Desafinando
Solo quienes son libres se permiten mostrar lo imperfecto

Cuenta la maravillosa Sílvia Pérez Cruz que, durante la grabación de su último disco, Sílvia&Salvador, un álbum creado al alimón con Salvador Sobral, desafinaron en una canción. Copio el párrafo en el que lo leo en El País Semanal: “Cantábamos mirándonos a los ojos y a duras penas podíamos contener las lágrimas. Hacia el final, los dos desafinamos ligeramente y yo pensé: ‘Qué lástima, era una toma perfecta, pero la acabarán descartando’. Pero la conservaron”.
Leí este reportaje unos días después de haber leído una entrevista a Kiko Veneno; fue también en este periódico, aunque prometo que leo más. El periodista le señalaba que Veneno, elegido por Babelia uno de Los 50 mejores discos españoles del último medio siglo estaba desafinado y él lo reconocía y señalaba: “Perfección, ninguna, pero ofrece una cantidad de puertas abiertas a nuevas ideas y a expresiones del cuerpo y del alma que la gente que entiende dice: ‘El vestido es feo, pero la obra vale la pena”.
¿Qué tienen que ver estos músicos con las cremas, los masajes y el bienestar, que es mi negociado? Todo. Recurro a ellos para hablar de cómo solo quienes son libres y se saben con voz propia se permiten mostrar las imperfecciones. Salvo el final de Con faldas y a lo loco nada ni nadie es perfecto. La sobreproducción mata la libertad, que siempre rima con la seducción. Hay marcas cosméticas que nacen con todos los checks marcados y, sin embargo, su capacidad para emocionar es la misma que la de una imagen creada por IA: cero. Hace poco leí la nota de prensa de una fragancia que se publicitaba con el argumento de “creada por una IA”. Si lo haces, no me lo cuentes, porque mis ganas de oler ese aroma también son cero. Me recuerda a cuando hace unos años la industria tuvo la brillante de idea de lanzar marcas que se habían creado a partir de lo que querían los seguidores de sus redes sociales. Mira, no. Yo necesito autoría, porque en ella siempre hay grietas y contradicciones y solo de ellas surge la magia. Y en muchas ocasiones, el negocio.
Los aromas que más me gustan son en los que algo chirría, esos que no parecen, aunque lo sean, el resultado de un Excel o un Canva. Son aquellos que contienen un ingrediente que sí pero no o que no pero sí, que comienzan vulgares y terminan elegantísimos. Musc Ravageur (Editions de Parfums) es así: ordinaria en su salida y sublime a la hora. Adoro los perfumes florales y este no tiene ni una flor: cómo se entiende mi amor por él. Ando enganchada a Pêche Mirage, el último perfume de Guerlain. Huele a melocotón (no me gustan las fragancias dulces), pero al mezclarse con madera inventa algo que deja con la boca abierta. A veces, estoy escribiendo en casa y me levanto de la silla para perfumarme con él. Ambos son aromas que tienen a alguien detrás, en el primer caso, a Roucel y en el segundo a Delphine Jelk; se nota en su textura que no están diseñados por ninguna IA y si lo están no me lo cuentan. No voy a decir que desafinen, pero sí que son libres, no pretenden gustar a todos, solo a sí mismos. Jelk no usa el melocotón, sino que lo recrea; además ha introducido una molécula, Melbatone, que ensalza la carne y el terciopelo de esa fruta. Ahora se puede oler a mil y una frutas, materias y plantas (cerezas, chabacanos, kiwis, trigo sarraceno…) y esto implica una libertad enorme a la hora de jugar con las notas y crear acordes. No es casual que los perfumes y la música compartan vocabulario: en ambos casos, solo quien es libre puede revolucionar. Kiko Veneno no es tan diferente de Maurice Roucel.
*Anabel Vázquez es periodista. ¿Sus obsesiones? Las piscinas, los masajes y los juegos de poder.
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