Daymé Arocena: “Los cantantes negros tenemos que hacerlo espectacularmente bien para que nos den un huequito”
La cantante cubana, que emigró de la isla hace seis años y es reconocida como la nueva Celia Cruz, reivindica las raíces africanas de su música y rechaza el encasillamiento de los géneros


Daymé Arocena (La Habana, 33 años) es cubana. Y negra. Y esos dos rasgos han marcado su vida y su carrera artística. Ella dice que nació música, no que se hizo, porque sus ancestros así lo anticiparon. “Soy heredera de la música y el baile”, afirma. La herencia de la cultura africana la tiene muy presente en sus creaciones, difíciles de encasillar porque las canciones de esta artista de 33 años beben de todos los géneros. Inició con el jazz, pero la evolución de su obra la ha llevado hacia el pop, y tiene influencias de la música latinoamericana, del chachachá, de la salsa, del bolero… de Tchaikovsky, Rachmaninoff y los compositores clásicos que le enseñaban en la estricta educación clásica con método ruso que recibía en Cuba. Su último disco, Alkemi, grabado y producido en Puerto Rico con Eduardo Cabra, de Calle 13, también se nutre del R&B, la bossa nova, el funk y el neo-soul.
Hace seis años que salió de Cuba sin saber que no regresaría. La persecución política, el miedo a ser encarcelada por su oposición al régimen cubano, la mantiene alejada de su añorada tierra. Con una imponente presencia que derrocha energía, y una envolvente voz, el reconocido crítico musical de NPR Félix Contreras la definió en una ocasión como una mezcla de Aretha Franklin y Celia Cruz, una comparación que la persigue y la honra.
Paradójicamente, Arocena no conoció a la Guarachera de Cuba hasta que salió de la isla. “Celia Cruz estaba y está prohibida en Cuba. Yo no crecí escuchándola”, reconoce. La cantante recibió a EL PAÍS el pasado 4 de septiembre en un hotel de Washington D. C., antes de participar en la gala de Hispanic Heritage, donde interpretó por primera vez una canción de su compatriota, coincidiendo con el centenario del nacimiento de la gran artista cubana. “Ya no estoy desconectada de ella. Es probablemente la artista que más luz nos ha dado y nos sigue dando a los cubanos, los músicos, y sobre todo a los cubanos que nos hemos ido de la isla y que soñamos poder seguir viviendo de la música fuera de nuestra ciudad”.

Pregunta. ¿Qué es lo que más recuerda y extraña de La Habana?
Respuesta. Son dos recuerdos lindos y distintos. Está el recuerdo del sonido de la Habana, que es una ciudad muy sonora. Caminas por las calles y hay gente que canta y rumba que suena, incluso para ganarse el pan. De pronto para venderte flores, la gente inventa músicas y las canta. A mí ese sonido me inspira. Una de las cosas a las que más trabajo me ha costado acostumbrarme es a las ciudades con poco ruido. De repente te das cuenta de que hablas muy alto. Por otro lado, extraño mucho mi casa, mi familia. Sobre todo a mi abuela, mis primos, mis tíos…
P. ¿En qué momento tomó la decisión de emigrar?
R. Ni siquiera tomé esa decisión, eso es lo paradójico. Me fui de Cuba hace seis años, pero no tenía intención de no volver. Dejé todas mis cosas allí. Pero pasó todo a la vez. Meses después de que me fuera, la situación política empeoró mucho y yo no me quedé callada. Eso provocó que el régimen se sintiera amenazado por mí. La pandemia pasó justo en ese momento y, después, se produjeron las protestas del 11 de julio [de 2021]. Mi nombre empezó a circular y, desde entonces, me aterroriza la idea de regresar. Hay gente que ha cantado menos canciones que yo que tienen que ver con esa situación y están en la cárcel. Una canción que hable de “basta ya, estamos cansados” ya es una gran amenaza.
P. ¿Cuál fue su formación musical?
R. Yo tuve dos vertientes diferentes. Fui educada en mi casa musicalmente, en contraste con la educación que recibí como música clásica. En Cuba no tenemos academias donde se enseñe la música cubana o la música popular. Estudiamos principalmente música europea clásica porque el sistema es ruso.
Mientras estudias Tchaikovsky, Stravinsky, Rachmaninoff y todos los grandes músicos rusos en la escuela, en la calle tienes que aprender a rumbar. Y tienes que aprender a cantar son y guaracha. En mi casa había un ecosistema rumbero grande. No porque fueran todos rumberos, sino porque éramos negros. No había un instrumento musical, pero se hacía música en los muebles, con las cucharas... con cualquier cosa se hacía rumba. Ese sabor se palpa en la música que hago y la artista que soy.
P. En los comienzos, su música era predominantemente jazzística, pero ha ido evolucionando a otros géneros, como el pop.
R. La música es una sola y no tengo límites. Yo escucho música sin prejuicios, no pensando en qué género musical es. Escucho con el mismo corazón y la misma tijera reguetón que música clásica. Pones una obra de música clásica y si creo que es mala, es mala. Y escucho mucho reguetón por ahí que me conmueve. Lo canto, lo bailo, lo gozo. Tengo muy clara la energía musical y muy difusa las líneas de los géneros. Para mí los géneros solo son mecanismos de segmentación y división. Si te digo que te voy a invitar a un concierto de jazz, a lo mejor no quieres ir porque es jazz, te predispones. Pero si te dicen: “Te voy a invitar a un concierto de unos músicos espectaculares que suenan riquísimo y tienen una energía lindísima”, vas con el corazón abierto y así me enfrento yo a las músicas.

