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Despedida a Miguel Ángel Bastenier

Compañeros de profesión, alumnos y personalidades nacionales e internacionales rinden homenaje al columnista y maestro de periodistas

Miguel Ángel Bastenier, en una imagen de 2003.

Bastenier era único. Como periodista, como profesor y como persona. Por eso era habitual que los alumnos empezaran acudiendo a sus clases con un indisimulado recelo que luego la mayoría convertía en admiración absoluta y duradera. Era, aparentemente, un hombre atado a su vanidad, a la que tenía derecho; pero le decías que bajara la ceja y entonces se reía de sí mismo, y de los verdaderamente vanidosos. Compañeros y personalidades le rinden homenaje.

EL PAÍS

Un periodista latinoamericano nacido en España

Ha partido el más fabuloso de los periodistas latinoamericanos nacido en España, Miguel Ángel Bastenier. Maestro y padre, no dejarás nunca de estar presente, como te dije hace dos días por correo. Fuiste el impulsor de casi todas las decisiones que he tomado como periodista, desde que a los 23 años te conocí en Cartagena. No dejaste nunca de ser mi guía y mi amigo y yo no dejaré de sentirme tu hija, como muchos en estas tierras. Te vamos a extrañar tanto, tanto y no sabes la tristeza inmensa que provoca tu partida. Seguramente en miles de rincones de Latinoamérica se te llora como en Santiago de Chile ahora. Contigo se va un periodista brillante pero, sobre todo, un ser humano excepcional. El único consuelo, de haberlo, es la certeza de que seguirás vivo cada vez que alguno de nosotros se siente frente al computador y aparezca tu imagen y tu voz, en tu lucha cotidiana por la defensa del castellano. Porque la muerte, Miguel Ángel querido, no te hará desaparecer.

Te quiere mucho, 

Rocío de las montañas nevadas (como me llamaste la última vez)

Buen viaje.

Rocío Montes

EL PAÍS

Gracias por decirnos que nuestros textos eran una mierda

Querido maestro y amigo, gracias por tanto. Gracias por tener una mente privilegiada. Eso hacía que no solo no se te escapara ninguna fecha —en serio, ninguna, eras prácticamente una enciclopedia—, sino que, además, eso te permitía llamar a todos tus alumnos por sus nombres desde el minuto uno. Incluso a aquellos que no veías desde hace mucho, aquel que estuvo en un taller en algún país latinoamericano hace 5,10 o 15 años. Nos recordabas a todos. Gracias por decirnos que nuestros textos eran una verdadera mierda. Eso no solo nos hizo escribir mejor; también hizo que la piel se nos fuera poniendo dura para lo que nos esperaba allí afuera. Gracias por hacernos cómplices de tus vicios. Sabes de qué te hablamos y no se lo hubiésemos consentido a nadie más que a ti. Gracias por no entender qué era eso de la corrección política. O tal vez sí, lo entendías perfectamente y, por ello, parece que te levantabas cada día con el propósito de hacer justo lo contrario. Gracias por contagiarnos tu amor y respeto por el idioma. Una palabra no vale lo mismo que otra, y lo aprendimos a las malas. No te valía que te dijéramos que la RAE ya aceptaba tal o cual acepción. Tú nos respondías: "Los de la RAE son muy socialdemócratas". Gracias por haber sido brillante y provocador a partes iguales; tan español como latinoamericano; duro y crítico a rabiar, pero un hombre que también sabe elogiar. Hoy centenares de periodistas escribimos mejor por ti. Se escriben mejores periódicos por ti, aunque por más que lo intentaste —y mira que lo intentaste— los titulares en Latinoamérica siguen sin llevar artículos. Te admiramos, te respetamos, te extrañamos. Y te imaginamos con tu paquete de tabaco, enfundado en tu jersey cuello pico y tus gafas "empañadas", echándonos la bronca o haciéndonos reír. Gracias, maestro y amigo.

28 Promoción de la Escuela de Periodismo de EL PAÍS

EL PAÍS

Periodista con talento y humildad. Comentarista siempre esperado en El País virtual. Expresión auténtica de un periodismo iberoamericano. Nuestro respeto, cariño y agradecimiento desde este otro lado del Atlántico. 

