“Ah, ¿pero tú eres gitano?”: una de cada tres personas en España siente poca o ninguna simpatía hacia este colectivo
Siete de cada diez españoles reconocen saber poco o nada sobre la historia y cultura de la comunidad gitana en el país


“Ah, ¿pero tú eres gitano?”. Es la pregunta que Ángel Pérez escucha a menudo cuando habla de su identidad con sus compañeros de la carrera de Derecho. Ese “pero” lo dice todo. Pérez no encaja en el estereotipo que muchos españoles tienen interiorizado sobre la población gitana. “No llega a ser un acto de discriminación”, matiza, “pero sí refleja desconocimiento”. “No eres la imagen del gitano que han aprendido en la televisión o a través de viejos bulos, distorsiones y estigmas: que los gitanos cantan flamenco, roban o delinquen. Tú no respondes a ese estereotipo”, explica Pérez, de 44 años, que cursa segundo de Derecho en la UNED. Ese desconocimiento es mayoritario. Siete de cada diez personas en España declaran saber poco o nada sobre la historia o la cultura del pueblo gitano, y una de cada tres afirma sentir poca o ninguna simpatía hacia las personas gitanas. Así lo recoge el informe La mirada social sobre el pueblo gitano en España, presentado este martes y elaborado por la Fundación Secretariado Gitano (FSG) junto a la empresa 40dB, a partir de una encuesta a 1.000 personas de todo el país.
El estudio compara las percepciones sociales con los datos reales. Algunas están relativamente ajustadas: el 84% de los encuestados sabe que las personas gitanas son españolas. Otras, en cambio, siguen ancladas en una visión estereotipada o, como la define Ana Segovia, periodista y directora del departamento de incidencia social de la FSG, “folclórica”. “En un año tan simbólico, en el que celebramos el 600 aniversario de la llegada del pueblo gitano a la Península ibérica, el barómetro evidencia que la mayoría no conoce la historia ni cultura del pueblo gitano”, subraya. “Se ignora la persecución histórica y todo lo que hemos aportado como parte esencial de la construcción de este país”. Segovia insiste en la necesidad de romper con la imagen homogénea también de las mujeres gitanas. “En la literatura, el cine o los medios sigue dominando una visión muy tradicional. Falta reconocimiento a mujeres gitanas diversas, emprendedoras, profesionales”.
La antipatía —o, más bien, la discriminación— hacia la población gitana no entiende de ideologías. El porcentaje de personas que declaran tener poca o ninguna simpatía es similar entre quienes se identifican con la izquierda y con la derecha. “El antigitanismo es transversal y atraviesa a toda la sociedad mayoritaria”, señala el documento. Segovia lo vive en situaciones cotidianas: “Cuando voy al supermercado y noto que el dependiente me sigue, está esa presunción de culpabilidad, como si por ser gitana estuviera haciendo algo ilegal”.
El estudio recoge otros datos reveladores: el 10,4% de la población se siente bastante o muy incómoda con compañeros gitanos en el trabajo; el 24%, con vecinos gitanos; y el 29,2%, si su hijo o hija tuviera una pareja gitana. “Es una cifra vergonzosa”, afirma Pérez. Pero entiende que muchas de esas personas no han convivido nunca con gitanos. Para él, cuando hay convivencia real, el prejuicio se rompe. “El pueblo gitano también ha aportado valores como la hospitalidad, la convivencia o la hermandad. En los barrios donde existe esa convivencia, la población no gitana suele estar encantada”.
Pese a todo, el 64% de los encuestados cree que la población gitana sufre discriminación. La FSG pregunta en la encuesta por el grado de simpatía siente la población por distintos colectivos (desde jóvenes hasta personas sin hogar o transexuales) y por la discriminación que creen que sufren: es el segundo grupo social que despierta menos simpatía, solo por detrás de la población musulmana. Y son los dos únicos grupos sobre los que se perciben más discriminación que simpatía.
