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Columna
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América Latina y el Caribe, el banco de ideas más valioso del mundo

Durante décadas, el modelo de desarrollo regional se ha apoyado más en extraer lo que hay bajo tierra o en sus aguas que en aprender de lo que florece sobre ella o nada en sus océanos

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De las turbinas eólicas a las celdas solares y a la próxima generación de sistemas de refrigeración para centros de datos, muchas de las tecnologías que usamos hoy se inspiran en inventos de la naturaleza, perfeccionados a lo largo de 3.400 millones de años de investigación y desarrollo. Sin embargo, la región, que alberga la mitad de la biodiversidad del planeta, apenas ha empezado a traducir esa riqueza biológica en innovación y en oportunidades para la prosperidad.

América Latina y el Caribe están asentados sobre el mayor banco de ideas del mundo, pero subcapitalizado. Durante décadas, el modelo de desarrollo regional se ha apoyado más en extraer lo que hay bajo tierra o en sus aguas que en aprender de lo que florece sobre ella o nada en sus océanos. La próxima revolución tecnológica dependerá de la biodiversidad, y en ningún otro lugar, el potencial y la responsabilidad es mayor que en esta región.

Durante demasiado tiempo, la política pública ha quedado atrapada en una falsa disyuntiva: desarrollo o conservación. La lógica dominante con frecuencia dice que hay que elegir entre proteger los tesoros ecológicos (como la Amazonia, los páramos de los Andes, los arrecifes del Caribe) o crear empleo y prosperidad. Pero esa dicotomía es ilusoria. La biodiversidad no es un obstáculo al desarrollo, es un activo productivo estratégico. En ella está el conocimiento para rediseñar materiales, reinventar sistemas energéticos, desarrollar nuevos medicamentos y crear industrias competitivas y regenerativas.

El salto del extractivismo a la innovación no ocurrirá por accidente. Exige dirección de política, financiamiento paciente y cooperación científica. América Latina ya es líder en conservación, con más del 22% del territorio beneficiado de algún estatus de protección, pero solo con cercas no habrá transformación estructural. Una nueva investigación de CAF, banco de desarrollo de América Latina y el Caribe, y la Universidad de Oxford, que se lanzará en la COP30 de Cambio Climático en Belém de Pará, muestra que muchas políticas de bioeconomía en la región, pese a su relevancia, corren el riesgo de reproducir lógicas extractivas; mientras, los esfuerzos científicos en biodiversidad siguen aislados de la política industrial y financiera. El resultado: economías que protegen la naturaleza, pero aprenden poco de ella. Ecoturismo y pagos por servicios ambientales son importantes, sí, pero no sustituyen el aprendizaje industrial ni la escalada tecnológica. Sin un canal de innovación que conecte el conocimiento biológico con el diseño de productos, patentes, desarrollo industrial y exportaciones, la región seguirá siendo proveedora de muestras, pero no modeladora de mercados.

Financiación productiva

En la actualidad la financiación de biodiversidad se concentra más en proteger que en transformar. Eso debe cambiar. Hace falta una nueva taxonomía de financiación que identifique qué inversiones generan empleo de calidad, capacidades tecnológicas y derechos de propiedad local. En América Latina y el Caribe, los bancos de desarrollo, en particular CAF, están en posición de actuar como inversores catalíticos, desplegando capital de largo plazo y mayor tolerancia al riesgo para que la biodiversidad deje de ser un patrimonio pasivo para convertirse en motor de innovación. CAF, de manera alineada con su compromiso de ser el banco verde y azul de América Latina y el Caribe, ya ha empezado. En el marco de su estrategia de biodiversidad positiva y su enfoque basado en la actuación en ecosistemas estratégicos, diseña instrumentos que unen conservación y desarrollo productivo, apoyando acciones e infraestructuras regionales de investigación y sistemas de datos de biodiversidad, promoviendo pilotos de innovación bioinspirada e involucrando a las comunidades locales y pueblos indígenas para integrar el conocimiento ancestral. La lógica es sencilla: la financiación en conservación se convierte así en financiación para la transformación.

La biointeligencia

La naturaleza no es solo un almacén de materiales: es un sistema de conocimiento. El recientemente lanzado Atlas de las Innovaciones de la Naturaleza, desarrollado por el centro TIDE de la Universidad de Oxford y Asteria, utiliza inteligencia artificial para identificar analogías biológicas a desafíos industriales y energéticos. Muestra que la biodiversidad puede alimentar directamente el diseño tecnológico. De las estructuras de ADN a chips con más capacidad y resistencia; del control térmico de los termiteros a la refrigeración pasiva de edificios o centros de datos; de la hidrodinámica de las escamas de los peces a recubrimientos antiincrustante para barcos. Esta biointeligencia puede situar a América Latina y el Caribe en la intersección de las transiciones verde y digital, siempre que la región invierta en datos abiertos, cooperación científica regional y marcos éticos de reparto de beneficios con pueblos indígenas y comunidades locales.

Ecosistemas de innovación

La frontera de la innovación en biodiversidad no se activará suficientemente país por país. Los ecosistemas naturales cruzan fronteras y los sistemas de innovación también deben hacerlo. Por eso, América Latina y el Caribe necesita plataformas regionales de investigación que sumen infraestructuras, datos y talento. Instituciones existentes como el Programa Iberoamericano de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo (CYTED), el Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global (IAI) o los Institutos Nacionales de Investigación, podrían liderar convocatorias conjuntas de investigación y desarrollo (I+D), biorepositorios compartidos y programas de movilidad para investigadores, creando la escala y complementariedad que los presupuestos nacionales por separado no alcanzan.

Los bancos de desarrollo tienen también aquí una responsabilidad y un potencial. Si invierten en ecosistemas de innovación basados en biodiversidad, podrán financiar laboratorios, bases taxonómicas y plataformas digitales que sostengan la bio industrialización. Los Gobiernos, por su parte, pueden incorporar la biodiversidad a la política industrial y de innovación, vincular subsidios de I+D a misiones bio innovadoras e integrar la bio innovación en la educación. Juntas, estas acciones pueden cambiar la posición estructural de la región: de exportar materias primas a exportar ideas.

La promesa ya es tangible. Equipos latinoamericanos desarrollan hidrogeles inspirados en gusanos marinos o sistemas de reforestación que imitan la dispersión natural de semillas. Son avances que anticipan un futuro en el que la biodiversidad genere riqueza y resiliencia. La agenda en evolución de CAF y Declaración de Chicó Bogotá para una Biodiversidad Positiva en América Latina y el Caribe: de la ciencia a la acción, impulsada junto a la comunidad científica regional en la COP de Biodiversidad de Cali haciendo un llamado a la integración de la ciencia en las políticas y las finanzas, son señales alentadoras de que la cooperación regional comienza a ponerse al día con la realidad ecológica. Ahora la escala y la velocidad son críticas.

La naturaleza como inspiración

La economista venezolana Carlota Pérez, experta en tecnología y en desarrollo socioeconómico, lleva décadas señalando que cada revolución tecnológica arranca del uso inteligente de los recursos locales. Si América Latina y el Caribe alinean ciencia, finanzas y gobernanza con esta visión, podrán liderar una nueva era de desarrollo y prosperidad basados en la biodiversidad, en la que la naturaleza no es la víctima del progreso, sino su inspiración.

No se trata de si la región puede permitirse invertir en innovación basada en biodiversidad, sino de si puede permitirse no hacerlo. Que el vuelo del colibrí, ágil, adaptable, regenerativo, guíe el próximo capítulo del desarrollo productivo de América Latina y el Caribe.

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