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Anna Wintour, la mujer ‘incancelable’: así se convirtió en la más poderosa de la moda, inmune ante cualquier polémica

La directora de la edición estadounidense de ‘Vogue’ no se retira, sino que da un tímido paso al lado tras 37 años al frente de la revista. Su movimiento ratifica una posición de dominio a la que llegó a base de buen olfato e intercambios de favores; un emplazamiento firme que no se ha visto afectado por ninguna de las múltiples controversias que han salpicado su carrera

Anna Wintour
Patricia Rodríguez

Hay quien no lo cree posible, pero Anna Wintour es capaz de expresar sentimientos, incluso de soltar lágrimas de pura frustración. O al menos lo era. “Estaba llorando. Era la más disgustada y con razón”, recordaba Helen Irwin, la que fuera directora de la revista Viva a finales de los años setenta, cuando les anunciaron que la cabecera cerraba. “Anna era la editora de moda, esas páginas la representaban tanto a ella como a su creatividad. Es comprensible que estuviera más decepcionada que el resto del personal. Perdía su altavoz, y era uno muy potente”.

La anécdota queda recogida en Front Row, la biografía no autorizada que Jerry Oppenheimer escribió de la directora de Vogue Estados Unidos hace un par de décadas, cuando la mujer del impecable corte de pelo bob ya era un icono de la cultura popular. Ya entonces los rumores sobre su retirada se sucedían cada temporada, como lo han hecho en los últimos años. Nunca han sido ciertos, ni siquiera ahora, cuando con 75 años Anna Wintour ha anunciado un tímido paso al lado para dejar espacio a nuevas visiones creativas. Lo anunciaba el jueves en una reunión con su equipo en la que también se encargó de dejar patente, según publica The New York Times, que no piensa irse lejos: “Es mi momento de entrega total a la empresa. No me cambiaré de oficina ni mudaré una sola pieza de mi cerámica de Clarice Cliff. Durante los próximos años centraré toda mi atención en el liderazgo global y en trabajar con nuestro equipo de brillantes editores de todo el mundo”. Vamos, que lo único que abandona es su puesto como directora de la versión estadounidense de Vogue, pero seguirá al frente como directora global de contenidos de todas las revistas del grupo Condé Nast (excepto The New Yorker) en el mundo y como directora artística del conglomerado.

Pero volvamos a la joven Wintour, a la que habíamos dejado llorando en los pasillos de la redacción de Viva. Allí en solo dos años al frente de las páginas de moda había conseguido trabajar con fotógrafos como Helmut Newton y se había labrado un nombre en la competitiva escena neoyorquina. El cargo en la revista, propiedad de Bob Guccione, era el más estable que había tenido hasta entonces en medios de comunicación, tras haber sido despedida de Harper’s Bazaar. Adolescente en el Swinging London, había empezado en revistas escribiendo como freelance para publicaciones como Time Out y antes de eso había sido dependienta en Biba o Harrods. No necesitaba el trabajo para mantenerse, hija de una heredera americana y del editor del Evening Standard, Charles Wintour, lo suyo era pura vocación. Su sueldo en Viva era abultado pero no obsceno, rozaba los 30.000 dólares (unos 100.000 euros en valor actual), pero en aquella época ella se entregaba a una vida de lujo con, por ejemplo, frecuentes escapadas de fin de semana a Londres en el Concorde para salir de fiesta.

Anna Wintour en un retrato tomado durante los años ochenta en el que ya lucía el estilismo que nunca ha abandonado. Ese corte de pelo 'bob', retocado metódicamente, lo adoptó en su adolescencia y solo lo alteró con unas mechas rubias tras su divorcio.

El dinero, que ha manejado y dilapidado con mucha soltura, nunca ha sido su principal objetivo. Por eso el revés en aquella revista hizo que llorara de rabia, porque la alejaba de su verdadera meta: llegar a lo más alto en el campo de las revistas de moda. Y eso entonces significaba dirigir Vogue Estados Unidos. Cuentan los que han coincidido con ella en algún punto de su carrera que siempre ha tenido las ideas claras. Determinada y ambiciosa, una vez que fijó su objetivo nada la detuvo. Tan segura estaba que así se lo dijo célebremente a la cara a su antecesora, Grace Mirabella, que lo que ella quería era su puesto. Así que a nadie le extrañaba que las dos editoras no se pudieran ni ver cuando coincidieron en Condé Nast. Al grupo editorial llegó fichada por Alexander Liberman, como directora creativa de Vogue. Su jefa, Mirabella, recordaba que Wintour era “fría y suspicaz con cualquiera leal a mí, con un estilo de trabajo autocrático”, así que se la quitó de en medio enviándola a Vogue UK. O eso pensaba. De Inglaterra volvió victoriosa (tras despedir a media plantilla) para supervisar House & Garden y finalmente, en 1988 y con 38 años, para dirigir Vogue.

