentamiento global, de transición a las energías limpias, de combate al racismo y la homofobia y de ofensivas eficaces contra la pobreza y la desigualdad.
En mayor o menor medida, casi todos los gobiernos de la región comparten puntos de esa agenda. Pero, ciertamente, son pocos los que lo hacen sin alterar las reglas del juego democrático. Otra connotación de la fórmula de “democracia siempre” tiene que
ver con el hecho de que el avance autoritario en varias derechas gobernantes del gran espacio iberoamericano hace imposible asociar, únicamente, el autoritarismo con los regímenes bolivarianos.
El mapa del progresismo en América Latina queda mejor trazado si se leen los silencios. Ni los Gobiernos de Javier Milei, Daniel Noboa o Nayib Bukele se pronunciaron sobre la reunión de Santiago. Pero tampoco se pronunciaron los Gobiernos de Nicolás Maduro, Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel. Milei y la derecha argentina, que habían chocado con Lula por el Mercosur semanas atrás, lanzaron un oportuno Festival de la Derecha en Córdoba, Argentina, donde se refutaron puntualmente las demandas del encuentro chileno.
En Chile, los principales líderes de la oposición, José Antonio Kast, Evelyn Mathei, Diego Schalper y Rojo Edwards, asumieron el evento como un acto de campaña del Frente Amplio. Reprocharon que los invitados fuesen todos izquierdistas y varios de ellos estuviesen involucrados en escándalos de corrupción. La oposición también reclamó que el Gobierno chileno no zanjara con claridad sus diferencias con los autoritarismos bolivarianos, pero lo cierto es que si hay un gobierno en la región que lo ha hecho, en los últimos años, es el que encabeza Gabriel Boric.
Tal vez, en algo parecen atinarlos opositores chilenos y es en el tono de despedida que marcó la cumbre del progresismo latinoamericano. Varios de los gobiernos representados en la reunión de Santiago tienen fecha de salida, mientras la derecha latinoamericana está demostrando una articulación regional de la que carecía hace pocos años. Otra característica de las izquierdas democráticas es que dejan el poder, a diferencia de las autoritarias que pueden perpetuarse por décadas o más de medio siglo.
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