“Teotihuacán era esa ciudad pluriétnica y multicultural que hoy es Nueva York”: un recorrido por la nueva Ala Michael C. Rockefeller del MET
EL PAÍS accede en exclusiva a las novedades y cambios de la sección de arte antiguo americano del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, que reabre este sábado tras cuatro años de renovación

A Laura Filloy Nadal le resulta más sencillo explicar el mundo si tiene un objeto enfrente. Pero decir “el mundo” es inexacto porque no es uno solo y han sido muchos; quizá la palabra “América” o más bien “Las Américas” pueda llegar a contenerlos. Filloy Nadal, mexicana de 58 años, es arqueóloga, curadora y restauradora. Desde 2022 trabaja en la curaduría del Ala Michael C. Rockefeller, del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET), que contiene la colección de arte antiguo americano y reabre el 31 de mayo de 2025, luego de un cierre de cuatro años y cambios profundos.
El Ala Michael C. Rockefeller, que se inauguró en 1982, recoge más de 1.800 piezas de los pueblos del África subsahariana, las Américas y Oceanía, de entre el año 3000 a.C. a la actualidad. Hasta 2021 el área de América estuvo casi intacta. El relato que unía a las piezas caducó y dejó de contestar a las preguntas de un presente que no cesaba de cambiar, pues los descubrimientos y el avance del conocimiento sobre el arte de la Antigua América fueron, en su mayoría, posterior a su inauguración.
Voltear América 180 grados
Filloy Nadal camina con EL PAÍS días antes de la reapertura de la galería, un área de 4.000 metros cuadrados cargados de pintura blanca y luz matinal. Ella y la curadora Joanne Pillsbury han sido las encargadas de que los hallazgos, los datos, y el conocimiento quepan en un relato y en un mapa veraz.
El sentido del recorrido es importante y, por lo tanto, girar el mapa en 180 grados —cosa que se ha hecho en la pantalla principal de la sala— es necesario. América está acostada, y se ve mucho mejor. Nada por encima de nada. El mapa es tan potente que es necesario decirlo y preguntar por qué. “Es parte del discurso… tú puedes ver el mundo desde la posición que tú la quieras ver y es precisamente eso lo que nos permite entender”, responde Filloy Nadal.
El mapa animado representa el movimiento de los primeros pobladores. En la pantalla, las flechas no van de norte a sur, sino de izquierda a derecha, se transforma de acuerdo con los sistemas sociales y políticos —fronteras, reinos, países— convenidos en la historia de las decisiones humanas, casi todas mediadas por la fuerza y la tragedia.
Por otro lado, todo lo que se encuentra en la sala dice algo de cómo los humanos migran y han migrado siempre; y de cómo esta América, que no es una, se debe a ese movimiento humano. “Es un lugar donde podemos mirarnos a nosotros mismos”.
“Vamos viendo cómo van surgiendo las diferentes culturas y vamos a entender que se comunicaban, que había interacciones que antes no entendíamos, por ejemplo, en las costas: entre Ecuador y el occidente de México. Y vemos cómo las fronteras han ido retrayéndose o aumentando a lo largo del tiempo y son fronteras, digamos, políticas, pero que no tienen que ver con la distribución de los pueblos. Muchas veces la misma cultura sobrepasa la frontera actual. Mucho después, en el siglo XX, el movimiento es a la inversa, lo cual va nutriendo lo que es el mosaico cultural de, por ejemplo, Estados Unidos o de Nueva York, porque nuestro objetivo es también siempre regresar al lugar donde estamos, a esta tierra, que es Nueva York, donde el 27% de la población es latina”, explica Filloy Nadal.
Pero mucho antes de que existiera Nueva York existió Teotihuacán. Y por ahí empieza el recorrido de la sala. “Había gente que vivía ahí y que provenía de todos los extremos de Mesoamérica. Mercaderes, artesanos, gente que además migraba y llevaba también sus costumbres. Teotihuacán era esa ciudad pluriétnica y multicultural que hoy es Nueva York”.
Filloy Nadal conoce las preguntas de antemano y tiene un discurso claro. Ha escogido una serie de piezas de la galería que construyen un relato que se asemeja a una cátedra sobre el arte Antiguo en América.

“Esta es una pieza que creo que habla mucho de la globalidad, de ese intercambio cultural que siempre ha existido. Es muy interesante porque es un lebrillo del siglo XVI, una pieza de cerámica. Un lebrillo es una vasija que utilizaban los árabes y que era muy común en España. Lo interesante de esta pieza es que se hizo en la ciudad de Puebla, en México. Pero si te fijas en los colores y en los motivos, no es como la que sueles ver en España. El color azul nos habla de esa influencia que tuvo el oriente de China en México. Y en el centro vemos que estos motivos no están hechos por una mano europea, sino por una mano indígena. Vemos un águila bicéfala, que es el águila del escudo de armas de la familia de la casa real Habsburgo, que era la que gobernaba o la que regía sobre la nueva España. En una sola vasija tenemos todo el mundo global del siglo XVI”, dice la curadora.
Migración, metalurgia y comercio
Así empieza a responder la pregunta más importante de la sala: ¿Qué revelan estos objetos sobre los movimientos y las relaciones entre los pueblos de las Américas y el mundo? Cada caso concreto contribuye a la narrativa.

