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Sospecho que la cristalina pretensión de tantos luchadores por la justicia, la reparación moral y la condena de los abusadores se reduce en el fondo al: “¿Qué hay de lo mío?”


El epígrafe de la muy necesaria columna que publica en este periódico mi amigo Álex Grijelmo se titula La punta de la lengua. No se escandalicen, nada que ver con la pornografía, sino con las perversiones, naderías, oquedades, deformaciones y mentiras que se pueden manifestar a través del lenguaje. Yo recurro a la sabiduría sobre las palabras que atesora Álex cuando le confieso que no entiendo nada de lo que pretenden expresar tantos artículos, que la fatiga o el estupor hace que los abandone después de las diez primeras líneas. Y sobre todo que me explique qué coño pretende decir la mayoría de la clase política cada vez que abren su previsible, tópica, surrealista, aunque también incomprensible boquita. Cuando me lo explica, lo cual es complicado, aunque también cómico, llego a la conclusión de que la nada nadea, o que detrás de los eufemismos, como siempre, pretenden estafarte.
Viendo la horrorosa y torturante televisión, observo el desfile incesante del victimismo ofreciendo sus incontables testimonios. Narran las injusticias que sufren y aparecen multitud de damnificados, asociaciones, gremios y sindicatos. Todos presuntamente humanistas, reivindicativos con ilimitada conciencia social. Sospecho que la cristalina pretensión de tantos luchadores por la justicia, la reparación moral y la condena de los abusadores se reduce en el fondo al: “¿Qué hay de lo mío?” y “enséñame la pasta y corto el rollo”. Aseguran desde los ancestros de la humanidad que, con el dinero, las penas son menos.
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