La buena hora del cacao guatemalteco: resistencia indígena hecha chocolate
El sueño de exportar cacao fino y el alza histórica en el precio internacional se alinean a favor de los descendientes directos de los mayas
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Para los mayas prehispánicos, el cacao fue un cultivo sagrado y una moneda de cambio. Diez granos se transaban por un conejo, y cien, por un pavo o un esclavo. En contraste, para Concepción Yat Rax, una agricultora q’eqchi de 57 años, nativa del departamento de Alta Verapaz, en Guatemala, el cacao representó a lo largo de su vida un pésimo negocio.
Frente a uno de sus árboles de cacao, con una tijera de poda entre sus manos, Concepción denuncia el usufructo abusivo de los intermediarios. “Cuando íbamos al pueblo a vender, todavía verificaban su calidad, si estaba bueno o malo, y nos bajaban el precio del producto. Además, no pesaban correctamente nuestro cacao, se robaban demasiado desde el pesaje”.
La desconfianza de Concepción por el “intermediario blanco” tiene raíces en la historia de lucha y derramamiento de sangre indígena de su región. Alta Verapaz fue epicentro del recrudecimiento del largo conflicto armado en Guatemala (1960-1996) que, tras la firma de la paz en 1996, quedó sumida en una crisis humanitaria de la que se aprovecharon comerciantes avaros.
Según el Ministerio de Agricultura, este departamento concentra la mayor superficie de área cultivada de ese grano en Guatemala, el 31%, y, ante la falta de regulación estatal, los intermediarios se enriquecieron a costa de los agricultores. A Concepción, por ejemplo, le solían pagar 3 quetzales por una libra de cacao fresco, es decir, alrededor de 40 centavos de dólar. Eso, si lo pesaban bien.
El resultado de décadas de un comercio injusto, fue una extendida pobreza. Basta con revisar que la región del valle del río Polochic, donde vive Concepción y rica en un verdor fructífero, tiene el Índice de Desarrollo Humano más bajo de entre los 22 departamentos de Guatemala, según el informe del PNUD, con datos al 2018. Una paradoja que no solo refleja el hondo empobrecimiento económico al que se enfrenta el millón de indígenas q’eqchi que allí habita, sino que evidencia su exclusión histórica, el racismo estructural y el abandono del Estado.
Un desamparo por el que es frecuente escuchar historias de jóvenes quienes, de súbito, optan por migrar a Estados Unidos. Otros se aferran a la idea de Marvin López, uno de los pioneros en la región en implementar un modelo de asociatividad agrícola, para sacar a los intermediarios de la ecuación.
Así, López cofundó la Asociación de Productores Orgánicos de la región del Polochic (Apodip), por la que lidera a 1.300 familias productoras de cacao, como la de Concepción Yat Rax. “En la región, hace 10 años no figuraba el cacao”, afirma. “Guatemala ni siquiera figura en el mapa del cacao mundial, a pesar de que históricamente nos corresponde, porque hay una relación directa con la parte cultural, ancestral, porque está en todo, en las comidas, en los rituales, en los vestigios de la civilización maya”.
El orgullo de los q’eqchi
Hace tres años, López se aventuró a dar el paso crucial para exportar el cacao de sus asociados artesanos a los mercados internacionales. Una tarea que bien saben hacer países latinoamericanos como Ecuador, Colombia y República Dominicana. Para ello, había que construir una planta agroindustrial de 1,2 millones de dólares, con la cual se pudiera refinar el cacao seco a una pasta o licor de alta calidad.
“Después de haber tocado puertas en diferentes sectores, fueron las ONG las que terminaron donando el 40% de la inversión, encabezadas por Heifer International, la Fundación Defensores de la Naturaleza o Rikolto, entre otras” recuerda López. Para el 60%, obtuvieron un crédito financiero, al que aún le restan seis años de pago de cuota mensual.
Lo más destacable de la planta, que se inauguró el pasado 18 de junio al son de la marimba en la aldea Campur, es que los dueños son los 1.300 pequeños productores que, para esta empresa en particular, se asociaron bajo una misma sombrilla: la cooperativa Coopekakaw. Quiere decir que el dinero producido por la planta, servirá, para mantener su operación; para pagar el 60% de la deuda; y, lo que sobre, se lo repartirán en dividendos.
“No estoy asegurando que con esto los productores saldrán de la pobreza total, pero sí contribuye a subsanar y a resolver muchas necesidades de los productores”, acota López. Lo cierto es que la planta, dotada de una moderna maquinaria italiana, está en capacidad de producir hasta 200 toneladas métricas de pasta o licor de cacao al año.
La buena noticia para los agricultores del Polochic es que la mitad de dicha producción, es decir 100 toneladas anuales, ya está vendida a uno de los donantes: los franceses de Ethiquable, quienes fabrican barras de chocolate de origen, con las cuales surten los estantes de los supermercados de París.
Cacao con notas frutales y especiadas
El mismo día en que se inauguró la planta, Ophélia Leichtnam y Nicolas Eberhart, dos franceses fácilmente identificables entre un universo de indígenas mayas, se refugiaron en el pequeño laboratorio de degustación de cacao. Al cucharear los diferentes tipos de cacao según las zonas de cultivo, reconocieron aromas y notas tan interesantes como la del cardamomo, “la reina de las especias”, que suelen cultivar los indígenas en Alta Verapaz.
Leichtnam confía que el perfil del cacao de Guatemala será muy apetecido en Francia “porque es muy equilibrado: hay tanto notas de fruta y de especias, bastante redondas que, a un porcentaje elevado (78%), dan un chocolate de muy buena calidad”.
Por su parte, Eberhart explica que la nueva planta permitirá que Guatemala se sume al mercado de barras de origen, con el que su empresa de comercio justo vende veinte millones de unidades al año. “En diciembre de 2024, el precio del cacao se disparó. Un alza histórica debido al déficit de producción en Costa de Marfil, por lo que hoy en día estamos comprando a 12.500 dólares la tonelada, lo que representa el triple para los pequeños productores”.
Justamente el alza en los precios es lo que tiene gratamente sorprendida a Concepción. Ahora recibe 14 quetzales por cada libra de cacao fresco -casi dos dólares-, lo que representa 4,5 veces más de lo que percibía años atrás. “Por eso es que hoy estoy contenta con mi cultivo, es mi esperanza para ayudar a mi familia, porque aquí tengo una fuente de ingresos”.
Concepción ignora que la bonanza de su cacao tenga relación con un país tan remoto como Costa de Marfil, el mayor productor del mundo. Pero después de años de pagos escasos, se sienta a placer bajo las copas de sus árboles de cacao, a desgranar el fruto en baba y recolectarlo, satisfecha, por fin, de sentir que su pueblo q’eqchi recibe un precio justo. De vez en cuando, se echa uno que otro a la boca, para saborear el dulzor de la pulpa blanca, mientras se ríe carcajadas con sus vecinos.
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