La pieza Chiriquí, en Panamá, por ejemplo. ¿Por qué un curador pondría una pieza de Chiriquí en el mundo maya? La pieza fue hecha por un artista Chiriquí. Pero alguien de la región que hoy es Panamá (probablemente), que consideraba que ese era un objeto valioso, la llevó hasta Yucatán y la dejó en Chichén Itzá, que en aquel entonces era un lugar de peregrinación y a donde se llevaban ofrendas. “Entonces, hay que imaginarse estas historias de vida: alguien que camina para llevar este objeto o que pasa este objeto de mano en mano, para que llegue a un lugar sagrado, que es muy distinto al lugar donde se originó” dice Laura.

La curadora camina y señala que ahora se ha pasado a la zona de Costa Rica, donde hay piezas de jade labradas sin temblor en las manos. Olmecas, mexicas, teotihuacanos y mayas caminaban kilómetros para buscarlas en el río Motagua, en la actual Guatemala. Mientras tanto, las poblaciones del sur de Costa Rica, cercanos al río, las ignoraban. Ellos miraban hacia el sur. Les interesaba la tecnología y el trabajo con oro, que en Sudamérica comenzó dos mil años antes que en el resto del continente. “Lo bonito de esta colección de oro del MET es que es una colección sinóptica. Hay piezas que son de diferentes culturas y temporalidades. Quizá los museos en los países de origen tienen grandes colecciones de oro, pero no de los otros lugares”.

La colección también pone en paralelo a los dos imperios que coexistían en el momento de la llegada de España, los Mexicas y los Incas, y su conocimiento tecnológico. “Este dominio de las técnicas que en Europa tardaron mucho más en dominar, por ejemplo, las mezclas y aleaciones entre metales, es impresionante a nivel de innovación de la metalurgia”.
En una pantalla aparece un búho —un escudo hecho en oro—, el mismo que está expuesto en la vitrina, pero en la imagen no hay corrosión y está en movimiento: las alas se mueven. “Hay que imaginarse que el oponente, cuando estaba en confrontación, veía como si el búho se le viniera encima. Y gracias también a estas herramientas digitales podemos explicar un poco cómo se veían estos objetos en el pasado, porque era resplandeciente. Y también cómo se utilizaba”.
Los textiles valen más que el oro
Si bien el oro ha tenido un valor superior entre los metales, Filloy Nadal recuerda que hablando de valores, de significados y de materiales, en el mundo prehispánico, los textiles tenían muchísimo más valor que el oro.
El área de textiles está en semi penumbra, pero los tintes de cada objeto tienen su propia luz. Este espacio es absolutamente novedoso, el MET es de los museos que más interés e inversión ha puesto en la adquisición de textiles, fundamentalmente porque Nueva York se ha consagrado como una ciudad pionera en la industria. Desde sus inicios, el MET ha creado una especie de biblioteca del tejido sin precedentes.

Una pared de la sala está totalmente cubierta de paneles con más de 250.000 plumas de guacamaya, azules y amarillas. Pero Filloy Nadal además tiene información que nadie suele preguntarse: “La gente de este museo en colaboración con otras instituciones han hecho una serie de estudios de isótopos estables para saber qué comían los pájaros. Se encontró que algunas comían frutillas, y esas eran guacamayas libres, pero otras estaban alimentadas con maíz. Y el maíz solamente vive con el hombre. Entonces, ahora sabemos que estaban teniendo aves en cautiverio o en semicautiverio”.

También hay dos Unkus exhibidos. El Unku es una camisa de hilos rojos, blancos y negros con estampado de ajedrez. La manufactura pudo haber requerido más de mil horas y es tal su maestría que su reverso es exactamente el mismo al de su frente. “Es muy interesante porque los cronistas describieron cómo algunos miembros de la corte del emperador estaban vestidos con este tipo de camisas de cuadros alternados en blanco y negro”.
El Unku es también una respuesta a esa pregunta general que mueve el hilo de esta historia: “Volviendo a ese tema de las fronteras, este tipo de camisas se ha encontrado en Perú, en Argentina, en Chile y en Bolivia. Es decir, lo que es la extensión del antiguo Tahuantinsuyo, —nombre que los incas daban a su imperio“, dice Laura.
La conclusión del recorrido es básica: migrar es algo que siempre hemos hecho, migrar es algo que no dejaremos de hacer. Y gracias a ello hay cambio, evolución y creación. “Uno migra por una historia propia. Y dejas atrás muchas cosas, pero también traes contigo muchas otras. A donde llegas, impactas y transformas. Y eso es algo que debe aquilatarse”. Después terminar el recorrido, queda la sensación de que migrar y estar en Nueva York es como continuar esta historia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.