El cooperativismo, el secreto de Uruguay contra la especulación inmobiliaria en tiempos de Airbnb
Cerca del 60% de los uruguayos tiene una casa digna y propia, incluyendo a personas de escasos recursos, gracias al programa de Ayuda mutua, que combina los subsidios estatales y la mano de obra de los inquilinos


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Patricia Ríos había descartado hacía años la idea de comprar una casa propia. Entre su trabajo como auxiliar de servicio y el de su marido, como encargado de mantenimiento, los 30.000 pesos uruguayos (750 dólares) que entraban a la casa mensualmente eran insuficientes para que les concedieran un préstamo y aspirar a ese sueño. Vivieron de alquiler en Mercedes, en el departamento uruguayo de Soriano, pagando más de la mitad de sus ingresos por 15 años hasta que hace cinco, Ríos volvió a ilusionarse. Esta vez no sólo con tener su propio hogar, sino por construirlo con sus propias manos.
En 2016, Ríos se animó a crear una cooperativa junto a otras 29 familias para aplicar al sistema de vivienda social por Ayuda Mutua, un programa creado en los años 60 para construir apartamentos de propiedad horizontal para las clases trabajadoras que no contaban con un hogar digno. Este modelo basado en la autoconstrucción y gestión comunitaria ha seguido vigente hasta la actualidad sin importar los cambios de Gobiernos. Es una política de Estado que se sostiene por los resultados y por la fuerza de las cooperativas que los componen, unas 730 en un país de menos de 4 millones de habitantes.
En los últimos 15 años, se construyeron 20.058 hogares con esta modalidad que combina subsidios estatales y la propia mano de obra de los integrantes de la cooperativa quienes, durante la fase de construcción, dedican 4,5 horas al día a poner en pie sus casas. “Es la única manera para la clase trabajadora”, dice en una videollamada emocionada. Desde su ventana, se asoman los apartamentos de sus vecinos. Una hilera de duplex pintados de gris y naranja frente a otros similares de un solo piso en una tranquila calle en la que juegan los fines de semana los niños del barrio.

Hasta llegar a tener las llaves en el bolsillo, pasaron cinco años de conocerse y trabajar codo con codo, tomar decisiones como colectivo, levantar las paredes y techos y sortear finalmente quién se quedaría con qué casa. Ríos, tesorera de la cooperativa Covijuvmer XXV, dice que lo volvería a hacer una y mil veces. “Yo de hecho sigo ayudando a otras en construcción. Me quedó gustando”, narra tímida esta mujer de 55 años.
Pero la construcción fue el último escalón. Todo empezó con la elección del terreno. Seleccionaron una antigua cancha de fútbol cedida al Estado. Así, el pago del suelo se tradujo en una donación a la institución que ellos eligieran. “Decidimos que era conveniente dárselo al Hogar de Niños, que necesitaban reformas y fondos”, cuenta. Tras la luz verde del terreno siguió con el acompañamiento un grupo interdisciplinar de abogados, asistentes sociales y arquitectas como Carla di Stasio, quienes supervisaron y aconsejaron el proceso desde los planos a papel hasta ver la construcción habitada.
Una vez se mudan a los apartamentos -que pueden haber sido construidos desde cero o emplear muestras prefabricadas- los usuarios devuelven el préstamo del Ministerio de Vivienda en cómodas cuotas que son subsidiadas en caso de que la familia atraviese algún problema o shock económico. Si bien este programa permite elegir entre una propiedad colectiva o individual, la mayoría de los proyectos apuestan por la horizontal. Esta modalidad permite también heredar a los hijos la casa o incluso venderla, siempre que los nuevos usuarios formen parte de la cooperativa.
“La gente se empodera con el cooperativismo”
“Gracias al trabajo en equipo se mejora la vida de quienes lo integran”, resume la arquitecta, quien ha asesorado 19 proyectos en el país, principalmente fuera de la capital. “Hay muchas personas que no terminaron sus estudios y se ponen objetivos, aprenden organizarse, manejan las cuentas y las computadoras... La gente se empodera de estos nuevos roles”, asegura.

