Sol Gallego-Díaz, la fuerza del periodismo
‘En primicia’ dedica su nuevo episodio a la primera mujer que dirigió EL PAÍS, una de las responsables de la gran primicia de la Transición, la filtración del borrador de la Constitución

A veces una exclusiva periodística tiene el poder de cambiar para mejor un país. Es lo que ocurrió cuando Cuadernos para el diálogo, una revista que luchó por una España democrática desde su fundación en los años sesenta, publicó la filtración del borrador constitucional en 1977. Una de las tres responsables de aquella noticia fue Soledad Gallego-Díaz, a la que está dedicado el nuevo episodio de En primicia, la serie sobre periodistas españoles [realizada por RTVE junto a la LACOproductora, productora audiovisual de PRISA, empresa editora de EL PAÍS] y que emite La 2.
La exclusiva constitucional resume el concepto que tiene del oficio esta periodista de 74 años, primera mujer que dirigió EL PAÍS; tres veces directora adjunta de este diario con tres directores diferentes (Juan Luis Cebrián, Joaquín Estefanía y Jesús Ceberio); corresponsal en Bruselas, París, Londres, Nueva York y Buenos Aires; defensora del lector; actualmente columnista en el suplemento dominical Ideas y, por encima de todo, uno de los pilares morales sobre los que se sostiene un oficio en permanente crisis y que Sol siempre ha defendido con su ejemplo. Billy Wilder tenía un cartel en su despacho al que recurría cuando tenía una duda sobre el desarrollo de una película en el que ponía: “¿Cómo lo haría Ernst Lubitsch?”. Creo que la inmensa mayoría de los periodistas que hemos tenido la suerte de trabajar con ella tenemos un cartel similar en nuestra cabeza cada vez que nos encontramos en una encrucijada: “¿Cómo lo haría Sol?”.
La publicación del borrador constitucional, al que En primicia dedica un espacio importante, fue la gran exclusiva de la Transición. Debo confesar, antes de nada, que no soy totalmente ajeno a aquella historia: mi padre, Pedro Altares, era el director de Cuadernos cuando se publicó y forma parte de mis relatos familiares —y nutre un inmenso orgullo profesional por la valentía cívica que demostraron los protagonistas de aquella noticia—. Como explica Gallego-Díaz en el documental, el borrador circulaba por los centros de poder de España, pero seguía siendo secreto. Lo tenían los sindicatos, la conferencia episcopal, los partidos, la Corona… Pero no los ciudadanos, que eran los que iban a vivir bajo aquella nueva ley.
Así que tres periodistas de aquella Redacción de la calle Jarama de Madrid, Gallego-Díaz, José Luis Martínez y el fallecido Federico Abascal, convencidos de que no había ningún motivo para mantener ese texto en la oscuridad, se pusieron a buscarlo hasta que lo encontraron y lo publicaron. En el documental cuentan lo que les dijo la fuente —que a día de hoy sigue siendo secreta— cuando se lo dio: “Tomadlo, pero os van a echar los perros”. Les llamaron de todo: irresponsables, que habían puesto en peligro el proyecto constitucional e incluso las nacientes libertades, amigos dejaron de hablarles y Cuadernos perdió a uno de sus más importantes miembros, Gregorio Peces-Barba, ponente socialista de la Constitución, que dimitió del consejo de la revista de la que formaba parte desde su fundación.
Pero no pasó nada, al revés: su publicación mejoró el texto, abrió un debate público sobre algunos aspectos cruciales, hasta se corrigieron erratas y frases confusas —el artículo de Luis Carandell sobre lo mal escrito que estaba el borrador es antológico— y, sobre todo, demostró que el texto legal era perfectamente homologable al de todas las democracias europeas, el modelo al que la mayoría de los ciudadanos aspiraban tras 40 años en el siniestro túnel del franquismo. “No se trata de una operación política, sino estrictamente periodística”, dijeron entonces los tres periodistas en declaraciones a este diario.
La filtración fue un trabajo colectivo de tres reporteros, con el apoyo de toda la Redacción de Cuadernos. Sol, José Luis y Federico demostraron un valor enorme al publicarlo, pero no lo hicieron ni por ego ni por ambición: lo hicieron porque pensaron que era lo que los periodistas tenían que hacer en ese momento de la Transición. Las fuentes se mantuvieron en riguroso secreto —ni el director de la publicación supo nunca quién fue—. Y, por encima todo, la partida se jugó en el terreno de la información, no de la opinión: fueron hasta dónde les llevaron los hechos.
Incluso cuando escribe opinión, Sol es rigurosamente informativa: los que empezamos el periódico los domingos por sus columnas no buscamos que nos diga lo que tenemos que pensar; sino los puntos ciegos de nuestras creencias, nuestras contradicciones, encontramos en ellas muchas veces aquellas cosas que nos obligan a ver el mundo de forma diferente. Fue exactamente lo que ocurrió con todo un país cuando, por fin, pudo conocer su futura Constitución.
En primicia cuenta muchas otras cosas de Gallego-Díaz: muestra su sensatez —“En una Redacción, un jefe puede equivocarse, pero lo que no puede hacer es no tomar decisiones”—; su sentido del humor —“En mi juventud me hubiese cabreado muchísimo si me llegan a decir que los periodistas queremos tener una marca, porque hubiese pensado que me tomaban por un detergente. Entonces queríamos tener una firma”—; su sentido de la amistad y del periodismo como un trabajo colectivo y un oficio con unas reglas claras y compartidas. Así acabó su discurso cuando Almudena Grandes le entregó el premio Ortega y Gasset en 2018: “Si de algo estoy segura es de que periodismo sigue siendo la indagación de los hechos en busca de la verdad. Y que para saber indagar en los hechos hace falta tener entrenamiento y oficio. Y eso es asunto de las Redacciones. Todo lo tecnológicas que quieran y puedan ser, pero redacciones donde se realiza un trabajo colectivo y cómplice. Donde hay periodistas y se hace periodismo”.
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