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Juguetes con IA y conectados: “¿Qué reducto de intimidad les va a quedar a los niños?”

En temporada de regalos, los expertos analizan el impacto cognitivo y emocional de los peluches inteligentes y piden reflexionar sobre qué datos almacenan

Un peluche con pantallas en los ojos y tan pequeño como un llavero. A primera vista, parece un Labubu: grandes pupilas, un pelaje afelpado y cuenta, como este popular muñeco de menos de 20 centímetros, con un gancho para colgarlo al bolso. Su nombre es Smart Hanhan y circula por internet en su variante púrpura, gris y amarillo. Recientemente, Huawei lo empezó a vender en China a 399 yuanes (unos 48 euros). Pese a su apariencia dócil e infantil, como la de un típico peluche, Smart Hanhan lleva en su interior el asistente inteligente Xiaoyi, también conocido como Xiaoice, una herramienta de inteligencia artificial (IA) que conecta al diminuto personaje con un modelo de lenguaje capaz de interactuar y, según la empresa tecnológica china, también procesar emociones.

Se ha documentado que este tipo de juguetes inteligentes responden a las preguntas de los pequeños con contenido inapropiado o peligroso. Y su uso también plantea dudas desde el punto de vista de la privacidad. Para Borja Adsuara, jurista experto en derecho digital, el mayor peligro tiene que ver con el derecho a jugar sin ser observado. “¿Qué reducto de intimidad les va a quedar a los niños?”, se pregunta.

Grok, desarrollado por Curio Interactive, con sede en California, es otro peluche conectado a internet. No se trata del asistente desarrollado por x.AI, pero tiene la voz Grimes, nombre artístico de la cantante canadiense Claire Boucher, expareja de Elon Musk. Su forma es la de un cohete, pero responde a preguntas y mantiene conversaciones, como los chatbots. Bajo la frase, “un taller mágico donde los juguetes cobran vida”, la empresa publicita esta especie de gadget y sus ocho amigos como peluches destinados a niños desde los tres años.

Según explica Adsuara, el Reglamento (UE) 2024/1689 de inteligencia artificial no prohíbe la venta de estos juguetes, pero sí se los podría situar en una categoría delicada. “El reglamento no dice nada concreto sobre juguetes”, señala, “pero sí establece usos prohibidos y usos de alto riesgo, y los juguetes con IA encajarían claramente en esta segunda categoría”.

Para el letrado, el debate público suele estar enfocado en un punto equivocado. “Se cree que el problema es la IA, pero en realidad son los datos personales”. La acumulación masiva de información, sostiene, permiten inferir comportamientos, extraer patrones y crear perfiles precisos, en este caso, construidos a partir del juego infantil. “Estamos hablando de datos de niños, que deben estar especialmente protegidos”, insiste el experto, y recuerda que el artículo 18 de la Constitución protege el derecho a la intimidad.

La detección de emociones mediante cámaras está expresamente prohibida en Europa, aunque se utilice en otros países como China. “Allí se analiza si los alumnos están atentos, aburridos o cansados”, comenta Adsuara. Aplicado a los juguetes, el fabricante obtiene información valiosa sobre las reacciones emocionales del niño, que le permitirán orientar su negocio a costa de entrar en su intimidad. “Hoy hablamos de emociones, mañana hablaremos de pensamientos”, advierte Adsuara.

Mientras algunos peluches y robots incorporan estos sistemas, otros utilizan tecnologías tradicionales, como respuestas preprogramadas y sensores básicos, que no implican aprendizaje real ni peligro de vigilancia, pero que en el mercado se publicitan de forma ambigua como inteligentes. Los ejemplos: el robot AIRO de la marca Clementoni, Lexibook Powerman o Planet Robert, que se venden en las jugueterías españolas.

Impacto en la atención y la memoria

María Jesús Luque, especialista en neuropsicología, educación y aprendizaje, identifica un impacto en los procesos atencionales, especialmente en edades tempranas. La interacción con juguetes altamente dinámicos, con estímulos constantes de luz, color y respuesta inmediata, afirma, disminuye la capacidad de atención sostenida del niño.

Cuando la atención se ve afectada, también lo hace la capacidad de retener y manipular información durante breves periodos de tiempo, como recordar una secuencia de números o seguir instrucciones simples. “El niño no tiene que poner en marcha esa capacidad”, explica, porque el dispositivo lo hace por él.

La especialista apunta además que el uso de estos juguetes puede afectar el desarrollo del lenguaje, la imaginación y el pensamiento crítico. “Si no tienes atención, memoria y lenguaje, es muy difícil analizar un mensaje, un argumento o incluso tu propio pensamiento”, explica esta experta.

Pese a su postura crítica, Luque reconoce que la IA puede tener también un papel facilitador. La clave está en que la tecnología ayude a iniciar o despertar una idea, pero que sea la persona quien la desarrolle. Este beneficio es más claro en adolescentes y adultos, por su mayor grado de madurez. En el caso de niños pequeños, la IA no debería ser utilizada de forma autónoma, sino mediada por un adulto que actúe como filtro. “La IA no debería ser usada por solo por ellos. Siempre que usen el juguete, deben estar los padres. Así ya no solo van a generar un mejor uso, sino en favorecer el vínculo entre el niño con la familia”, señala Luque.

Conversaciones inapropiadas

El informe Trouble in Toyland 2025, de la organización Public Interest Research Group (PIRG), ha documentado casos en que algunos juguetes con IA responden con información detallada sobre temas peligrosos o restringidos para adultos. Analizaron la interacción de Grok de Curio, Kumma de FoloToy y Miko 3 AI Robot de Miko.

Para Grok y Miko 3, los investigadores configuraron la edad del usuario en 5 años, y aun así ambos ofrecieron información cuestionable: desde dónde conseguir fósforos, hasta reflexiones sobre la muerte en batalla según la mitología nórdica o interpretaciones religiosas que podrían incomodar a padres y cuidadores.

Kumma, un oso de peluche con IA, no les permitió establecer la edad del usuario ni cuenta con controles parentales claros. El juguete explicó dónde encontrar cuchillos, píldoras y fósforos, y en conversaciones más largas derivó hacia contenidos sexuales explícitos.

Una culpa compartida

En los casos en los que un sistema con IA ofrece consejos inapropiados o peligrosos, Adsuara reconoce que los fabricantes tienen responsabilidad y podrían hacer mucho más de lo que hacen. Pero destaca un elemento que considera relevante: la responsabilidad de los padres. “El Código Civil dice que los padres tienen la obligación de velar por sus hijos”, recuerda.

El abandono de menores, afirma tajantemente, no solo existe en los espacios físicos. “Un entorno digital puede ser más peligroso”, argumenta, especialmente en lo que respecta a la salud mental o la libertad sexual del menor. Para el jurista, cuando regalar un juguete inteligente, una tablet o un móvil sin supervisión es una opción, “no se puede decir que todo es culpa de las plataformas”.

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Sobre la firma

Selva Vargas Reátegui
De Lima, Perú. Periodista con interés en temas tecnológicos, sociales y culturales. Trabajó en el diario La República y actualmente escribe sobre tecnología, ciencia, medio ambiente y salud en la sección Materia. Cursa el Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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