Tres de cada 10 jóvenes declaran haber sido víctimas de violencia sexual en la infancia o adolescencia
El más completo estudio de prevalencia que se publica en España revela cifras demoledoras cuyas secuelas, según las psicólogas consultadas, afectan el desarrollo físico, emocional, fisiológico y neurológico de los niños

Nunca en España se había hecho un estudio completo sobre prevalencia de la violencia en la infancia y adolescencia. El que presenta este jueves el Ministerio de Juventud e Infancia arroja cifras demoledoras: el 48,1% de las personas encuestadas ha sufrido en su infancia y adolescencia violencia psicológica (desde conductas de control a intimidación y desprecio); el 40,5% ha padecido violencia física. Cerca de tres de cada diez (28,9%) han sido víctima de violencia sexual. En España hay casi seis millones y medio de personas jóvenes, de entre 18 y 30 años, por lo que, según las estimaciones del informe, de 168 páginas, casi dos millones habrían sido víctimas de violencia sexual en su infancia y adolescencia. “Se puede hacer la extrapolación con absoluta fiabilidad”, asegura Miguel de la Fuente, coordinador del estudio llevado a cabo por Sigma Dos. El defensor del pueblo, sin ir más lejos, estimó en 440.000 las víctimas de pederastia sólo en el ámbito de la Iglesia.
El recuerdo autodeclarado (así se define, ya que por una serie de razones no es factible entrevistar a menores y niños) de 9.037 jóvenes de entre 18 y 30 años (2.643 hombres y 6.394 mujeres) que han contestado al extenso cuestionario del ministerio de Sira Rego dibuja un duro escenario en el que se identifican, además, otros tres tipos más de violencia: la que se comete en el ámbito de la pareja, con una prevalencia del 25,7%; la digital, sufrida por el 24,9%, y la negligencia, es decir, la falta de cuidados por parte de adultos responsables, que han declarado sufrir el 24,4%. Ser testigo de violencia es otra forma en sí misma de padecerla (ver cómo alguno de los padres pega, golpea, humilla o amenaza a un hermano o hermana, o cómo un adulto hace daño a otro niño), y un 35,7% de las personas encuestadas la han experimentado.
“Las cifras son terribles y demuestran que la violencia es un hecho y un comportamiento estructural. No es algo que pertenece al ámbito privado: este tiene que convertirse en asunto de Estado porque tenemos la obligación de proteger y cuidar de nuestros niños y adolescentes”, asegura la ministra Sira Rego, al tiempo que avanza que este tipo de estudios tendrá una periodicidad —la idea es cada dos años— para poder hacer comparativas y evaluar si las políticas públicas funcionan.
El trabajo de campo se llevó a cabo a finales de 2024, se identificaron, además de seis tipos de violencia, las etapas en las que se sufrieron: además de la global, referida al total de los encuestados, se contabilizó la sufrida en la infancia (de 0 a 11 años), en la adolescencia (de 12 a 17) y la continuada (cuando se sufre en ambas etapas). Se identificaron los perpetradores (padres, madres, parejas, novios, compañeros de clase, amigos...), y los entornos donde mayormente se cometieron los abusos: el familiar, el escolar, el recreativo, el judicial o de la salud, etc.
Mercedes Bermejo, psicóloga sanitaria experta en infancia y adolescencia, explica cómo afecta la violencia en el desarrollo de niños y adolescentes. “Deja marcas que van mucho más allá del momento en el que ocurren y, la mayoría de las veces, son marcas invisibles que pueden derivar en algún tipo de secuela o estrés postraumático. Es una experiencia que altera el desarrollo emocional, psicológico, fisiológico e incluso neurológico de los niños y jóvenes que la sufren. Eso condiciona su forma de estar en el mundo, su manera de relacionarse, de vincularse, de entender las figuras de autoridad. La infancia debería ser un lugar seguro para que puedan crecer de manera saludable y desarrollar su autoestima”.
Cuando aprenden que el mundo no es ese lugar seguro, añade Bermejo, pueden sufrir ansiedad, depresión, dificultad en confiar en otras personas. “La sintomatología psicosomática también la vemos: trastornos del sueño, alimentarios, problemas académicos. Tienen carencias emocionales porque se desconectan del mundo como forma de sobrevivir y no ver la parte dolorosa".
Las perpetradoras también son las madres
Contrariamente a la creencia común de que la violencia suele ser algo asociado a los hombres, los perpetradores más identificados no solo son los padres, sino también las madres, y en porcentajes muy parecidos, cuando no mayores. Sucede en la violencia psicológica (las madres en el 60,4%% de los casos, los padres en el 56% y los compañeros de estudio o actividades recreativas y deportivas un 47,2%); en la física (38,8% los padres, 37,6% las madres y en tercer lugar, con un 35,9%, los compañeros); y en la violencia por negligencia (los padres en un 49% y las madres en un 47,7%).