Con John Galliano, en una fiesta en París en 1993, varios años antes de que Winour le propusiera para hacerse cargo de Dior.

Su primera portada, con la modelo Michaela Bercu combinando jersey de alta costura de Lacroix con vaqueros Guess, fue tanto una declaración de intenciones como una buena prueba de su ojo crítico para leer a la sociedad del momento. Tampoco se le da mal detectar talento, o si no que se lo digan a los innumerables diseñadores a los que ha aupado a lo largo de todos estos años. De Marc Jacobs a John Galliano, pasando por los creadores de Proenza Schouler, recién nombrados directores creativos en Loewe. Con muchos de ellos ha demostrado además una lealtad inquebrantable, como en el caso de Galliano, que recientemente ha sido objeto de un intento de descancelación gracias a los hilos movidos a la luz y a la sombra por Wintour.

Anna Wintour en 1990 entre Gianni Versace, Karl Lagerfeld y Christian Lacroix.

La que nunca ha sido ‘cancelada’ ha sido la propia Wintour, y eso que las polémicas se han sucedido como los colores de la temporada a lo largo de toda su carrera. Pero ella siempre ha sabido colocarse por delante. Lo explicaba André Leon Talley (cuya relación con la todopoderosa es prueba de que no siempre es tan leal como con Galliano) en una entrevista con S Moda, poco antes de morir en 2022: “Creo que a Anna Wintour se le deben perdonar los errores del pasado, tanto en términos de diversidad como a nivel personal. Aplaudo los cambios que está haciendo, porque considero que realmente cree en ellos. De hecho, hemos estado intercambiando varios emails de forma regular para discutir sobre el tema”.

Leon Talley aludía a una de las críticas más frecuentes de la última década, la del racismo de las páginas de su revista, en la que predominaba el blanco. Pero Wintour tomó nota y a partir de la aparición del movimiento Black Lives Matter se convirtió en gran defensora de la causa. No ha temido virar en la dirección que soplara en cada momento y, si en los noventa su rostro era usado por Peta para afear el uso de pieles, su revista se convirtió en defensora de abandonar su uso cuando la sociedad también dio ese paso. ¿Veleta? Quizá, o simplemente sobresaliente en su trabajo a la hora de reflejar los gustos y aspiraciones de sus lectores. Porque lo mismo hizo con las acusaciones de clasismo, de las que se zarandeó al colocar en portada en 2014 a Kim Kardashian y Kanye West, cuando ella era la protagonista de realites a la que la moda miraba por encima del hombro. “Parte del placer de editar Vogue es poder retratar a aquellos que definen la cultura en cada momento, cuya presencia en el mundo moldea e influencia nuestra forma de ver las cosas”, escribía en ese número. Cuando la moda se democratizó y se hizo más inclusiva ella abrió las páginas a nuevos personajes y, cuando Trump llegó al poder en su primer mandato Teen Vogue se convirtió en algo así como la revista de la resistencia.

Porque bajo su dirección Vogue no ha sido solo moda, ha tenido espacio para celebridades de todo tipo o para mucha política. También para contribuir a abrir las puertas de los museos a la moda, hoy una de las temáticas que más público congregan en todo tipo de exhibiciones temporales por el mundo. Algo que no habría sido posible sin el ejemplo de éxito de la Gala Met y las exposiciones en el Costume Institute (renombrado como Anna Wintour Costume Institute, ahí es nada) del museo Metropolitan de Nueva York. Wintour ha conseguido llevar la moda a espacios físicos o mentales donde nunca había sido bienvenida con una agudeza seguramente tan afilada como su trato.

