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Venezuela
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando las víctimas de la violencia machista en Venezuela tienen que hacer las preguntas

Una nueva denuncia colectiva contra la agresión psicológica y sexual de un fotoperiodista venezolano impulsa una serie de reflexiones sobre los retos de denunciar bajo la persecución política en el régimen de Nicolás Maduro

Florantonia Singer

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Catorce mujeres —la mayoría periodistas— han tenido que recoger sus propios pedazos para poder contarlo. Sin conocerse, se buscaron, tejieron una red para acompañarse y confirmar que lo que vivieron en relaciones románticas de varios tipos, en distintos países y épocas —todas con un mismo hombre— es violencia y que ellas son víctimas. Así, se unieron para una denuncia colectiva en redes sociales sobre la violencia psicológica y sexual de la que acusan al fotoperiodista venezolano Iván Reyes, colaborador de medios nacionales e internacionales y que ha sido parte de redes periodísticas regionales, como ha revelado el medio feminista Redsonadoras. El reportero ha mantenido silencio ante la denuncia, y no ha respondido a preguntas por parte de EL PAÍS.

Este caso abre heridas de otros vividos en Venezuela en los últimos años, como el del poeta Willy McKey y los músicos Alejandro Sojo y Tony Maestracci, cuando estalló el #YoTeCreo en el país, o más recientemente el del escritor Ibsen Martínez. También muestra, una vez más, que el esfuerzo que implica para las víctimas denunciar la violencia machista —en todas sus escalas— nunca es suficiente. Ellas, además, tuvieron que hacer preguntas al ser interpeladas, especialmente por el silencio y las miradas esquivas que ha tenido este caso en Venezuela, siempre demasiado en crisis para hablar de otra cosa.

A finales de octubre, se creó una cuenta en Instagram que dio difusión a los relatos de Ana, Alexandra, Nicole, Susana, Jess, Vicky, Marta y otras mujeres que reservan su identidad para narrar lo vivido con quien identificaron primero como “foto narcisista”. Son historias que protegen a las víctimas, muchas en situación de vulnerabilidad, como migrantes o como periodistas en Venezuela, donde se persigue políticamente a quienes ejercen este oficio. Son historias que también reservan los detalles más dolorosos para evitar una revictimización, pero que, en conjunto, son un inventario de patrones de violencia que se han establecido como delitos en leyes, pero que siguen ocurriendo porque el patriarcado hace que, hasta las víctimas, incluso duden de que lo son.

De acuerdo con la denuncia, y la investigación que han hecho las propias periodistas y víctimas, de las 14 historias de relaciones documentadas en tres hubo violación, en nueve, violencia psicológica, en seis, se contaron episodios de coerción para tener relaciones sexuales sin protección y grabaciones íntimas sin consentimiento, en cinco, aprovechamiento económico y laboral de las mujeres. Después de la funa digital, otras cinco mujeres las han contactado para decir que sufrieron el mismo patrón con Reyes.

“Queda claro que esto es un tema sistemático y un secreto a voces en el gremio periodístico venezolano y que también es un problema de toda la gente que se ha quedado callada todo este tiempo”, dice por teléfono Gabriela Mesones Rojo, periodista venezolana que denuncia haber vivido una relación abusiva con Reyes. A ella le ha sorprendido cuánto ha costado que un tema que también concierne al periodismo no entre en la agenda de los medios en el país. Las preguntas las tuvieron que hacer ellas mismas. En un post del 30 de octubre publicado en la cuenta @fotonarcisista interpelan a todos. “¿Por qué parece que hay que ser una “víctima perfecta” para ser escuchada? ¿Por qué el silencio del agresor pesa menos que el grito de las víctimas? ¿Por qué la duda siempre se dirige a quienes sobreviven, y no a quienes dañan?”.

Mesones Rojo dice que se siente conforme con romper el silencio y que la información ayude a tomar mejores decisiones a las mujeres y a quienes lideran entornos laborales en los que el agresor se mueve, como la Red Latam de Jóvenes Periodistas, que ya ha publicado un comunicado en el que lo desvincula de la organización. “Nos parece fundamental expresar nuestra solidaridad con las denunciantes”, dice este.

Quienes han denunciado desde Venezuela, sienten una vulnerabilidad adicional por la imposibilidad de obtener justicia y la inexistencia de protección institucional. Al ser periodistas, también están en riesgo de persecución política. Los medios independientes del país están en una situación de asfixia y algunas de las víctimas temen que la denuncia pueda ser usada por el Gobierno para restringir aún más el trabajo de los que quedan. La deriva autoritaria en Venezuela ha hecho que, luego de las avalanchas de denuncias de 2021, cuando se expusieron los abusos y delitos cometidos por Willy McKey —que se suicidó en medio del estallido en redes sociales— y otros, la situación no sea mejor. Los casos fueron salpicados por la pantanosa política venezolana y pronto quedaron enterrados en la inercia informativa.

Ese doloroso deslave de más de 500 testimonios que entonces fueron recopilados por el movimiento #YoTeCreo era una discusión postergada en Venezuela. Pero parece que no ha sido suficiente para mantener un camino ancho para la empatía hacia las siguientes víctimas y para que los periodistas y medios estemos mejor preparados para investigar, acompañar y cubrir estos casos. El mundo también es distinto al que abrió las compuertas al #MeToo. Una ola antiderechos está imponiendo peligrosamente sus narrativas. “En 2021 había medios que tenían líneas editoriales de género fijas, financiamiento para talleres, el tema estaba de moda, por decirlo de alguna manera. Hoy, el recorte de la ayuda exterior de Estados Unidos a ONG y medios ha significado un retroceso en los derechos de género”, expone Mesones Rojo. “En 2021, había Twitter abierto en Venezuela, ahora está bloqueado, fue comprado por Elon Musk y el timeline es como entrar a las puertas del infierno”.

Ellas mismas también han tenido que hacer el análisis. “Este proceso me ha enseñado lo solo que uno se siente cuando uno está atravesando una relación donde hay violencia emocional. La gente la cuestiona a una”, dice Alejandra Arredondo, una periodista colombiana que también ha denunciado ser víctima de Reyes. “A veces, yo decía: ‘Marica, ojalá me hubiera pegado’. Porque la violencia psicológica está súper normalizada y la gente te dice que es que todos los hombres son así. La gente no se quiere reconocer como víctima de violencia”, cuenta por teléfono desde Estados Unidos, donde vive hace siete años. Para Arredondo, falta mucha educación, para que niñas y mujeres sepan identificar la manipulación emocional y las formas de violencia, y repercusiones laborales y sociales para los agresores. También hace falta que a las víctimas se les crea.

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