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Series
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘El refugio atómico’ no es la serie que piensas, y esa no es necesariamente una buena noticia

Tras un ingenioso giro inicial, llega una historia claustrofóbica, un culebrón excesivo y un tanto desquiciado lleno de personajes a los que abofetearías para que espabilen y otros a los que desearías matar

Alicia Falcó y Pau Simon, en el sexto episodio de 'El refugio atómico'.
Natalia Marcos

El refugio atómico nos ha engañado. Aquí no vamos a desvelar cuál es el truco, cuál es el giro en el que se sustenta todo el andamiaje que han montado los guionistas Álex Pina y Esther Martínez Lobato (La casa de papel, Berlín), creadores de la serie que Netflix estrena el 19 de septiembre. Es mejor no saberlo. Ese ingenioso giro es lo mejor de El refugio atómico, y ese es su gran problema. A partir del segundo episodio, cuando se explica el asunto, viene una historia claustrofóbica, un culebrón excesivo y un tanto desquiciado lleno de personajes a los que abofetearías para que espabilen y otros a los que desearías matar. Y todos encerrados en un búnker, así que no queda más remedio que convivir con ellos durante los ocho episodios que dura esta primera temporada. Y decimos primera porque todo queda preparado para que haya una continuación.

La apuesta de Netflix por El refugio atómico es de las grandes. Diego Ávalos, vicepresidente de Contenidos de Netflix en España, dijo a este periódico que “no ha habido una serie tan ambiciosa en la historia de España”. Es posible que la ambición exista, pero el resultado esconde esa ambición detrás de una trama que pronto empieza a recordar a recientes glorias de la ficción televisiva española, una apuesta visual llamativa pero que no llega a brillar y unos personajes tan extremos que cuesta dejarse llevar de su mano.

Pero, ¿de qué se supone que va El refugio atómico? La tercera guerra mundial está más cerca que nunca. La amenaza nuclear escala a un ritmo vertiginoso. El mundo se va al garete. Por si esto ocurría, un grupo de multimillonarios había financiado la construcción de un enorme búnker de lujo, una especie de hotel de ambientación retrofuturista pero con todas las comodidades y la tecnología más avanzada, preparado para que esos millonarios y sus familias puedan vivir en él durante 10 años. Ante el cariz que están tomando las cosas, deciden trasladarse a este refugio subterráneo de forma preventiva. Pero lo que parecía algo provisional se convierte en definitivo cuando las cosas fuera se ponen peor.

En el búnker, entre otra gente, tendrán que convivir dos familias enfrentadas que en el pasado fueron amigas. El hijo de una de ellas y la hija de la otra eran pareja, pero la chica murió en un accidente por culpa de él, que terminó en la cárcel. Justo el día en que el chico sale libre, su padre le dice que debe volver a encerrarse, pero esta vez en el búnker. El padre de su novia no se tomará su presencia con alegría precisamente, y menos cuando su otra hija retome el contacto con él. Los huéspedes convivirán con los trabajadores, y se diferencian unos de otros por el mono que llevan, azul turquesa los residentes, ámbar los trabajadores. No se preocupen, todo esto se cuenta en el primer capítulo.

El giro con el que finaliza ese episodio (y que se explica en el segundo) cambia la óptica del espectador, da una nueva perspectiva a la historia que invita al optimismo: de repente, la serie se pone más interesante. Pero el giro terminará pesando, porque lleva a la sobreexplicación continua y a una trama desarrollada en dos tiempos que se hace cansina. Hacia la mitad de la temporada cobra mucho protagonismo un culebrón sentimental y sexual tan excesivo como aburrido que solo retrasa la acción. Por no hablar de que la mayoría de los diálogos son en realidad monólogos de los personajes con mucha frase intensa y filosófica.

Al frente de un reparto muy coral están una Miren Ibarguren que vuelve a dejar la comedia para interpretar a Minerva, la directora del búnker. Carlos Santos y Joaquín Furriel son los dos padres de familia enfrentados. Un casi debutante Pau Simon es Max, el joven que sale de la prisión habiéndose redimido y decidido a ser un héroe. Alicia Falcó destaca por su contención y a Natalia Verbeke le ha tocado un personaje que decide liberarse de cargas y ataduras a lo loco. Al fin y al cabo, el fin del mundo se acerca, ya qué más da todo.

A los actores les toca sostener —y lo hacen a duras penas— unos personajes que se pueden dividir en dos grupos: aquellos que toman decisiones más que cuestionables a cada paso y aquellos a los que todo les sale bien mágicamente. Porque para ver El refugio atómico hay que hacer un ejercicio potente de suspensión de la incredulidad y no pensar mucho para obviar los agujeros de guion. Se sabe que es ficción y que hemos venido a jugar. Al fin y al cabo, detrás están los creadores de La casa de papel, puro entretenimiento. Pero el resultado solo funciona a ratos, la mayor parte del tiempo solo esperas que las bombas alcancen el subsuelo.

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Sobre la firma

Natalia Marcos
Redactora de la sección de Televisión. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde trabajó en Participación y Redes Sociales. Desde su fundación, escribe en el blog de series Quinta Temporada. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y en Filología Hispánica por la UNED.
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