Las discrepancias entre percepción y realidad son especialmente notorias en el ámbito socioeconómico. Siete de cada diez personas creen que la población gitana recibe prestaciones sociales, cuando solo dos de cada diez perciben el ingreso mínimo vital, según datos de la fundación. Un 40,5% considera que no vive de su trabajo, pese a que la tasa de actividad es similar a la de la población general, según un estudio comparado de la FSG publicado en 2018.
También ocurre en el acceso a la vivienda. Siete de cada diez encuestados creen que las personas gitanas no sufren discriminación al alquilar una casa, pero el 75% de ellas afirma haberla padecido. “La primera vez que quise alquilar un piso en Madrid tenía nómina y solvencia”, relata Segovia, de 35 años y nacida en Cádiz. “Pero mis apellidos o mi apariencia generaban desconfianza. El problema era que yo era gitana”.
Una cuarta parte de los encuestados cree que la mayoría de la población gitana vive en chabolas. Sin embargo, la cifra real es del 2,7%, según el Estudio-Mapa sobre Vivienda y Población Gitana, publicado por la FSG en 2016. “Desde la llegada de la democracia ha habido grandes avances en derechos sociales”, señala Segovia. “La mayoría de las personas gitanas vivimos en pisos, en casas, en barrios como cualquier otro ciudadano. Pero esa imagen homogénea sigue muy arraigada”. La desigualdad estructural, no obstante, continúa siendo una realidad: el 86% de la población gitana se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social. Aun así, solo el 40,2% de los encuestados cree que la mayoría es pobre.
Educación y estereotipos
En educación, las percepciones también chocan con los datos. Aunque la mitad de los encuestados consideran que los niños gitanos no están escolarizados en las etapas obligatorias, la tasa de escolarización es prácticamente total. La brecha empieza a aparecer en la ESO. Tres de cada cuatro personas creen que la mayoría no la finaliza, y la realidad confirma esa percepción: el 63% no completa la Educación Secundaria Obligatoria.
Cuatro de cada diez encuestados atribuyen este fracaso escolar a las familias gitanas, por considerar que no priorizan la educación. Sin embargo, casi una cuarta parte llegó a apuntar a las deficiencias del sistema educativo para compensar las desigualdades de origen de la que parten los niños gitanos.
Ángel Pérez ve múltiples causas. “La familia influye, pero no es la razón principal del abandono escolar”, afirma. Habla del desconocimiento que genera rechazo entre compañeros y de las bajas expectativas de parte del profesorado. “Algunos profesores dan por hecho que vas a abandonar”, cuenta, recordando frases como: “Tú, como el año que viene vas a abandonar”, o “como el año que viene tienes otras prioridades, etcétera”.
Tanto él como Segovia denuncian la existencia de aulas y escuelas segregadas, donde se agrupa al alumnado gitano. “Eso limita la convivencia y perpetúa la exclusión”, señala Pérez. Segovia añade que el sistema educativo español “no siempre está preparado para acoger y para acompañar la diversidad”. Reclama que la historia y la cultura del pueblo gitano se estudien en las aulas. “Es importante para que los niños y niñas gitanos se sientan parte de la historia, para que conozcan referentes. Pero también para los alumnos no gitanos, para generar esa convivencia”
La falta de referentes también pesa. “A medida que avanzas en el sistema educativo, te vas quedando solo”, relata Pérez, que terminó Bachillerato y cursó un ciclo de grado superior en integración social. Ahora trabaja como coordinador de voluntarios en la FSG. “En los niveles superiores te conviertes en el elemento exótico”, afirma. Sin embargo, defiende el valor de la convivencia: “Tener compañeros gitanos ayuda a desmontar estereotipos. Es una oportunidad para limpiar prejuicios”.
Mientras persisten los estereotipos, muchas personas gitanas todavía tienen que lidiar con la sorpresa de los demás. Igual que Pérez, Ana Segovia también escucha: “Guau, pero tú no pareces gitana”. “No me gusta”, dice, firme. “Parece un piropo, pero en realidad es una ofensa. Porque parte de una idea única de lo que es ser gitano. Y eso también es discriminación”.
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