“Antes de grabar me piden: ‘No me des mucha caña”
El humorista siente que con 'Salvados' ha dado un viraje a la información


La cita es en un bar normal de un barrio normal. Ante un botellín y unos boquerones en vinagre, Jordi Évole (37 años, padre de un niño de cinco) charla con el subdirector de Salvados (La Sexta), el programa que creó en 2008 y con el que ha ido creciendo de la mano de la crisis y de la indignación de miles de espectadores que disfrutan cuando Évole le suelta con desparpajo una colleja verbal a alguno de los políticos a los que ha puesto en evidencia.
Uno diría que suda tinta para conseguir entrevistas. Pero no: “Ahora me conceden más. Muchos me dicen que por su hijo, aunque me suelen pedir: ‘No me metas mucha caña”, subraya con un guiño de esos ojos de chico listo que siempre controla la situación, por supuesto también este breve encuentro. “El que sale en Salvados sabe que no va a ser una entrevista cómoda, pero el periodismo tiene que ser incómodo, no puedes dejarte abducir”.
El bar Antolín está en Sant Feliu de Llobregat, cerca del estudio del programa. “Me gusta comer de menú. Aquí llevo cuatro años viniendo y no me he hartado, lo que no me pasa habitualmente”. Fina, la tendera, canta la carta y él pregunta si la ensalada lleva pimientos. “Me repiten, pero bah, me la pido igual”. De segundo, se queda con los boquerones.
Bar Antolín. Sant Feliu de Llobregat
Dos menús: ensalada de lentejas, vichyssoisse, boquerones fritos y redondo de ternera: 18 euros.
Dos cervezas y dos cortados: 3,70.
Total: 21,70 euros.
Évole nació muy cerca, en Cornellá de Llobregat, “el cinturón rojo de Barcelona”, recalca. Es hijo de una granadina y un extremeño que llegaron a Cataluña siendo niños. “En mi casa nunca ha habido la nostalgia del origen... A sus pueblos he ido ya de mayor y por interés personal”. Ella era charcutera y él, representante de muebles. “Y amante del periodismo, escribía para la revista Destino por el amor a contar una historia. Lo vive con más pasión que yo”, dice el presentador, que tiene una hermana educadora de discapacitados. “Ella sí que es una crack”.
Évole fue un chaval responsable —“si pudiera me extirparía el sentido de la responsabilidad”— que estudió Comunicación Audiovisual. Pronto empezó a radiar partidos de Tercera Regional. Un día le conectaron con la SER nacional. “¡Me iba a oír mi padre! Y va el presentador y me llama Jordi Esteve. No tuve huevos de corregirle”.
Después, metió la nariz en El Terrat y ahí sigue. Se estrenó con los guiones del personaje Palomino. “La vida es cruel”, dice con su risa socarrona. Luego llegó El Follonero. “Fue idea de José Corbacho, que en un ensayo empezó a meterse con Andreu. Un actor pidió mucho por hacerlo, y dijeron mejor tú que lo harás gratis”.
En este tiempo, Évole ha pasado de alborotador a periodista-showman que está haciendo su propia radiografía de una España en crisis vista con los ojos de un ciudadano de a pie. “Yo he hecho un viraje. Al principio en mi programa ganaba el humor y el entretenimiento y ahora, la información. La situación del país nos ha llevado a eso. El espectador quiere entender. Y lo mío no es pose, es que no tengo ni puta idea de economía”. Mañana Salvados termina su mejor temporada, en la que batió en audiencia hasta a su maestro, Buenafuente. “Dos no se pelean si dos no quieren”, zanja el tema. ¿Volverá Salvados? “No parece que esto vaya a acabar pronto y vamos a tener que seguir explicando muchas cosas que no entendemos”.
Tras el cortado, Fina le despide: “Oye, Jordi, mi suegra se ha hecho superfan”. “Me gusta, me gusta”, ríe él. “Ese es mi público”.
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