Jaime Paz Zamora 

Presidente Constitucional de Bolivia (1989-1993)

EL PAÍS

Miguel Ángel Bastenier era un aeroplano

Éel María Angulo

Miguel Ángel Bastenier era un aeroplano que sobrevolaba textos y dibujaba en ellos una estela de precisión. Con el motor de la rigurosidad, me enseñó a atravesar ese cielo al que los amantes de las letras llamamos periodismo. Su vuelo lo conocí en 2010, pero solo hasta 2013 fui testigo de cuán grandes eran sus viajes, fue en un taller de tres días en el Museo del Caribe, en una sala clara frente a una enorme mariposa amarilla. Tras 13 noches dedicadas a leer las 337 páginas de ‘¿Cómo se escribe un periódico?’, quise volver a verlo. Un año después, me postulé a una beca de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, Fnpi. La gané. Por 30 días me fui a Cartagena a convertirme en nube, en una de esas a las que el aeroplano Baste surcó con sus anotaciones sobre el peligro de la voz pasiva y el veneno de la sinonimia. Fue el culpable de que pasara casi un mes sin dormir. Nunca estuve tan nerviosa como la noche anterior a la revisión del primer texto que debía entregarle. Me agobió tanto, que gracias a su exigencia terminé por encontrar la más bella historia de amor caribeño que pude imaginar, era la de una viuda que llevaba veinte años mirando caer las tardes al pie de la tumba de su esposo en el cementerio de San Diego, donde -por falta de mantenimiento- el suelo se abrió y dejó casi al aire un buen número de ataúdes “podridos”. Lo leyó en voz alta frente al grupo de latinoamericanos que se volvió mi familia insurrecta. Chocó las palmas en nombre de la “Niña Ill”, como me llamaba. Desde entonces, empecé a dormir menos y a leer más. No quería fallarle. Me enseñó a no conformarme, a dudar siempre, a creer nunca. Hoy, le escribo desde tierra, desde donde aguardamos los que lo queremos. Sí, en presente, porque el cariño no muere. Hoy, le escribo para ver -desde abajo- cómo se eleva y dibuja la firma celeste que estampaba en los libros con las letras apretadas y esfero torcido: Miguel Ángel,  Miguel Ángel Bastenier.

Bogotá, Colombia. 28 de abril de 2017.

EL PAÍS
José Nicolás

Conocimiento y gran estilo

José Andrés Rojo

Cuando terminaba su pieza, y entraba en el despacho para avisar que estaba lista, le asomaba una sonrisa traviesa y comentaba: este me ha salido de diez. Pero es que resultaba que todos sus textos le salían siempre de diez, perfectos, impecables. Quizá alguna vez, y para eso habría que retrotraerse a la antigüedad, confesó que alguno se le había queda en un nueve con cinco. Pero eso, de haberse dado, sería lo excepcional. Y seguramente tenía razón: Bastenier procuraba trabajar en ese nivel, con esa ambición, y para situarse ahí y conquistar la soltura con que la escribía, la monumental información que manejaba, las referencias históricas que cultivaba, su vasta erudición que nunca se notaba, había trabajado mucho, leído mucho, consultado muchas fuentes, tratado con muchas gentes. Y hablado varios idiomas. De eso sí presumía. De lo otro no. O no mucho. Sí, le encantaba ponerse medallas. Casi todas merecidas.

Era, en buena medida, un torbellino. Y se llevaba por delante lo que encontraba en el camino, no reparaba en las circunstancias, ni en el tono, absorto en su discurso. Y ahí es donde entra el estilo. Le había dado en los últimos meses por reivindicar a Balzac: quería subrayar la vastedad de su obra, su capacidad de cubrirlo todo y de entrar con conocimiento de causa en cada detalle, de contar una época entera. Enseguida hablaba también de Dickens. Por las mismas razones. Por la capacidad y maestría de levantar un mundo. Seguramente fue eso lo que también, a su manera, quiso hacer en su trabajo de periodista y por eso se sumergió en Internacional: quiso abarcarlo todo, saberlo todo, contarlo todo. Tenía la fuerza y la energía para hacerlo. Era de acero, y sólo y con muchísimas dificultades fue enterándose en los últimos meses que no era exactamente así. Su última columna la mandó el martes protestando por el retraso a la que lo obligaba un ingreso hospitalario, y pedía disculpas con la distancia del que quiere estar por encima de estos contratiempos.

