Bárbara Lennie: “Los hijos del privilegio también tienen algo que les hace muy poco capaces para el mundo”
Se toma muy en serio su trabajo porque sabe que es un oficio directamente conectado con el alma humana. Tanto estrenando a las órdenes de Alberto Rodríguez como filmando la nueva de Almodóvar, su pasión y vocación son siempre las mismas: ser actriz

Bárbara Lennie (Madrid, 41 años) tiene dos acentos y los intercambia con gesto burlón. Pasa de hablar un español madrileño a vosear desde un acento argentino perfecto. Eso es lo primero que hace cuando le pregunto qué tiene de Argentina. La actriz, que nació en Madrid de padre argentino y madre española, vivió en Buenos Aires hasta los seis años, edad a la que volvió a Madrid de donde regresaba a Argentina para pasar los veranos con sus abuelos. Lo que no sabía en aquellos felices encuentros es que su padre, Alberto Lennie, perteneció a la guerrilla popular montonera, que su tía Cristina fue una desaparecida de la dictadura y que los militares secuestraron a sus abuelos y a su tía Sandra, a la que torturaron en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Bárbara Lennie vivió ajena a lo que había ocurrido antes de su nacimiento, balanceándose entre dos acentos y dos costumbres en su casa de Madrid, pero no vivió ajena a sus consecuencias: el exilio y la migración. Habla de ello con serenidad, con la misma calma que ha mostrado en la sesión de fotos. Esa contención y esa mesura las utiliza de forma magistral en su próxima película, Los Tigres, que se estrena el 31 de octubre, en la que interpreta a una mujer dura y solitaria que vive para cuidar a su hermano, un buceador industrial desastrado y adicto al juego. Fue el rodaje más duro de su vida, y eso que ha participado en casi 30 películas con directores como Isaki Lacuesta, Elena Riera, Jaime Rosales o Pedro Almodóvar, cuya próxima cinta protagoniza. Esta vez se ha puesto a las órdenes de Alberto Rodríguez en una historia intensa para la que pasaron 10 horas en un barco cada día con equipaciones de buceo pesadísimas y al sol. Además, aquella era la primera vez que rodaba desde que nació su hija, de la que tuvo que separarse para trabajar en el sur de España. Allí, en el paisaje de las petroquímicas, se desarrolla una película sobre una realidad muy masculina con su personaje, duro y desencantado, en el centro. “Es verdad que me fui cargando de todo eso y terminé que... Mira, el último día me compré un rímel y eso que yo no me pinto mucho pero me tuve que maquillar. Dije, basta de este nivel de descuido, de poca ternura”. Hay ternura, sin embargo, en su personaje, que a veces se percibe bajo la fachada de piedra. Hay fuego también. Igual que detrás de la templanza de Bárbara Lennie asoma su pasión.

Además de Los Tigres ha interpretado muchas historias de familias complejas: El agua, La enfermedad del domingo, Petra. O por ejemplo, Hermanas, una obra de teatro de Pascal Rambert en la que Irene Escolar y usted interpretan el amor odio de dos hermanas con una intensidad angustiosa en un escenario vacío con la única presencia de las dos. Cuando se enfrenta a esos papeles, ¿cómo sale de ahí?
No quiero sonar espiritual, que lo soy, y cada vez más, pero de Hermanas salía como de una especie de trance, que en realidad es lo que propone la obra. Después el cuerpo se va acostumbrando porque casi todo se puede entrenar. Últimamente pienso mucho en la obra, como no tiene temporalidad podríamos hacerla con cualquier edad en cualquier momento. Y luego digo, no, no, no, no. Vuelve tú a hacer eso.
El programa Escenario cero con el que realizaron esa obra para televisión al estilo de Estudio 1, además lo producían ustedes.
Fue una idea que nos surgió en la pandemia. Tuvimos la gran fortuna de llegar en un momento adecuado a HBO y en seis meses poder rodar todo eso y estrenarlo. Fue una aventura muy intensa, para mí un aprendizaje muy importante. Poder pensar el proyecto y llevarlo a cabo desde el principio es algo que te coloca en otro lugar como actriz. Tengo ganas de volver a hacerlo.

