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Lorena Álvarez: “Nunca me vais a escuchar diciéndole a nadie lo que tiene que opinar”

La cantautora asturiana decidió bajarse del mundo para crear el suyo propio. Rehúye etiquetas con ‘El poder sobre una misma’, un nuevo álbum que la confirma como un verso libre en la música española… Tradicional o no

Lorena Álvarez (San Antolín de Ibias, Asturias, 1983) aterrizó como un cuerpo extraño en la música española alrededor de 2011. Lo hizo con un artefacto denominado La cinta, una casete de siete temas que comercializaba en un zurrón diseñado por ella. Las canciones sorprendían por su inocencia, frescura, desparpajo y lucidez, desde un lugar cercano a la canción de autor folk aunque, en realidad volaban libres, sin referencias previas a las que agarrarse. Supuso una pequeña revolución, los medios la acogieron con fervor e incluso Nacho Vegas le dedicó una canción, Rapaza de San Antolín. “Todo aquello me sorprendió bastante. Yo nunca había hecho música y supuse que era normal. Después me di cuenta de que no lo era y lo que hice fue, poco a poco, bajarme de ese carro”, recuerda, “para hacer la música que yo hago, y de la manera en la que la quiero hacer, necesito mantenerme en un lugar muy sagrado y protegido, que no va mucho con la farándula”.

Desde entonces ha ido a su ritmo. Pausado, pues solo ha publicado tres álbumes en estos 14 años: Anónimo, en 2012; Colección de canciones sencillas, en 2019, y el más reciente, El poder sobre una misma, este 2025. La práctica de la meditación, que la artista lleva ejerciendo desde que se reubicó en su pueblo hace tres años, tras una etapa residiendo en Granada, es una de las mayores inspiraciones de este nuevo disco que ella ha intentado reducir a lo más básico. “Mi lucha —sostiene ella— es eliminar todo lo superfluo, quedarme con la esencia tanto de las palabras como de la música. Por ejemplo, quise poner la voz en muy primer plano y sin ningún tipo de tratamiento ni efecto para comunicar algo muy directamente a la persona que lo esté escuchando”.

Aunque sus canciones siempre parten de su experiencia personal, busca en ellas algo que apele al colectivo: “Intento siempre extraer de todas esas vivencias lo que creo que es común a los demás”. Un ejemplo notorio se produce en el mismo tema que titula el disco, cuando interrumpe el recuento de cosas que le han sucedido para gritar: “¡Vamos todas!”.

Es uno de esos detalles que han llevado a que su obra se tienda a leer en clave política y feminista, algo que ella matiza. “Mi activismo pasa por mi poesía y por mi obra. Nunca me vais a escuchar dando un discurso ni diciéndole a nadie lo que tiene que opinar, pero las cosas que escribo sí que están atravesadas por algún tipo de reivindicación de un mundo con el que no estoy de acuerdo. Siempre pienso que vivimos un poco engañados, como con un velo que nos tapa los ojos. Yo intento descorrer ese velo, ver lo que hay detrás y compartirlo con los demás”, indica. También se muestra crítica con algunos aspectos de la industria musical: “Estoy esperando un relevo generacional, deseando que gente más joven, con ideas más frescas y una mente más abierta, tome las riendas, porque hay muchas manías, muchas maneras de trabajar que a veces están fuera de lugar ya, son de un mundo pasado. Y más mujeres, por supuesto, porque una de las cosas que me han llamado la atención es que toda esta industria musical está completamente copada por hombres, y eso a veces se vuelve un poco cansino a la hora de trabajar”.

Un poco inconscientemente, reconoce, ella también ha acuñado sus propias etiquetas para definir su música y evitar que estas le vengan impuestas desde fuera. Si en sus inicios inventó el término “tradicional sexy” para lo que hacía, ahora habla de “místico-sensual” para referirse al nuevo álbum. “Yo creo que mi música no es lo que parece muchas veces —explica—, y a mí me gusta que sea así también, que tenga sorpresas, que dentro crezca. No me siento muy cómoda en los sitios en los que me intentan encajonar. No quepo ahí, porque yo lo que siempre hago es intentar crear un pequeño espacio a mi medida. Y ese espacio es pequeño, pero crece y es libre”. Lo acompaña, además, de un universo visual al que ella contribuye, elaborando su propio diseño para los discos, o con las fotografías, videoclips y la puesta en escena de sus conciertos. “Es que eso me sale solo, la verdad. Cuando estoy componiendo unas canciones, de repente se me vienen algunas imágenes a la mente y las quiero plasmar, crear un pequeño mundo con todas ellas. O con la ausencia de imágenes también, porque hay tantas hoy en día que te hacen más pequeña la imaginación, y yo lo que quiero es ampliarla”, asegura.

El vestuario forma parte fundamental de todo ese universo. “Yo me visto sola, lo cual es gracioso porque, hoy en día, en el mundo de la música poca gente lo hace. Por ejemplo, Rosalía trabaja con no sé quién, esta otra con tal... Hay muchas músicas, muchos músicos con unos looks increíbles, que son construidos por estilistas, pagados con mucho dinero y con marcas de por medio”, reflexiona. “A mí me gusta rodearme de cosas bonitas y también es así en la ropa”, afirma, “por ejemplo, en la última gira que hice con Los Rondadores de la Val D’Echo, llevaba una camisa del traje tradicional de ese valle. Está hecha a mano y es casi una obra de arte, porque llevo unos plisados en las mangas muy especiales, tuvieron que confeccionarla con esas formas y secarla al sol. La costurera del pueblo la cosió con mis iniciales bordadas. Tengo prendas muy especiales, con mucho valor sentimental, y que me hacen sentir muy feliz cuando me las pongo. Aunque últimamente también estoy trabajando más con una amiga mía que se llama Inés Aguilar, de La Casita de Wendy. A veces pensamos en ideas juntas”.

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