Ir al contenido
_
_
_
_
En colaboración conCAF

El municipio argentino que convierte cada retazo desechado en moda

A través del Programa Avellaneda Recicla se recolectan entre 400 y 700 kilos de materiales para que emprendedores locales puedan crear nuevos productos

En Avellaneda, Argentina, la economía circular tiene forma de tela. Retazos sobrantes de fábricas de ropa de este municipio, ubicado al sur de la Ciudad de Buenos Aires, viajan en camiones verdes de reciclado hacia el centro de acopio del Programa Avellaneda Recicla. Allí son clasificados antes de volver a nacer como nuevas prendas realizadas por productoras de indumentaria y diseñadoras que trazan con aguja e imaginación los hilos de una economía justa. En cada puntada de máquina de coser se repite el ciclo de reutilizar y recrear — el lino, la licra, el algodón, el jean o la frisa— en un movimiento que enlaza fábricas, cooperativas y talleres de costura.

En el primer piso de una dependencia pública con rampa de acceso funciona el corazón textil del programa. Entre mesas cubiertas de géneros y cajas de retazos limpios, Graciela Pereira (52 años), creadora de Claverina, toca, mira y combina fragmentos de tapicería y sarga para sus almohadones. “Si tuviera que comprar este material, no podría producir. Con estos pedazos de tela ahorro un 70% del costo”, cuenta. Los descartes también se transforman en piezas de indumentaria y, a través de sus alumnos de costura en la Isla Maciel, al borde de El Riachuelo, Pereira transmite el valor de la reutilización textil. “Se enganchan por la salida laboral, pero también por la necesidad de hacer algo por uno mismo”.

La economía circular, incorporada progresivamente en América Latina a partir de 2015 y alineada con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, propone romper con el modelo de usar y desechar. En cambio, propone reemplazarlo por el de reducir, reutilizar y reciclar.

En ese ir y venir sinfín de prendas, las trabajadoras del programa entran y salen del depósito donde se organiza el material textil para retirarlo. Anteriormente, Avellaneda se conocía como la Manchester argentina por su pasado fabril ligado al puerto de Dock Sud y a un pulso industrial que hoy late en su planta de reciclado, la cual recupera 200 toneladas mensuales de residuos generados por los 370.939 habitantes de esta pequeña ciudad.

“Tenemos acuerdos con doce fábricas que nos entregan los retazos que no usan y un camión los recoge por semana”, explica Griselda Seoane, al frente de la Dirección de Concientización y Gestión de Residuos Reciclables. Llegan entre 400 y 700 kilos de materiales de retazos textiles vírgenes al depósito, y cada emprendedora se lleva unos quince kilos cada vez que se acerca a retirar.

Entre las primeras empresas en sumarse al circuito está Chicos, marca local de guardapolvos escolares. “Nos contactamos con la municipalidad cuando el camión de Avellaneda Recicla empezaba a funcionar”, explica Natalia Murrone, directora de esta firma familiar. Cada año, para evitar el descarte, donan cerca de mil uniformes usados a merenderos, comedores y escuelas. “Buscamos el menor desperdicio posible”, resume.

Ese mismo circuito de reutilización textil que nace en Avellaneda se extiende al otro lado de El Riachuelo, en el barrio porteño de San Telmo, donde Luciana Báez (44 años), oriunda del municipio, abre las puertas de su tienda y taller Luma Báez. Diseñadora y costurera, Luma—como la conocen—, es una de las impulsoras de la economía social y popular con perspectiva circular. “Nos vestimos para la vida y no para las modas pasajeras”, dice uno de sus videos en redes.

Entre los percheros de prendas amplias y cómodas, una mesa con máquinas de coser espera a las mujeres que llegarán a su taller. “Trabajo con textiles de punto, como telas de camisetas y de frisa. Somos una empresa familiar: mi marido corta, yo coso, y reutilizamos todo”, explica. En su producción nada se pierde: lo que sobra se reaprovecha o vuelve al Programa Avellaneda Recicla que ayudó a construir. “La iniciativa de recibir y separar los descartes textiles fue un trabajo conjunto con la municipalidad”, recuerda.

“Cuando estudiaba diseño de indumentaria, escuché por primera vez el término sustentabilidad y pensé: ‘Nosotros ya venimos viviendo así en casa’. Entonces dije, ‘a partir de ahora no se tira ningún retazo de tela’”, recuerda Luma, que había crecido en un hogar donde las cosas siempre se guardaban para un futuro uso. Con el tiempo, esa forma de pensar la llevó también al campo de la capacitación. Actualmente, da clases en el Polo Textil Mandarinas, un espacio de trabajo y formación dedicado a la producción autogestiva con enfoque en economía social y solidaria. “Esta busca que los proyectos sean sostenibles, que se pueda vivir de lo que uno hace y que otras personas aprendan y trabajen. Es producir sin dejar a nadie afuera, poner en movimiento lo que otros descartan”, remata. “Nos basamos en una perspectiva de economía circular que a veces lo denominamos economía circular textil por la forma de trabajo que compartimos.”

Recientemente, en uno de sus grupos, confeccionaron un arnés para un electricista que trabaja en alturas y que necesita llevar las herramientas con un buen soporte. “Son productos que responden a necesidades reales”, agrega mientras sostiene dos bolsas llenas de retazos que reutilizará. Posa para una foto en el patio de la Galería del Viejo Hotel de San Telmo, donde funciona su tienda. La escena es luminosa, cotidiana y contrasta con otra global y sombría: la de la industria de la moda mundial, que bajo una máscara de belleza esconde su impacto ambiental.

Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la industria de la moda consume más energía que la aviación y el transporte marítimo combinados, y genera cerca del 10% de las emisiones mundiales de carbono. En la lógica del comprar y desechar, a cada segundo se entierra o incinera el equivalente a un camión de basura lleno de textiles. Basta mirar las etiquetas de muchas prendas, confeccionadas con fibras sintéticas como poliéster, acrílico y licra, que pueden tardar hasta 200 años en degradarse. En cambio, los tejidos naturales como el algodón o el lino pueden hacerlo en meses.

Seis mujeres se acomodan frente a las máquinas de coser en el ambiente de la tienda. El clima es festivo. Comparten las bolsas que confeccionaron con los retazos. Con cada puntada, la tela volvió a nacer. La profesora escribe en la pizarra las medidas de los cortes y dice: “Vamos a usar todo y hacer lazos, bolsillos, volados.” El objetivo, al final, es uno solidario y circular: reusar, reutilizar, volver a empezar, una y otra vez, igual que un ocho que no termina, y que cierra y reabre ciclos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

_

Últimas noticias

Lo más visto

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_