Totonicapán, en pie frente a la persecución de líderes indígenas en Guatemala
Luis Pacheco y Héctor Chaclán han sido criminalizados por el Ministerio Público, y yo me pregunto: ¿qué es eso que llaman “terrorismo”: organizarse para proteger el bosque?; ¿defender el agua que da de beber a medio país?; ¿salir a las calles cuando se intenta un fraude electoral?

Nos obligaron a creer que la democracia es la única forma de organizar la vida y que se hace en las instituciones del Estado, en los tribunales y en las urnas cada cuatro años. Pero hay lugares donde la vida se organiza diferente y se cultiva y cocina como el maíz: en comunidad, a mano, con paciencia y con fuego. Totonicapán es uno de esos lugares. En el corazón del altiplano occidental de Guatemala, los 48 Cantones somos más que una estructura ancestral: son una forma viva de gobernarse, de cuidarse, de decidir juntas y juntos en medio de nuestras diferencias. El origen de nuestro gobierno ancestral se remonta al siglo XVI, pero sus raíces son más antiguas, sembradas en la organización comunal maya k’iche’ prehispánica, y fortalecidas en resistencia al dominio colonial. Desde entonces, hemos sobrevivido imposiciones, dictaduras, modernizaciones impuestas, y hoy enfrentamos un nuevo intento de desmantelamiento: uno que no llega con espadas, sino con acusaciones de “terrorismo”.
El pasado 23 de abril fueron detenidos Luis Pacheco y Héctor Chaclán, autoridades indígenas de los 48 Cantones de Totonicapán durante el año 2023. Han sido criminalizados por el Ministerio Público. Son acusados de los delitos de asociación ilícita, obstrucción de la justicia y terrorismo. Y yo me pregunto, ¿qué es eso que hoy llaman “terrorismo”: organizarse para proteger el bosque?; ¿defender el agua que da de beber a medio país?; ¿salir a las calles cuando se intenta un fraude electoral?
Lo que algunos señalan como amenaza es, en realidad, una esperanza encarnada: un pueblo que aprendió a vivir en colectivo, a rotar el poder, a tomar decisiones en asamblea, sin jerarquías autoritarias. En Totonicapán, el liderazgo no se busca, se asume. No se impone, se sirve. El cargo comunal —el k’axk’ol, servicio sin paga— no es una ambición: es una responsabilidad que toca a cada vecino, sin distinción. Ese es el poder que da miedo a quienes criminalizan a los pueblos, el poder de la dignidad, el poder del pueblo que está en el servicio, ese servicio que regenera y sostiene la vida.
Por eso la detención de Luis Pacheco y Héctor Chaclán, expresidente y tesorero de los 48 Cantones en 2023, no es un caso aislado. Es un mensaje. Ellos no actuaron solos ni por interés personal: obedecieron el mandato de las asambleas comunitarias para defender la democracia guatemalteca frente al intento de un golpe electoral. Fueron voceros de un pueblo que se negó a callar. Y ese gesto de dignidad fue castigado con cárcel. Porque cuando la democracia se ejerce desde abajo, los corruptos tiemblan. Porque saben que lo que las comunidades construyen con sus manos, no se derrumba con decretos.
En octubre de 2023, Guatemala se alzó. Las carreteras se desbordaron de varas de mando en alto, de ollas comunes humeantes en medio del asfalto, de carteles, conciertos, pancartas, bailes. No fue solo protesta, fue memoria en movimiento. Totonicapán, como tantas veces antes, fue brújula. Porque no solo carga con su historia, carga con la del país entero.
En nuestro pueblo vive uno de los últimos bosques comunales del país, fuente de agua para tres grandes cuencas, pulmón verde que aún respira sin cables ni cemento. En un mundo devorado por la crisis climática, Totonicapán no solo resiste: enseña. Enseña que la vida en comunidad no es una utopía indígena: es una alternativa real y urgente al colapso. Y, sin embargo, ese bosque y quienes lo cuidan son criminalizados.
Por eso la defensa de Luis y Héctor no es solo un acto de solidaridad. Es una defensa de la posibilidad de que los pueblos decidan su destino. Es una denuncia contra un sistema judicial capturado que teme a la diferencia, al consenso, al poder horizontal. Hoy, más que nunca, debemos nombrar lo evidente. Lo que las elites llaman terrorismo es la posibilidad de otro mundo posible. Porque si un pueblo puede vivir así —gobernarse por sí mismo, cuidar sus bienes comunes, deliberar colectivamente—, entonces todo lo demás queda en evidencia. La corrupción, el racismo, el extractivismo, tiemblan. Los pueblos indígenas no estamos atados al pasado, estamos redefiniendo el futuro. Un futuro plurinacional, justo, digno. La vara de mando que portan las autoridades de los 48 Cantones no es sólo símbolo: es semilla, es raíz, es brújula. Defenderla es defender la vida. Defenderla es decir que sí hay otra forma de hacer política, de cuidar el mundo, de resignificar la democracia. La libertad de Don Luis y Don Héctor es sólo el principio. Lo que está en juego es la posibilidad de liberar la democracia y recuperar la justicia de nuestros pueblos: una práctica cotidiana de dignidad compartida.
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