P. En su música se percibe esa experimentación con diferentes estilos.
R. Cuando vivía en Cuba, mi ecosistema era ese. El jazz fue una herramienta, que da versatilidad, capacidad de improvisación y virtuosismo. Una vez que salí de Cuba y empecé a mirar, a tocar, a interactuar con otra gente de otras culturas, a tener acceso a internet, mi mundo explotó y lo que veía como algo redondito se convirtió en una bola de nieve gigante, que cada día es más grande. Y tú me llamas para cantar con una big band y yo voy derretida de amor a cantar jazz, o con una sinfónica. Y me llamas para una sesión de reguetón y me siento a hacerlo, o rap, o hip hop. Esto lo único que ha hecho es liberarme aún más.
P. Siempre le ha dado mucha importancia a la espiritualidad. ¿Cómo afectó eso a su música?
R. Afecta mucho. Yo soy una persona muy espiritual. Tengo 11 años de ocha, soy santera, y lo defiendo muchísimo. Llegué a ello a través de la música. Acercarse a la espiritualidad afrodescendiente tiene que ver con reconectar con tus ancestros y entender quién eres y de dónde vienes. Yo fui guiada a través del tambor. Descubrí el tambor y la música folclórica cubana y me fui enamorando de todo lo que esa música me estaba dando. Los latinos no tendríamos la salsa sin esa gente, ni la bachata, ni el bolero, ni el chachachá, ni el mambo. La mayoría de los músicos están en las ramas. Yo me fui a las raíces, que se apoderaron de mi corazón y mi energía. Hay una filosofía dentro del kari osha, que dice que todos los mensajes serán enviados con música y todos los mensajes serán recibidos con baile. Yo soy heredera de ello, es más fuerte que yo.
P. Esa mezcla de géneros o estilos hace que sea difícil encasillar su música. ¿Cómo le gustaría que se escuchara?
R. Como música académica que soy me llaman todo el tiempo para dar clases maestras. Y me pasa que la gente tiene supersegmentada mi música, teorizada. Solfean y miden: un, dos, tres, cuatro… tienen cuatro mil compases. Y yo, que lo escribí, les pido que lo olviden y que se permitan escuchar. El papel es solo un registro, una manera de que puedas teorizarla, revisarla, escribirla, pero no es mi música. La música tienes que escucharla, permitirle a los sentidos que se activen. Puedes medir 200 veces y no vas a encontrar el sentido que yo quiero transmitir.
A veces llego a una alfombra roja y se creen que la artista es mi manager no yo
P. ¿Ha encontrado trabas en la industria musical vinculadas a su raza?
R. Yo me defino como negra. Afrodescendientes somos todos, negros los que somos oscuros de piel, con más melanina unos que otros. La hispanidad tiene una cultura de castas raciales y se ha manipulado mucho el sentido de lo bello. Eso repercute en la industria, en qué es mostrado y qué no. Sí nos toca esforzarnos el triple, tener un talento arrollador, ser innegables. Los cantantes negros que estamos en la industria no cantamos más o menos. Lo que hacemos, tenemos que hacerlo espectacularmente bien para que nos den un huequito. Pero la música es un recurso que siempre nos va a salvar, porque la mayoría de los géneros musicales que están triunfando son afrodescendientes. Hasta el reguetón, más negro no puede ser. A mí me pasa todo el tiempo, por ejemplo, que llego a un salón de red carpet o a un salón de maquillaje y a veces creen que mi manager es la artista, y no yo. Me pasa todo el tiempo.
P. ¿Qué artistas le han influido más?
R. Las grandes cantantes cubanas. Hablamos de Celia, pero también la Lupe, que es una de mis reinas así profundas, con toda su locura, su teatralidad, es una de las artistas que más me ha influenciado. Cuba se quedó en la era de la radio, donde no vendías con maquillaje y peluca, vendías con la garganta. Eso es lo único que te iba a hacer famoso. Hubo un break en los sesenta y no continuamos el camino de la industria, no nos enteramos de que la gente se hace famosa de otra manera. En Cuba no conocemos el autotune. Yo me puedo diversificar y reguetonear, pero siempre desde esa cubanía.
P. ¿Qué ha supuesto su último disco, Alkemy, en su carrera?
R. Es una loquera, un disco que me llena el corazón. Es un disco que lo hice porque me dio la gana, y cada vez que hago las cosas porque me da la gana, y porque la música y el corazón me lo piden, a vida me premia. Y tuve a mis partners in crime: Eduardo Cabra, Rafa Pavón, Vicente García, todo mi equipo… Para mí, Alkemy fue la transformación de mi vida. Llegó cuando dije: no me va a importar lo que diga el mundo, esta es la música que quiero hacer ahora.
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