¿Quizá hacer algo sobre su familia? Ha dicho en alguna ocasión que ahora que tiene documentos sobre lo que les ocurrió durante la dictadura argentina le gustaría hacer algo con ellos.
Me encantaría. Es algo que me da a la vez una especie de atracción que no puedo contener y mucho pudor. También me da cierto miedo hablar de cosas que no solo tienen que ver conmigo. Estoy viendo de qué manera enfocarlo, en qué formato y sobre todo con quién, porque no lo haría sola.
La llamada, el libro de Leila Guerriero, retrata a Silvia Labayru, montonera secuestrada en la ESMA, primera mujer de su padre, al que también retrata junto a su familia. ¿Lo ha leído?
No, no lo he leído. Pero a partir de su publicación, que ha sido un evento literario muy importante en este país y que en Argentina ha generado mucha controversia, me dieron ganas de apropiarme de mi propio relato. Porque cada uno lo cuenta como quiere y me dije: para eso lo cuento yo. Hay muchas cosas que no se dicen y que se omiten en el libro y me dio una especie de revulsivo, así como... a veces está bien crear desde un poco de enfado y de ajuste de cuentas. Eso también es un impulso. Pero todavía no sé qué forma puede tener esto.

Ha dicho alguna vez que el linaje nos pesa a todos. La historia de sus abuelos, de su padre, de sus tías: ¿cuál es el peso y el regalo de ese linaje?
No lo sé. A veces pienso que es un poco lo mismo. Es un peso haber tenido que migrar. Ser inmigrante no es nada fácil, dejar tu casa, tu entorno, tu familia, tu estabilidad, lo que te contiene emocionalmente e irte a un país donde no conoces a nadie. Y a la vez siento que me dio mucha fortaleza, una manera de estar en el mundo mucho más despierta, trabajadora, consciente. Al final, en la vida todos queremos evitar el sufrimiento de los hijos, pero hay un punto donde exponerles al mundo es necesario. Mis padres son dos aventureros, son una especie de nómadas con una entereza humana que me ha ayudado muchísimo. Lo que pasa es que hemos sido tres muy solos en un sitio. A veces piensas: ¡dejadnos espacio!

Ahora está criando mujeres, las dos hijas de su pareja, Diego Postigo, y su hija de dos años. Les vamos a legar el mundo que estamos construyendo y la verdad es que no pinta bien para las mujeres.
Es muy complejo. Tengo ejemplos de la mayor, que está en la veintena, otra en plena adolescencia y luego la niñez. Fíjate que siendo generaciones que no se llevan tanto tiempo, 10 años, han tenido infancias diferentes, han tenido accesos diferentes a la tecnología, han tenido maneras de vincularse muy diferentes. Lo más complejo me parece la generación que ahora está en la adolescencia porque han vivido mucho en las redes. Todo el mundo de la imagen, de cómo se conectan con su cuerpo y con los demás me parece complejísimo. Con mi hija pequeña me da mucho vértigo porque realmente no sé qué le vamos a dejar. Vivimos un momento en el que están ocurriendo horrores y estamos siendo testigos. Pero a la vez quiero pensar que hay un lugar para la esperanza aunque produzca mucha angustia.
¿Y cómo se lo plantea?
Creo que hay que educarlas con toda la conciencia posible, con toda la libertad individual posible, con fortaleza, con resistencia. Los hijos del privilegio también tienen algo que les hace muy poco capaces para el mundo. Lo tengo muy presente, no quiero que mi hija sea una hija del privilegio únicamente, ¿sabes? Porque me parece que ahí se confunden un montón de cosas.

Empezó a actuar con 15 años. ¿Cómo se lo tomaron sus padres?
Estaban aterrorizados, pero me apoyaron muchísimo. Me dijeron que sí o sí iba a terminar el instituto y que sí o sí me tenía que formar en la escuela nacional, si es que entraba. Querían que pasara por una rutina de estudio. Eso me hizo muy bien, la RESAD me ayudó mucho siendo un lugar del que tengo muchas pegas, pero también creo que me colocó en un nivel de preparación y de estudio al que de otra manera es muy difícil acceder por tu cuenta.
¿Siempre había querido ser actriz?
No, no. Un amigo mío, Jonás Trueba, era el guionista de la película que luego protagonicé. Habíamos ido juntos al colegio y después al instituto, y me dijo: “Preséntate a este casting, porque puede cuadrarte”. No lo pensé mucho y me presenté. Había hecho teatro desde muy pequeña, en mi colegio se hacía teatro. Adoraba a mi profesora, que era argentina, y de alguna manera para mí era como estar en casa y me hacía muy feliz. Pero nunca lo había pensado como una realidad, como una profesión. En mi familia no hay ningún artista, la gente tiene profesiones más normales. Y fue hacer esa película y cambiarme la vida. Descubrí qué es lo que me gustaba a niveles que no podía intuir.