A Bastenier le encantaba ponerse medallas. Casi todas merecidas.

¿Puede hacerse buen periodismo, que obliga a estar pegado a las cuitas del presente, desde la vieja Castilla de la Monarquía española, que era el lugar en el que habitaba Bastenier y desde el que se pronunciaba con la autoridad del que conoce cómo funcionan los resortes del imperio? Rotundamente, sí. Porque sin ese periodismo que asiste a lo que ocurre con una mirada cultivada en las glorias y las miserias de las historias de los hombres y los países no se entiende en realidad nada. Y, al final, no se cuentan bien las cosas, lo que está sucediendo, lo que aún no ha nacido. Ése fue seguramente el desafío que como periodista se impuso a sí mismo Bastenier. Fue por eso un gran maestro del oficio. Era imprevisible, heterodoxo, provocador; sobre todo, desmesurado. Tenía sentido del humor. Y esto es también imprescindible en este oficio que peca tantas veces de excesiva solemnidad.

José Nicolás

Juan Manuel Santos, presidente de Colombia

José Nicolás

Sabía que le llamarían maestro

José María Rabanal Herrera

He sido amigo de Miguel Ángel Bastenier desde hace 70 años, con trato diario durante los años de "cole", casi diario mientras vivió en Barcelona y más espaciado desde que se trasladó a Madrid.

La última vez que nos vimos, ya enfermo, fue en una comida de antiguos alumnos en la pasada Navidad. Era imposible hablar con él sin que saliera a relucir la prensa y los periódicos. En esta ocasión me confió que, de entre los periodistas con los que había trabajado, había dos que emergían por su calidad insuperable. Le constaba que uno de ellos, Josep Pernau ya fallecido, había conocido esta admiración. No estaba tan seguro de que el otro, Juan Luis Cebrián, fuera consciente de ella. Sabía que cuando muriera le llamarían "maestro de periodistas". En su opinión sólo esos dos merecían el título.

José Nicolás

Vivió hasta su última columna

Fernando Pajares

Hacía meses que llevaba su cáncer a cuestas casi con desprecio. Solo estaba pendiente de que la enfermedad no le impidiera escribir. Llevarle al hospital para que le viera el médico, para que le hicieran las pruebas, era como una cruz. Pepa Roma, su mujer, siempre entera, me pidió que yo le acompañara de vez en cuando. Aún cree que les estaba haciendo un favor. No sabe que para mí fue una satisfacción íntima, profunda, poder estar al lado de un amigo, de un hermano querido y de un colega a quien siempre escuché con admiración.

Lo que quiero que se sepa de Miguel Ángel Bastenier, siquiera sea muy brevemente, es qué hizo y en qué pensó los días previos a su muerte.

El lunes, día 24, Miguel Ángel estaba hecho polvo cuando llegamos a la consulta en el hospital. Tan mal estaba que lo ingresaron de inmediato en Urgencias. En cuanto lo subieron a planta, aún agotado, lo primero que me pidió fue que recogiera de su casa el ordenador portátil. "A ver si mañana puedo escribir la columna del miércoles".

El martes me encargó que le llevara EL PAÍS y un libro. "Que sea de historia, por favor". Bastenier en estado puro.

Ese día hablamos, con pena, con mucha pena, sobre el fallecimiento de nuestro colega Joaquín Prieto, su compañero en este periódico. Pero la última conversación que tuve con él ese mismo día fue sobre Cataluña, a su juicio el problema más serio de España y, por ello, su mayor preocupación. Miguel Ángel, hombre de mundo, hombre de Europa, hombre latinoamericano, nació en Barcelona. Era un catalán que detestaba el secesionismo. Si su admirado De Gaulle tenía "une certaine idée de la France", él, mutatis mutandis, siempre abrazó una idea cierta de España.

