José Luis García Sabrido, cirugía y humanismo
Fallece en Madrid uno de los pioneros del trasplante hepático en España, que operó a Fidel Castro y atendió a inmigrantes en Lesbos después de jubilarse

Maestro de cirujanos, mentor y amigo de sus amigos. El pasado 29 de mayo, a los 80 años, nos dejó “el jefe”. El profesor José Luis García Sabrido, médico humanista, cirujano audaz y moderno, deportista, amante de la música y la cultura, dio por terminada su actuación.
Nació el 7 de mayo de 1945 en Madrid, aunque sus orígenes hay que buscarlos en Talavera de la Reina, donde desde niño acompañaba a su padre a las autopsias en los pueblos de los alrededores. “Cuando ingresó en la Universidad Complutense para completar sus estudios ya había visto más anatomía que la mayoría de los ayudantes de catédra”, escribió Manuel Vicent, uno de sus grandes amigos.
Se forjó como cirujano de la mano de su maestro José Luis Barros Malvar, uno de esos gigantes de nuestra medicina de mente lúcida, rebelde y gran autocrítica. Siguiendo sus pasos completó su formación en el Hospital St Mary´s de Londres, en el Presbiterian de Pittsburg y en el Royal Victoria de Montreal. Así fue como puso en marcha el programa de trasplante hepático en el Hospital General Universitario Gregorio Marañón, en Madrid, y creó una escuela de cirugía oncológica que sigue siendo a día de hoy referente nacional e internacional. Sus casi 30 años como jefe de servicio en ese hospital han dejado una huella difícil de borrar.
Tuvo pacientes de todas las condiciones, clases sociales y líneas de pensamiento. Aunque la prensa se interesó por sus pacientes famosos como Fidel Castro, Hugo Chávez, Antonio Gades o Mariano Rajoy, cuando se jubiló se embarcó en misiones humanitarias con varias ONG que lo llevaron a operar en el altiplano en Bolivia y atender a inmigrantes en Lesbos. Porque más allá de su conocimiento y habilidades técnicas, lo que le hacía especial es su preocupación por el paciente en todo su conjunto. Los enfermos atendían como hipnotizados sus explicaciones mientras dibujaba con exactitud la anatomía de su padecimiento y la técnica quirúrgica que le libraría del mismo. Medicina basada en cada persona desde el conocimiento, el rigor y la autocrítica. Huía de los alardes técnicos y siempre volvía al paciente, a la patología, al estudio, a la constancia.
Después de un día operando, era capaz de seguir esa noche un trasplante hepático y al día siguiente afrontar otra gran cirugía a la que se presentaba perfectamente peinado y acicalado. Siempre impecable, siempre listo. Tenía una extraordinaria forma física que le permitía mantener la capacidad de estudio a pesar de esos maratones quirúrgicos.
Su pasión por la cultura le llevó a tener amigos ilustres, con los que disfrutaba de largas conversaciones en las que se debatían acaloradamente de los temas más diversos, desde física cuántica hasta dónde se comen los mejores callos en Madrid. Todos se sonríen recordando alguno de sus episodios, cabalgando en Ayamonte, paseando por la costa asturiana o por el malecón de La Habana.
Murió de una isquemia intestinal, la misma enfermedad que padeció el dictador Franco por el que nunca tuvo estima. Entre muchos legados, nos dejó esta advertencia: “La cirugía no está en las manos, está en la cabeza”.
José Manuel Asencio es cirujano oncológico y de trasplante hepático en el hospital Gregorio Marañón.
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