Jonás Trueba fue su primer amor, después Israel Elejalde, y ahora Diego Postigo. Ha trabajado con todas sus parejas. ¿Lo ha llevado bien?
En realidad Jonás y yo rodamos Todas las canciones hablan de mí y nos separamos poco después. Isra y yo hicimos La clausura del amor solos porque el resto fue un trabajo de compañía y nos separamos muy poco después. De hecho, cuando estrenamos por segunda vez en Madrid estábamos en plena separación haciendo esa función de Pascal que fue una cosa tremenda. Y con Diego, fíjate (ríe), hemos hecho un par de cosas y seguimos juntos. Creo que cuando funciona es precioso porque está todo lo que uno quiere en el mismo sitio, pero también se juega con fuego porque hay lugares que si se traicionan es muy difícil recuperarlos.

Ahora está rodando con Almodóvar su próxima película, Amarga Navidad.
Sí, ha sido una experiencia increíble. Había trabajado con Pedro hace muchos años, pero fue un papel pequeño, como dos días. Esto es muy distinto, es sostener la película. Todavía lo tengo demasiado cerca para poder analizarlo porque es tan particular la forma de trabajar que tiene y el universo que plantea y cómo es el rodaje, que todavía no sé ponerlo en palabras, pero ha sido un aprendizaje muy fuerte.

La película que le dio un Goya fue Magical Girl, ópera prima de Carlos Vermut. No sé si ahora, después de las denuncias sobre su conducta sexual, ve aquel rodaje y a él de otra forma...
Es que las lecturas que uno puede hacer de una obra cuando tienes otra historia por delante… Tampoco me sorprende, todo el imaginario de Carlos va por ahí, es muy perturbador. También por eso es muy sugerente al margen de lo que te pueda parecer él o lo que haya hecho. Yo recuerdo con mucho amor ese rodaje que fue muy divertido, muy fácil, muy fluido y fue descubrir un cineasta muy particular y que estaba haciendo una película de una manera muy particular. Vamos, que no me arrepiento un solo segundo de haberla hecho y no podría decir de Carlos nada malo porque nunca lo vi, nunca lo percibí y además me parece un tema complejísimo. Tampoco he hablado con él ni le he visto.
¿Ha sufrido algún episodio violento?
¿Trabajando? Nunca. He tenido momentos desagradables por sentir cierto paternalismo no solo en el trabajo, pero como todas las mujeres que conozco. Es una cuestión que te toca por género, que es espantosa y que ojalá las futuras generaciones se lo puedan ahorrar. Pero no podría decir que me haya parecido un gremio especialmente violento.
De hecho el cine y el teatro tienen también la capacidad de proponer otros mundos, otras historias. ¿Cuál es su papel en este momento tan complicado?
Yo creo que es un lugar de salvamento. En los momentos duros que hemos vivido como sociedad la gente ha recurrido muchísimo al arte. Después se olvida porque vivimos en un país de bares y de cañas y tal, pero cuando todo eso se tambalea las historias, las canciones, la gente que te cuenta, que te lee son lugares de emoción y de expansión. Creo que ahora mismo lo colectivo es difícil y que esto de protegernos más nos lleva al miedo, así que tal vez en el arte podamos encontrar espacios seguros.

Ha dicho antes que es cada vez más espiritual.
Cada vez tengo más claro que todo está bien con este plano que vivimos y entendemos, pero que hay otras muchas cosas que se juegan en otros planos más espirituales. Yo me dedico a contar algo muy frágil que tiene mucho que ver con la energía. Con poseerte y dejarte poseer. Lo tengo muy presente, igual que tengo presente cada vez más a mis muertas, a mis muertos, a mis brujas.

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