Ir al contenido
_
_
_
_

Justicia para los hijos de Elisa Abruñedo, violada y asesinada hace 12 años por un cazador pelirrojo

La Fiscalía pide 32 años para Roger Rodríguez, que en septiembre de 2013 eligió una presa aleatoria: una gerocultora y madre de familia que paseaba por un camino rural al atardecer

Elisa Abruñedo y su esposo, Manuel Fernández, en una de las últimas fotos que se hizo la pareja antes de la tragedia sufrida por la familia.

Roger Serafín Rodríguez Vázquez, vecino de Narón (A Coruña) que ahora tiene 51 años, conducía por el municipio cercano de Cabanas su Citroën ZX verde con matrícula de Barcelona, al atardecer del primer, caluroso, día de septiembre de 2013. Había un incendio forestal en un monte cercano, mucho tráfico en la autopista y la carretera de la costa y apenas un alma en la vía alternativa que él había escogido, dando un rodeo, para regresar a su casa aquel domingo.

Completamente sola, sin su marido o sus hijos, fue como se encontró este cazador, amante de los caballos y mecánico pelirrojo, de piel rosácea, ojos marrones y vida discreta, a Elisa Abruñedo, una gerocultora de 46 años que, como cada día, había salido a dar un paseo. Era, supuestamente, una ruta tranquila por los caminos entre las casas, el monte y los campos cercanos a su vivienda, en la aldea Lavandeira. Roger Rodríguez puso en la mujer desconocida el punto de mira, arrumbó el vehículo precipitadamente, se apeó y se lanzó a por ella. La abordó por la espalda, la golpeó, la arrastró hasta unos matorrales, la violó y la acuchilló hasta la muerte para no dejar testigos. Fueron solo unos minutos, casi un suspiro.

El crimen de Elisa, eclipsado en los medios por la desaparición y muerte, 20 días después, de la niña compostelana Asunta Basterra, no fue resuelto por la Guardia Civil hasta una década más tarde gracias a la sofisticación de las investigaciones genéticas. Pero también a un concienzudo trabajo de revisión de archivos parroquiales. La semana que viene ―tras 12 años y con el acusado entre rejas desde octubre de 2023― llega al fin la hora de la justicia, en la Audiencia de A Coruña, para los dos hijos de la víctima, y cuando ya falleció su esposo en accidente laboral.

Efectivos de la Guardia Civil trasladan al presunto asesino de Elisa Abruñedo a su vivienda de Narón para hacer un registro, en octubre de 2023.

La Fiscalía pide 32 años de prisión para el procesado, 12 por la agresión sexual y 20 por el asesinato, “con la agravante de aprovechamiento de las circunstancias de lugar y tiempo”. Además, reclama una indemnización de 100.000 euros para cada uno de los hijos de Elisa, Adrián (ahora de 36 años) y Álvaro (de 31), que han vivido en la casa familiar —a 200 metros del pinar donde apareció el cadáver de la madre— solos tras la muerte de su padre, Manuel Fernández, en 2015.

Hasta octubre de 2023, durante una década larga, aquella tragedia de Cabanas pareció un crimen perfecto, y Elisa Abruñedo, una pieza de caza sin más consecuencias para este violador y asesino ahora confeso. Sin antecedentes penales, el rastro genético que dejó el procesado en la víctima no figuraba en ninguna base de datos. Nadie lo había visto aquella tarde, al filo de las nueve de la noche, en aquel lugar. Pero el peculiar color del pelo torció la suerte del criminal, cuando en su huella genética apareció la mutación del gen MC1R, principal explicación de los rasgos físicos en las personas con de cabello anaranjado.

La pista, descubierta por el Instituto de Ciencias Forenses Luís Concheiro de Santiago, fue crucial a la hora de rastrear viejos árboles genealógicos en los archivos parroquiales de la Diócesis de Mondoñedo-Ferrol, algunos de ellos del siglo XVI. Había que buscar las estirpes de pelo colorado, no demasiadas aunque sí más en Galicia que en otras zonas de España. El equipo de la Guardia Civil de A Coruña, que también investigó las desapariciones de Asunta y Diana Quer, encontró al final de la enmarañada madeja a Roger Rodríguez, que llevaba una vida discreta, con su novia y su trabajo en una empresa auxiliar de los astilleros Navantia, en un piso de Narón. Cuando se cotejó el ADN hallado en el cadáver de Elisa Abruñedo con una muestra obtenida directamente del sospechoso, coincidió al 100%.

Tres cuchilladas en zonas vitales

“El encausado se introdujo en el terreno situado al lado de la carretera, en el que había pinos y abundante vegetación de monte bajo, arrastrando a Elisa marcha atrás, mientras la sostenía fuertemente de espaldas a él”, relata el escrito de acusación de la Fiscalía. De esta forma, recorrió “17 metros” hasta “donde no podía ser visto desde la carretera”. Después de desnudarla y violarla, el acusado “se irguió hasta arrodillarse encima” de su víctima “aturdida y desvalida”, “sacó una navaja o cuchillo del bolsillo de su pantalón y la apuñaló” dos veces en el torso y una en el cuello.

Elisa Abruñedo, en su finca de Lavandeira (Cabanas).

El cuerpo de la vecina de Cabanas, buscado por la familia y los amigos hasta encontrarlo al día siguiente, presentaba, en palabras del fiscal, “múltiples equimosis, excoriaciones, hematomas y erosiones en la cabeza, el cuello, los brazos y las piernas, dos equimosis en la zona genital, y tres heridas inciso punzantes: una en la parrilla costal izquierda, que afectó al corazón; otra en la parrilla costal derecha, que afectó al pulmón; y otra en el cuello, que seccionó el anillo traqueal”.

Si el asesino no hubiera tenido esa peculiaridad genética, es probable que el caso Elisa no se hubiese desentrañado y Roger Rodríguez no se sentaría, a partir del lunes, ante un jurado popular. Tras la mediática rueda de prensa (a principios de 2018, en la Delegación del Gobierno en Galicia) posterior a la captura de El Chicle y la resolución del caso Diana, uno de los agentes que capitaneó desde 2013 las pesquisas del crimen de Cabanas prometía en un corrillo con periodistas —y con los ojos húmedos por la emoción— que su grupo “no descansaría” hasta encontrar al asesino de la gerocultora, en aquel momento todavía un fantasma.

Los agentes rastrearon pacientemente, aldea por aldea, estirpe por estirpe. Según un miembro del equipo, con frecuencia se tropezaban con la dificultad añadida de los hijos extramatrimoniales, “más abundantes de lo que se cree”, y el rastro paterno se diluía. En los detallados documentos antiguos, que comenzaron a cumplimentarse tras el Concilio de Trento, los propios curas de la zona hacían anotaciones al respecto y llegaban a advertir, al margen, de los nombres de quienes consideraban padres biológicos de las criaturas.

Se realizaron cribados de carácter voluntario en miembros de distintas familias y las muestras se fueron enviando, poco a poco, a los laboratorios de la Guardia Civil en Madrid. Un día, en estas pruebas, se detectó a un pariente del individuo que buscaban. Tenían, además, el testimonio de un vecino que recordaba haber visto un Citroën ZX, ya antiguo, como el que había poseído el cazador. Roger Serafín Rodríguez estaba acorralado.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_