‘La monja guerrera’, apoteosis de los mandobles
El resultado de esta serie es notable si el espectador se desprende de cualquier indicio de racionalidad


Una buena sinopsis no necesita más de un par de líneas para situar la trama: “Una joven huérfana resucita en una morgue y descubre que una secta secreta de monjas cazademonios le ha conferido superpoderes. Es la elegida: la portadora del halo”. Ningún problema. A partir de ahí La monja guerrera (Netflix) lo tiene fácil.
Adaptación del cómic creado por Ben Dunn en diez capítulos, la acción de la primera temporada se desarrolla toda ella en Andalucía: Marbella, Ronda, Sevilla y Antequera y con un reparto internacional en general e hispano-portugués en particular: Alba Baptista, Toya Turner, Tristán Ulloa, Thekla Reuten, Kristina Tonteri-Young, Lorena Andrea, Joaquim de Almeida y Emilio Sakraya, con Simon Barry como promotor y máximo responsable de la serie. Se da por supuesto que cuando se dan tantos detalles de producción y casting solo se pretende encubrir la falta de ideas sobre el qué decir, como es el caso.
Un selecto grupo de Monjas-Ninja de la Orden de la Espada Cruciforme no pararán de dar mandobles en su centenaria lucha contra los demonios. La última en llegar, Alba Baptista, vivirá también una fugaz historia de amor con un educado delincuente. La gracia de la serie, o una de ellas, es que además de luchar contra Lucifer y sus huestes, nuestras monjas guerreras descubrirán que el mal también reside en el Vaticano. La sombra de Satanás es alargada.
Añádanle a todo ello una empresa de alta tecnología que entremezcla lo cuántico con alcanzar otra dimensión y el resultado es una producción notable, un reparto funcional y una historia en la que la presentación, el nudo y el desenlace exigen desprenderse de cualquier indicio de racionalidad lo que, por otra parte, no resulta infrecuente.
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