Averiados
Existe algo obsceno en preguntarle a gente desolada cómo se sienten. Su voz y su expresión son transparentes, habría que inventar otra pregunta menos tópica, más compasiva


No aparece ningún canal en mi inteligentísima televisión. Un cartelito me avisa de que la resintonice o compruebe si hay fallos en la antena. Me suena a chino, por supuesto. Ninguna prisa. Siento alivio. Ya no me van a informar hasta la náusea del número de infectados y difuntos, asesinatos entre bandas o en familia, okupas chungos, palizas salvajes grabadas en el teléfono, insustituibles muestras de violencia de género, imágenes muy fuertes que pueden herir la sensibilidad de su amado público, de todas esas desgracias que los presentadores comunican con tanta energía y subterráneo morbo. Ni tendré que escuchar el discurso hueco de tantos políticos repulsivos.
Existe algo obsceno en preguntarle a gente desolada cómo se sienten. Su voz y su expresión son transparentes, habría que inventar otra pregunta menos tópica, más compasiva. Hace mucho tiempo, una persona querida respondió a mi machacón e innecesario interrogante: “Me siento como una ciudad en ruinas y sin murallas”. No tenía presente y aceleró su ausencia de futuro. Aseguran las encuestas que seis de cada 10 personas se sienten en esta despiadada época invadidas por la tristeza, la depresión y el miedo. No hay brujos, ni curas ni psiquiatras para tantas almas averiadas. Tampoco pócimas que devuelvan la esperanza. Supongo que en la estadística habrá algunos ricos. Pues imaginemos cómo se sentirán los actuales o próximos pobres. Cuentan que los ingleses tuvieron exaltación común cuando Churchill, siempre acompañado de brandy y nicotina, en medio de los bombardeos alemanes y del inminente desastre, dijo que tendrían que resistir a base de sangre, sudor y lágrimas. Pero los líderes actuales de este acojonado y sufriente mundo deberían de tener la vergüenza de callarse, de no prometer mentiras.
Le cuenta el moribundo y conmovedor Pau Donés a Jordi Évole que solo hay que temer al miedo, que se siente acompañado y amado. El testimonio del que se va a largar puede otorgarnos vida y emoción a los que seguimos por aquí. Muchas gracias, Flaco.
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