“Tiene calidad de estrella, es una estrella”, decía de ella Oscar de la Renta. En la imagen, el diseñador junto a Anna Wintour y la entonces senadora Hillary Clinton, en 2003.

Esa frialdad de la que hablaba Mirabella (que se enteró de su despido por los medios de comunicación) o que sufrió Leon Talley ha sido otra de sus señas de identidad. Una ligera mueca de Nuclear Wintour (así la bautizaron cuando llegó a Vogue a despedir a media plantilla) podía sentenciar carreras como la de Stefano Pilati, que además tuvo que ver cómo todo el drama quedaba grabado para siempre en el documental The September Issue. Los testimonios de varias de sus asistentes, recogidos por su biógrafa Amy Odell, prueban que lo que escribió Lauren Weisberger en El diablo viste de Prada no tenía tanto de ficción. Aunque aquel libro que después fue película fue el golpe definitivo para aupar a Wintour a lo más alto de la cultura popular.

Precisamente en una famosa escena de esa cinta se explica meridianamente por qué Wintour ha sabido sobreponerse a cualquier polémica. Cuando en la pantalla quieren despedir al personaje que interpreta Meryl Streep, la ficticia directora expone los favores que le deben los nombres más poderosos de la industria, que se irán si a ella la tocan. Ese intercambio de protección ha sido clave en toda la historia de Wintour, que se ha hecho fuerte apoyando y siendo apoyada. Aparecer en sus páginas incrementaba las ventas, la notoriedad y hasta los espectadores que acudían a ver una película. Ha aconsejado a marcas o a personajes tan variopintos como Bradley Cooper o Serena Williams; ha tejido alianzas, ha puesto en contacto a todo tipo de perfiles, ha utilizado favores como moneda para ascender en todas las escalas del poder y para hacerse fuerte en lo más alto.

Sirva de ejemplo su relación con los Clinton, a los que veía en los noventa como una nueva versión del matrimonio Kennedy. Cuando estalló el escándalo del presidente Bill Clinton con Monica Lewinsky, en 1998, la propia Wintour se encargó de aconsejar a la primera dama y de redimirla con una portada en la revista solo unos meses después. Porque, sí, hace no tanto un escándalo del marido estropeaba la reputación de la esposa; algo de lo que también sabe Huma Abedin, otra que contó con la sabiduría de Wintour y que hace unos días se casaba con Alex Soros, hijo del magnate y filántropo George Soros. En el caso de la rehabilitación de la figura de Hillary, todo comenzó con una regia portada de Vogue que seguramente también marcó el inicio de su carrera política en solitario. A nadie le sorprendió que cuando un par de décadas después se posicionó como la candidata demócrata a la presidencia de Estados Unidos, una de sus principales valedoras (y de sus más eficaces recaudadoras de fondos) fuera la misma Wintour. También había hecho lo mismo en las dos elecciones que ganó Barack Obama. Tanto ha tocado las teclas políticas que entre los muchos rumores que la han seguido en los últimos años siempre ha estado el de su salto a la gestión pública, concretamente como embajadora en Londres. Nunca fue cierto.

Cuando en 2014 el ala del Metropolitan dedicada a la moda fue renombrada como Anna Wintour Costume Institute la primera dama, Michelle Obama, se encargó de inaugurar el espacio.

El movimiento de esta semana de Anna Winour en realidad sigue la estela de los que dio el hombre que la fichó en Condé Nast, Alex Liberman, que tras dos décadas en Vogue fue ascendido a director editorial de todas las publicaciones de la compañía. Un puesto del que nunca se retiró, porque de ahí pasó a ser el vicepresidente editorial de Condé Nast, hasta su fallecimiento en 1994. Wintour, que tampoco tiene ganas de bajarse del barco, de momento se ha asegurado de que nadie la sucederá en el puesto de directora de Vogue porque el cargo desaparece con ella. El próximo responsable será solo "head of editorial content". Casi mejor, porque a ver quién es el valiente que se atreve a intentar sustituir a Anna Wintour.

Anna Wintour junto a André Leon Talley en la entrega de premios del CFDA en enero de 1988.

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Sobre la firma

Patricia Rodríguez
Periodista de moda y belleza. En 2007 creó uno de los primeros blogs de moda en España y desde entonces ha desarrollado la mayor parte de su carrera en medios digitales. Forma parte del equipo de S Moda desde 2017.
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