‘Pedro x Javis’, un homenaje que se queda corto
La serie documental de Javier Ambrossi y Javier Calvo traza un retrato afectuoso de Almodóvar, pero no logra adentrarse en la complejidad de su cine


Al ser testigas, no podemos mentir: Pedro x Javis es un documental con encanto, pero que deja con ganas de más. La serie en tres episodios sobre Pedro Almodóvar que han dirigido Javier Calvo y Javier Ambrossi, estrenada en Movistar+, no promete más de lo que cumple: es un homenaje cálido y empático —y, a ratos, un tanto hagiográfico— al director que cambió el rumbo del cine español y también el de una sociedad que salía de las tinieblas. Solo que, frente a la posibilidad tentadora de explorar a fondo el significado de su cine, los Javis se inclinan por el apunte trivial y la admiración sin matices. Es una opción legítima, aunque quizá no la más estimulante.
Tras un primer episodio brillante, los dos siguientes dejan una sensación de ocasión desaprovechada. La presencia de figuras como Penélope Cruz o Antonio Banderas se traduce en una sucesión de anécdotas entrañables, pero escasamente reveladoras. “¿Cuál es tu recuerdo favorito de Volver?”, preguntan los Javis a la actriz con un exceso de ligereza. La serie se articula en torno a seis temas centrales en su obra —amigas, madres, ley, deseo, muerte, cine— que pueden recordar a la gran instalación de vídeo ideada por el propio Almodóvar para el Museo de la Academia de Los Ángeles, donde algunos de esos motivos se exploraban sin necesidad de palabras, con la imagen como único lenguaje. Aquí, en cambio, el formato de tres episodios se queda a medio camino: demasiado breve para permitir una lectura exhaustiva, demasiado largo para no exigirle algo más de profundidad.
Aun así, Pedro x Javis contiene algunos momentos memorables. La mejor intuición de sus autores consiste en actualizar el repertorio almodovariano a través de interpretaciones musicales en directo y con escenografías de lujo, cápsulas de emoción suspendida que remiten a la raíz melodramática de su cine. La aparición de Luz Casal al final del primer episodio —con una versión más áspera, casi en bruto, de Piensa en mí— queda para el recuerdo. Igual que Nathy Peluso con Puro teatro, Guitarricadelafuente con Cucurrucucú Paloma o Amaia cantando Volver en el tramo final, mientras Penélope Cruz la observa desde un coche con lágrimas en los ojos. Es en esos instantes, breves pero vibrantes, cuando este homenaje roza el sentimiento puro del cine de Almodóvar.
Pese a sus aciertos, la serie propone un paralelismo entre maestro y discípulos que no siempre resulta afortunado, como si una sensibilidad compartida bastara para justificar la analogía. Los propios Javis admiten que su filmografía se limita a un solo largometraje —La llamada, relectura pop del imaginario religioso almodovariano que palidece frente a la osadía de Entre tinieblas— y tres series (de gran calidad, todo sea dicho). “No quiero hablar de envidia, pero hubo un encontronazo raro”, dice Almodóvar sobre su relación con el público español en los ochenta, cuando pasó de ser un salvaje del underground madrileño que rodaba en Super 8 a ser nominado al Oscar. Ambrossi se reconoce en él: “Cuando parece que es de broma, todo el mundo está a favor. Pero, cuando empieza a ser una carrera seria, hay gente que te ve como competencia”. Se echa de menos un análisis más exigente del escándalo que supuso su obra, de su blasfemia cultural y también de su descomunal ambición artística. En ese sentido, la comparación entre ambas trayectorias no se sostiene.
Entre bastidores
La puesta en escena adopta un tono informal y espontáneo, con entradas y salidas de plano, escenarios cambiantes y un acceso constante a bastidores, que remiten al caos festivo y creativo de la primera Movida. Ese aire desordenado permite esquivar el agotado recurso del busto parlante, pero su potencial expresivo no termina de articularse con claridad. Lo más valioso del dispositivo es que permite la aparición puntual, discreta pero siempre estelar, de Brays Efe, en cuya voz —junto a la de su coguionista, Paloma Rando— se adivina el origen de las mejores observaciones que pronuncian los Javis, como la presencia recurrente de policías en su cine o la identificación del director con lo femenino. “Como Tennessee Williams, Antonio Gala y Lorca”, confirma Almodóvar, que admite verse reflejado, con más franqueza de la habitual, en la Pepa de Mujeres al borde de un ataque de nervios.
Entre los múltiples talentos de los Javis no figura ser grandes entrevistadores —y casi es mejor así: uno agradece que dejen algo al resto—, pero juegan con la ventaja de una cercanía con su protagonista que les permite obtener ciertas confidencias. Almodóvar reconoce que Kika y Los amantes pasajeros figuran entre sus títulos menos logrados. Reivindica sus tres primeras películas como los cimientos de una filmografía irrepetible, pero sitúa su punto de inflexión en Todo sobre mi madre, Hable con ella y La mala educación, que califica como “las tres joyas de mi corona”, sin falsa modestia. Hay también guiños a su madre —que revela que cobraba por sus apariciones en sus películas— y a su padre, figura siempre más esquiva, evocado aquí con ternura: arriero, hombre de campo, amante de los animales y escondido detrás de la escena del caballo enfermo en ¡Átame!
Por la serie pasan todos los que debían estar: Rossy de Palma, Bibiana Fernández, Loles León, Julieta Serrano, Leonor Watling, Lola Dueñas, Carmen Machi, Alberto Iglesias, José Luis Alcaine, Agustín Almodóvar... Solo faltan dos figuras esenciales: Carmen Maura, cuya ausencia seguimos viviendo como hijos traumatizados por el divorcio de sus padres, y Victoria Abril, sin la que el mapa almodovariano permanece incompleto. Abandonamos la serie con una impresión: resulta difícil de entender que, a estas alturas, no exista todavía un estudio imprescindible —sea libro o documental— que haya abordado el cine almodovariano en toda su complejidad. No era esa la misión ni la ambición de Pedro x Javis, que actúa como un sucedáneo amable, un refresco estival apto para todos los públicos, a la espera de una lectura más lúcida y penetrante que explique por qué Pedro Almodóvar no es solo un director importante, sino la más luminosa y radical anomalía en la historia del cine español.
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