Nos despedimos hasta el día siguiente. "A ver si puedo escribir esa columna", insistió con un hilo de voz antes de irme.

El miércoles 26 abrí el periódico. "Un 'Brexit' y medio" se titula la última columna que Miguel Ángel Bastenier escribió en su vida. Siempre había podido mandarla. Y ese martes también pudo. Claro que pudo. Aquel martes de dolor, ni la inminencia de la muerte pudo acabar con la pasión de su vida.

José Nicolás

Mi Ángel

Phil Davison

Cuando yo era corresponsal de The Independent (Londres) para España y América Latina, Miguel Ángel Bastenier me ofreció (gratis) una oficina en el edificio de EL PAÍS  en Madrid (1992-94). "Mi Ángel”, como lo nombré, me ayudo casi cada día a hacer mi trabajo.  Me dio acceso a los archivos de EL PAÍS y me ayudó a hacer contactos en todos ámbitos de la sociedad española, desde deportistas y políticos hasta el Rey.

Compartíamos amor y pasión por el periodismo, por informar a nuestros lectores objetivamente y sin miedo

Cuando tenía cualquier problema iba a Miguel Ángel. Compartíamos amor y pasión por el periodismo, por informar a nuestros lectores objetivamente y sin miedo. Mi Ángel era uno de los mejores periodistas que jamás he encontrado en todo el mundo. Almorzar o cenar con él era algo bello. Con él aprendí mucho de España, también de periodismo.

Aunque solo tenía siete años más que yo, era una especie de mentor para mí. Te extrañaré, viejo amigo. Nunca te olvidaré. Que descanses en paz.

José Nicolás

Una alumna huérfana de maestro

María Hervás

Te has ido sin avisar, sin darme tiempo a invitarte a una comida en el Delito’s, sin tomarte tu última clara con limón mientras ponemos España patas arriba, me das una lección de literatura inglesa (“si no has leído a Dickens no puedes ser periodista”) o me impartes una clase de catecismo. “Porque todos en España somos católicos, Gervasia, no lo olvides. Hasta el más progre lo es”. Me has dejado huérfana de sobremesas y libre de excusas que dar a tu querida Amelia Castilla, mi redactora jefa. Has sido mi maestro, amigo y confesor. El mejor mentor que una periodista puede tener. Tú, Basty gruñón, Basty irreverente, Basty cabezón. Con tus maneras y sabios consejos has sabido ganarte el respeto y cariño de todos los alumnos que pasaron por la escuela de EL PAÍS. El periódico entero se llenará estos días de textos sobre tu figura, tus grandes lecciones sobre periodismo. Has dejado huella en la mayoría de redactores de este periódico.

Has sido mi maestro, amigo y confesor. El mejor mentor que una periodista puede tener

Pero yo sigo con mi enfado por no haberme podido despedir de ti. Por no darte un abrazo de esos que te sacaban de quicio. “Venga, ya, Gervasia, no me seas sentimental”. ¿Te acuerdas cuando bromeabas y decías que en otra vida te hubiera gustado ser “asesino a sueldo”? ¿o cuando fantaseabas con haber sido “embajador en Malta”? Cuánto me has hecho reír con tus descripciones, tus comentarios mordaces, tus increíbles historias, tus tweets incendiarios (“chicos, acabo de encender la pradera en Twitter, jajaja”). Viviste como te dio la gana. Esa es la mejor lección que me dejas. Que estos momentos de incertidumbre y cobardía no hay que tener miedo a decir y hacer lo que uno cree justo, a seguir creyendo en el periodismo, a respetar a la gente para respetar esta profesión. No quiero llorar, tengo varias maquetas por rellenar esta mañana y tú te enfadarías conmigo si vieras que ahora mismo no me estoy dedicando a mis artículos. Te aguantas, necesitaba decirte lo mucho que te voy a echar de menos.

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