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Columna
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Milagro, metérselo todo y seguir por aquí

Los yonkis pobres se largan jóvenes al cementerio. Pero si eres rico como Charlie Sheen puedes sobrevivir mucho tiempo en medio del perpetuo colocón

Carlos Boyero

Conozco a numerosas personas, algunas de ellas impensables, que aseguran haberse puesto de acuerdo con la vida, y sentirse inmejorablemente desde que visitan cotidianamente el gimnasio y hacen yoga e incluso meditación. Me aconsejan con la mejor voluntad practicar esas actividades que a mi ignorancia le resultan esotéricas intuyendo el vacío de mi existencia. Y celebro que seres tan normales hayan encontrado refugio tan terapéutico, pero creo que si lo intentara me sentiría como un pulpo en un garaje. Y deduzco, cuando veo a tantos ancianos intentando pasear en medio de calles tomadas por infinitas hordas enganchadas sin tregua a un teléfono y que tampoco piden excusas a los que atropellan, que otro recurso de los viejos para matar el infinito tiempo es sentarse durante múltiples horas delante del televisor. Droga muy chunga, capaz de embrutecer los sentidos y que provocaba alteraciones mentales y físicas bastante desagradables.

Y nunca debe haberse vendido tan barata en ese medio la odiosa y masiva publicidad. Escucho al desvergonzado presentador de un show de política y sanguinolencia aconsejándole al personal que está conectado: “No se vayan, no cambien de canal, que ahora viene publicidad de la buena”. Durante una época la lógica aplicó el calificativo de telebasura a ciertos programas. No fue una moda, sino que el virus ha infectado a todo el medio. La metodología y los contenidos son los mismos en todas las televisiones, ya busquen estas clientela progresista o facha. Y todo dios convencido de que ellos son los buenos y los otros los malos.

Alguna vez te encuentras con algo que te sorprende en la caja idiota. Incluso te estremece por su salvajismo. Me ha ocurrido con el documental de Netflix Alias Charlie Sheen. El actor narra con desparpajo y expresividad contenida lo que ha sido hasta el momento su vida. No se arrepiente de nada ni extrae conclusiones morales. Representa el caos permanente mediante toneladas de alcohol y de droga. Con lo primero, una vez se atrevió a pillar los mandos en un avión de pasajeros. Descubrió que la coca era mucho más arrasadora si en vez de esnifarla fumaba crac o se la metía por la vena. Todo el rato. Y era aclamado este profesional del escándalo por un público que le consideraba el rey de la transgresión. Y cambiaba de esposas, tan enganchadas como él, y engendraba niños. Pobrecitos míos. También era el emperador del puterío de superlujo en Hollywood. No se privaba de nada. Y el muy bestia desafiaba las leyes del organismo metiéndose todos los días una piedra de farlopa de ocho gramos. Eso no le impedía trabajar en series y películas. No le fallaron ni su ilustre familia ni los solidarios camellos ni algunos amigos.

Es milagroso que este pavo haya llegado a viejo. Conclusión: los yonkis pobres se largan jóvenes al cementerio. Si eres rico, con todo lo que implica ello, puedes sobrevivir mucho tiempo en medio del perpetuo colocón. Con algunas treguas en clínicas de superlujo. El problema no es que hayas elegido tu legítima autodestrucción. Es que casi siempre jodes la existencia de los tuyos. Y claro, qué buenas están las drogas. Hasta que te acorralan.

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Carlos Boyero
Crítico de cine y columnista en EL PAÍS.
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