Las tierras indígenas de la Amazonia reducen la propagación de hasta 27 enfermedades
Un estudio realizado en ocho países confirma que los bosques sanos y protegidos por estas comunidades benefician la salud humana

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El efecto positivo que tienen los territorios indígenas amazónicos sobre la biodiversidad y el cambio climático está sobre diagnóstico. En la mayor selva tropical del mundo, donde habitan 2,7 millones de indígenas, se retienen alrededor de 100.000 millones de toneladas de carbono, el equivalente a más de diez años de emisiones globales de combustibles fósiles. Allí está un cuarto de la biodiversidad del planeta. “Lo que queríamos conocer, era qué relación tenían estos territorios indígenas y sus bosques con la salud humana”, comenta a América Futura la doctora brasileña Paula Prist, investigadora de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y una de las autoras del primer estudio regional que da luces sobre el tema.
En la Amazonia, los municipios más cercanos a bosques saludables en tierras indígenas tienen un menor riesgo de aumento de casos de enfermedades relacionadas con los incendios o transmitidas por animales e insectos. Esa es la conclusión a la que llega el análisis publicado en la revista científica Communications Earth and Environment. Prist examinó datos de entre 2001 y 2019 de ocho países amazónicos (Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Venezuela y Guyana Francesa), vinculados a 30 millones de casos de 21 enfermedades relacionadas con incendios y seis transmitidas por vectores y concluyó que “los bosques indígenas del Amazonas traen beneficios a la salud de millones”.
El estudio, recuerda, es una continuación de una investigación que realizaron hace un par de años y que tuvo una motivación clara: Jair Bolsonaro, el entonces presidente de Brasil que buscaba abrir los territorios indígenas para que pudieran ser explotados. “Esto bajo el argumento de que no eran útiles”. Para demostrarle que no tenía razón, calcularon cuáles eran sus contribuciones, tanto en salud, como económicas. Al proteger los territorios indígenas del Amazonas brasileño, se pueden evitar más de 15 millones de casos respiratorios y cardiovasculares cada año, con un ahorro de aproximadamente 2.000 millones de dólares solo en gastos sanitarios, según sus conclusiones.
El ejercicio lo repitieron, pero esta vez a escala regional, sumándole las afecciones transmitidas por vectores y con resultados más engorrosos de interpretar. La capacidad que los bosques en territorios indígenas tienen de mitigar las enfermedades es compleja y depende de la estructura del paisaje local. En el caso de las enfermedades asociadas a los incendios, como pulmonares y respiratorias, las tierras indígenas que están en municipios con alta cobertura forestal sí pueden mitigar la incidencia de los efectos de las partículas de menos de 2,5 micrómetros que se liberan con el fuego. Mientras, para la segunda categoría —que incluye malaria, chagas, hantavirus, fiebre maculosa y leishmaniasis, tanto cutánea como visceral— si hay bosques que cubren más del 40% del municipio, tanto fuera como dentro de los territorios indígenas, los efectos negativos pueden ser reducidos.
La fragmentación de los bosques, además, surgió como un punto relevante. Cuanto más fraccionada o cortada este la selva, hay más bordes expuestos a otras condiciones. Allí, en ese espacio límite entre el bosque y otros suelos, se crea un microclima, usualmente más cálido, que atrae a mosquitos y otras especies que transmiten enfermedades. En los bordes, igualmente, los árboles pierden humedad, por lo que son más propensos a incendiarse, y se da pie a un escenario lógico: los humanos entran en mayor contacto con ese degradado ecosistema.
Que sean relaciones complejas —y no tan fuertes como las encontradas en Brasil— no lleva a que Prist vea como frágil la relación positiva entre territorios indígenas y salud humana. “Cuando analizamos las tierras que no estaban tituladas legalmente o que no recibían recursos para su protección, su impacto en la salud fue negativo”, aclara la bióloga. Además, advierte que este segundo trabajo implicó un desafío monumental en cuanto a la recolección de datos: no en todos los países son públicos, no en todos es una información que, si se solicita, cede el Gobierno y, en algunos, ni siquiera existe. En el documento, explican que Guyana fue el único país para el que no se dispone de datos sobre enfermedades, lo que representa el 3 % del bioma amazónico. “En total, logramos datos temporales sobre enfermedades de 1.733 municipios de ocho países, lo que representa el 74,3% de toda la Amazonia”, afirma.
Prist también recuerda que el que han hecho no es un trabajo exhaustivo. Los beneficios de los territorios indígenas y sus bosques sobre la salud humana van más lejos. ¿Qué pasaría si se incluyera un análisis de cómo el cambio climático —mitigado hasta cierto punto por la Amazonia— detona dolores de cabeza, golpes de calor, fatiga o deshidratación? La fórmula puede ir más lejos e incluir lo que pasa con la salud humana tras los desastres climáticos intensificados por el aumento de la temperatura o por las inundaciones favorecidas por la pérdida de árboles.
“Hay unos efectos perjudiciales que no se han contabilizado y se están subestimando”, asegura. “Desde hace tiempo sabemos que la selva tropical alberga plantas y animales medicinales que han curado innumerables enfermedades”, agrega. Esa suerte de carácter de farmacia y de medicina preventiva que tienen los bosques, es algo que no se puede olvidar.
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