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Lula y Boric cierran con su visita el funeral de José ‘Pepe’ Mujica en Uruguay: “Una persona como ‘Pepe’ no muere”

Los restos del expresidente serán incinerados y sus cenizas esparcidas en su casa de campo a las afueras de Montevideo

Luiz Inacio Lula da Silva frente al ataúd de José Mujica, durante el funeral en el Palacio Legislativo de Montevideo.Foto: NATALIA ROVlRA (EL PAÍS) | Vídeo: Presidencia de Chile
Federico Rivas Molina

Uruguay puso punto final este jueves a los funerales de José Pepe Mujica, fallecido el martes a los 89 años. Unas 50.000 personas desfilaron durante casi dos días delante de su ataúd en el Palacio Legislativo. Fueron jornadas de un profundo respeto, quebradas por algún aplauso espontáneo o la voz de una cantante que así lo quiso homenajear. Flores, banderas y cartas se amontonaron con el paso de las horas frente al cajón cerrado, cubierto con una bandera uruguaya. En una ceremonia sin cruces ni símbolos religiosos —Uruguay es un país que hace gala de su laicismo— la única imagen fue la del escudo del país y la del Mujica, que sonreía sobre un atril. El brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el chileno Gabriel Boric cerraron la ceremonia a media tarde. Habían viajado durante 25 horas desde China, donde participaban de una cumbre de la Celac, el primero para despedir a un amigo de toda la vida; el segundo, a un político de izquierda al que consideraba un referente.

Lula tenía un vínculo muy particular con Mujica. En diciembre pasado lo visitó en su casa de Rincón del Cerro consciente de que estaba ante una despedida definitiva. La noticia de su muerte lo encontró en China y no dudó en recorrer medio mundo para llegar a tiempo a los funerales en Montevideo. “Una persona como Pepe no muere. Pasó 14 años en la cárcel y salió en libertad sin odio hacia las personas que lo apresaron y torturaron. Hay seres humanos superiores y Pepe fue un ser humano superior”, dijo Lula en una pequeña declaración a la prensa.

El presidente de Brasil, Lula da Silva, junto al presidente uruguayo Yamandu Orsi.

El presidente de Brasil llegó al Congreso y durante unos minutos se mantuvo de pie junto al cajón. Tuvo su tiempo para estar solo, pese a las decenas de personas que lo rodeaban. Se sentó luego junto a Lucía Topolansky, la viuda de Mujica, y charló largo con ella. El presidente brasileño le acariciaba el cabello con afecto. “Conocí a mucha gente en mi vida, pero Pepe era una figura especial, cariñosa, de quien aprendí a respetar y seguir cada paso que daba cuando asumió la presidencia. No podía dejar de despedirme de él y de su esposa”, dijo.

Garbiel Boric llegó algo más temprano. Ocupó toda su atención en Topolansky. Se sentó a su lado y charló con ella, ajenos los dos a la procesión de personas que pasaban frente al cajón de Mujica. Estuvo a su lado casi una hora hablándole con afecto.

Los funerales de Mujica fueron un evento social, pero también político. El miércoles, pasaron por el Congreso los expresidentes Julio María Sanguinetti, Luis Lacalle Herrera y Luis Lacalle Pou, todos ellos férreos opositores de Mujica. El presidente, Yamandú Orsi, los recibió con un abrazo. También se sumó Álvaro Delgado, el candidato del Partido Nacional que perdió las últimas elecciones. Muestras de concordia como estas son habituales en el país sudamericano y enorgullecen a los uruguayos.

La muerte de Mujica deja un hueco enorme en la política, sobre todo en la izquierda. Con él se fue el último de la generación de dirigentes que convirtieron al Frente Amplio en una coalición de partidos progresistas con fortaleza electoral y capacidad de Gobierno. En 2020 murió Tabaré Vázquez, el primer frentista en llegar al poder tras el fin de la dictadura en 1985; en 2023 se fue Danilo Astori, vicepresidente de Mujica. Antes de morir, el expresidente dijo que estaba tranquilo porque dejaba “la barra muy alta” y en manos de políticos en quienes confiaba.

La procesión en el Congreso fue lenta pero incesante. Llamaba la atención la mezcla de generaciones: jóvenes estudiantes con banderas hacían fila junto a personas que bien podrían ser sus abuelos. Como Ofelia Fernández, de 72 años, que estuvo un minuto sobre sus muletas frente al cajón con el puño en alto y sus ojos húmedos cerrados con fuerza. Nadie osó interrumpir su plegaria.

Luiz Inácio Lula Da Silva, abraza a Lucía Topolansky, viuda José Mujica, durante el funeral en el Palacio Legislativo de Montevideo, Uruguay, el jueves 15 de mayo de 2025.

“Le pedí al viejo que ayude la juventud, que saque al país adelante, que haya gente buena. Y espero que me lo responda”, dice Fernández, hablándole “al viejo” como si ya fuese un santo. Fernández fue toda su vida trabajadora de la limpieza y votó por el partido de Mujica desde que tiene memoria política, en 1971. “Toda mi familia votó siempre Pepe, Pepe, Pepe. Queda Lucía, que es oro. Ojalá él la pueda sostener en el tiempo”, pide.

Ahora solo resta la despedida definitiva, que será en la intimidad. Este viernes, los restos de Mujica serán incinerados, como fue su voluntad, y esparcidos bajo un árbol en la chacra donde cultivaba la tierra, sembraba flores y hablaba con los animales. Mujica fue un político, uno de los últimos grandes referentes de la izquierda latinoamericana, pero nunca dejó de ser un campesino, como él mismo decía. Por eso volverá a la tierra.

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Sobre la firma

Federico Rivas Molina
Es corresponsal de EL PAÍS en Argentina desde 2016. Fue editor de la edición América. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires y máster en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona.
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