En el caso de la violencia sexual, los perpetradores identificados con más frecuencia son la pareja, novio u novia (32,3%), seguidos por un adulto desconocido (25,6%), padres (15,7%, porcentaje que en el caso de la infancia sube casi al 22%) y madres (11,5%). En la violencia digital, los más identificados son las parejas (en el 27,9% de los casos) y un desconocido adulto (26,3%). En la violencia dentro de la pareja, el perpetrador más identificado es el hombre en el 57% de los casos y la mujer en el 33,6%.
La mayor diferencia de género en cuanto a víctimas se registra en la violencia física: el 46% de los hombres declaran haberla sufrido, frente al 34,8% de las mujeres. Según Bermejo, estas son las consecuencias de la violencia física: “Más allá del daño corporal, genera la sensación de indefensión, perdida de control sobre el cuerpo, de sentirse muy expuestos. El niño aprende que el dolor o el castigo es la manera que tienen los adultos de quererlos y eso hace que a veces se perpetúen este tipo de relaciones violentas y sumisas en la vida adulta”.
En cuanto a la violencia sexual, los porcentajes de prevalencia son casi parecidos: reportan haberla sufrido el 33,6% de las mujeres frente al 24,4% de los hombres. En la etapa de la infancia la prevalencia global es de un 6,3%, pero sube hasta 26% en la adolescencia.
El panorama que dibuja el informe de prevalencia es preocupante no solo porque la violencia es ejercida en una etapa en la que los niños deberían ver garantizados sus derechos, recibir los cuidados adecuados para su desarrollo físico, mental y emocional, sino porque, además, el informe revela que la violencia es doble, ya que en todos los casos, cuando se sufre, no se cuenta, ni se comparte, ni se pide ayuda. Por ello, no se recibe atención específica. De los que han sufrido violencia psicológica, por ejemplo, el 50% declara no haber hecho nada con ello, solo el 31% se lo contó a alguien y apenas el 10,2% recibió atención especializada. En el caso de la violencia física, los datos son muy parecidos: el 49% de los que la sufrieron no hizo nada, el 32% se lo contó a alguien y el 7,6% recibió atención especializada.
Para Marta Giménez-Coral, psicóloga especializada en protección frente la violencia contra la infancia y adolescencia en Save The Children, es fundamental recibir ayuda especifica cuanto antes. “La atención temprana y especializada es clave para romper la cadena del trauma. Cuanto antes se detecta y se interviene, menor es el riesgo de cronificación y de revictimización. En España, la mayoría de niños y niñas que sufren violencia no acceden a una atención psicológica especializada, lo que perpetúa el impacto de la misma”.
Y añade: “Todas las violencias dejan secuelas y nos encontramos que la mayoría de los niños y adolescentes no sufren un solo tipo de violencia, sino varias a la vez o a lo largo del tiempo. Por ejemplo, un niño que sufre violencia física suele estar también expuesto otras formas de violencia, como la psicológica o la negligencia en distintos momentos o contextos. Los estudios muestran que estas experiencias no ocurren de manera aislada, sino que se entrelazan y se refuerzan entre sí, amplificando el daño”.
La violencia sexual, que además de las secuelas emocionales,suele paralizar durante años al que la sufre por el miedo, vergüenza o culpa, se comparte con alguien en el 27% de los casos. El 52,5% (el porcentaje más alto de todos los tipos de violencia) no hizo nada y apenas el 9,6% denunció.
Según Iñaki Alonso, que además de abogado es uno de los mayores expertos en España (y en el Consejo de Europa) en protección de la infancia, sin embargo, son “bastante elevados” los datos sobre las víctimas que sí se lo cuentan a alguien. “Cada vez reparamos menos en ello porque seguimos diciendo que no se visibiliza la violencia, que está oculta, que las víctimas lo llevan como un estigma, pero la realidad es que los datos que muestra el informe y otros que he podido comprobar dicen que las víctimas sí lo están contando. Si luego terminan sin hacer nada, igual el foco debería ponerse en la persona que recibe esa verbalización. Es un agente clave que tiene que tener, todos deberíamos tenerlas, unas herramientas mínimas para saber cómo reaccionar a una verbalización de violencia grave. No hay que minimizarlo ni relativizarlo, sino acompañar conscientemente para que la víctima reciba ayuda. La clave en la protección, para mí, está ahí”.
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