Confesiones
Me pregunto cómo puede ser que las preguntas espinosas, reveladoras, escandalosas, solo se planteen cuando un tema ya está sobre la mesa


En 2015 Risto Mejide entrevistó, en el mismo programa, a Carmen Maura y a El Rubius. Una entrevista en la línea de Risto, quien, parapetado tras unas gafas tintadas, espera hasta que el invitado se relaja para soltar la pregunta incómoda. Un formato más visto que el tebeo que se sostiene porque busca entrevistados muy emocionales, que es lo que da titulares. Y de eso se nutren todos los espacios de entrevistas con la única excepción de Cine de barrio.
En aquella entrega de Al rincón de pensar hubo un enorme titular: El Rubius llora. Y el espectador sale al ruedo hecho una hidra, porque los ricos no tienen derecho a llorar. Unos minutos antes, Carmen Maura había contado, en otro tono, algo mucho más íntimo: una violación. No fue un Weinstein mesetario, no, sino un hombre que llamó a su puerta y se valió de su superioridad física y de una pistola para imponer sus impulsos sobre la dignidad de quien allí encontró. La cuestión es que esta entrevista pasó relativamente desapercibida porque El Rubius había llorado.
Esta semana ha estado en boca de todos el programa de Évole sobre Belle Époque. En él, Maribel Verdú contó cómo un productor quiso imponer una serie de trabajos promocionales con los que ella no estaba conforme, así que la vetó a posteriori. Para cualquiera que lea prensa especializada se dibujan dos o tres nombres muy claros. A Verdú y a Maura les sobran tablas para saber cuándo quieren forzarles una respuesta, y para fingir que funciona. Pero ellas deciden. Me pregunto cómo hacían antes las actrices para contar este tipo de cosas. Y me pregunto cómo puede ser que este tipo de preguntas espinosas, reveladoras, escandalosas, solo se planteen cuando un tema ya está sobre la mesa. Aún me sorprende que la gente finja sorprenderse.
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