Uruguay es uno de los países de la región con mayor trayectoria en el mundo del cooperativismo, como resultado de su apuesta por la educación pública, la fuerte imprenta social, los movimientos sindicales del país y la presencia de un marco legal sólido al respecto. Di Stasio, quien también forma parte de una cooperativa de trabajo, Coprofasi, señala el cambio generacional que ha visto a lo largo de su trayectoria: “Antes recurrían a la ayuda mutua familias más adultas. Las cooperativas de hoy en día están conformadas por jóvenes monoparentales con primeros trabajos o familias, pero mucho más jóvenes que antes”.
“Los jóvenes no pueden permitirse una casa”
De acuerdo a Elkin Velásquez, director regional para ONU-Hábitat, los jóvenes eligen no comprar una casa. “Lo que yo veo es que muchos jóvenes están ahorrando, generan rendimientos y en algún momento acceden a una vivienda, pero no se comprometen a quedarse toda la vida o 30 años pagando una hipoteca”, le dice a América Futura. Sin embargo, para otros expertos como Pablo López, coordinador de agenda de vivienda de CAF, la radiografía latinoamericana muestra un descenso en la vivienda propia, principalmente por los bajos salarios y la especulación en los principales núcleos urbanos. “Hay una proporción muy amplia de jóvenes que descartaron la opción de tener vivienda propia porque no pueden permitírselo”, lamenta.
Con sueldos medios de menos de 300 euros en Colombia, 400 en México o 250 en Guatemala, la única opción para muchos jóvenes es seguir viviendo con los padres o asumir la etiqueta de inquilinos. Esta realidad está detrás de unas cifras contundentes: en los últimos 20 años, la tasa de propietarios en muchos países de la región cayó hasta un 15 y 20 puntos porcentuales. Colombia y Chile, a pesar de que tienen robustas políticas de vivienda, son quienes presentan un mayor declive. “Invierten cerca de un 1% en vivienda y para salir del déficit cuantitativo necesitarían al menos un 7%”, señala López.
En países como Panamá y Paraguay, aunque los números no son tan críticos, existe un abismo entre la población de estratos más bajos y los medios. Y, en Costa Rica, la mayoría de quienes acceden a la compra de una casa lo hace mediante la tarjeta de crédito y sus infinitos intereses.

En Uruguay, el 57,3% de la población tiene casa propia. Aunque América Latina y el Caribe es una región de propietarios (con una tasa de casi el 70%), la diferencia entre ambos porcentajes es la calidad de las mismas. Mientras que en la región, nueve de cada diez viviendas son precarias, en Uruguay el 99% de las viviendas cuenta con electricidad, 93% accede al agua potable y 94% tiene inodoro con cisterna, de acuerdo con cifras oficiales.
Si bien López considera que para cerrar la brecha se necesitan una batería multidimensional de medidas, señala el cooperativismo en Uruguay como una de las opciones para garantizar la vivienda digna que, además, le haga frente a la especulación. “En los hogares de propiedad cooperativa queda muy limitada la posibilidad de especular. Uruguay es sin duda un país que tiene mucho que enseñar a la región”.
Para Cora Alonzo, asesora para la Dirección Nacional de Vivienda, un organismo perteneciente al Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial, la Ayuda Mutua traspasa el primer objetivo de otorgar vivienda digna a los uruguayos: “Estas cooperativas crean ciudad y crean comunidad. Es cooperativismo con el barrio, con el entorno… Se generan servicios de agua, escolares, energía alrededor. No es la ayuda mútua en sí, sino lo que significa. Lo mucho que se transforma el territorio alrededor de ello”.
Ríos asiente enérgica cuando le preguntan por la transformación en la comunidad. Nadie niega que lo colectivo presenta retos como los roces entre familias o la implicación de unos y otros. “Pero lo cooperativo te enseña mucho. Aprendes a vivir en grupo y no solo pensando en uno”. Su hija y su hermana también forman parte de Covijuvmer XXV y varias compañeras de trabajo están cerca de montar su propia cooperativa. “Hay gente con plata que piensa que la clase trabajadora es vaga, que vivimos de las ayudas. No somos vagos, nos dan una parte y la devolvemos con muchos sacrificios. ¿Cómo vamos a ser vagos si nosotros mismos estamos montando los ladrillos?”.
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