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De María Estuardo a Dior: cómo la historia puede contarse también a través de los bordados

En la Edad Media estaba considerado una de las Bellas Artes y después fue rebajado a labor doméstica: la historia del bordado incluye protestas, clandestinidad y terapias de soldados, todas recogidas en ‘Hilos de vida’, por Clare Hunter

Sobre un fondo de 'patchwork', imagen de María Estuardo, desfile de la colección crucero 2025 de Dior y retrato de Clare Hunter, aunotra de 'Hilos de vida'.

En un pequeño rincón rural de Escocia, Clare Hunter (Glasgow, 75 años) nunca imaginó que su libro Hilos de vida. Una historia a través del ojo de una aguja llegaría a las manos de Maria Grazia Chiuri, directora creativa de Dior. “Fue completamente sorprendente para mí”, confiesa esta artista textil comunitaria, activista y curadora textil en una conversación por videollamada desde su hogar. “Durante el confinamiento, recibí un mensaje porque quería reunirse conmigo por Zoom. Había leído mi libro en italiano y la había inspirado para su colección”.

Este encuentro fortuito entre la escritora escocesa y la diseñadora italiana ilustra el poder conector del bordado que Hunter explora en su obra: un arte tradicionalmente femenino que atraviesa fronteras sociales, culturales y temporales. “Continuamos colaborando después de eso en su siguiente colección, cuando escribí otro libro específico sobre María Estuardo y su relación con el bordado y me pidió que trabajara con ella”. Hunter se refiere a la Colección Crucero 2025 de la casa de alta costura francesa, en la que ha colaborado. “Fue una experiencia fantástica y me dio una visión completamente nueva del mundo de la alta costura”, explica con entusiasmo.

Capitán Swing publica 'Hilos de vida' de Clare Hunter.

Del desprecio a la reivindicación

Su libro recorre la historia del bordado hasta la actualidad, y ofrece información minuciosa sobre periodos, estilos, curiosidades (como el origen del pompón, un amuleto para alejar a demonios y malos espíritus) y significación social y política de esta labor de aguja.

Pese a haber sido degradado de ser considerado una de las Bellas Artes —arranca el relato con la historia del tapiz de Bayeux de la Edad Media— a ser una labor doméstica femenina, el bordado está viviendo un resurgimiento en los últimos años. Hunter atribuye parte de este cambio al movimiento MeToo. “Con la nueva ola feminista hubo un cambio en el interés mediático por la cultura de las mujeres”, explica, “mi libro apareció justo cuando las editoriales estaban ansiosas por demostrar que realmente se preocupaban por sus vidas y su historia”.

Hunter narra en el libro su propia relación con la costura: aunque aprendió a bordar de niña, como tantas otras de su generación y posteriores, le perdieron el interés en un mundo en el que bordar estaba ligado a las tareas del hogar. “Para muchas de nosotras, cuando éramos jóvenes, la costura era algo que nos rotulaba como mujeres, algo que nos empujaba de vuelta al ámbito doméstico, donde no queríamos estar”. Sin embargo, la autora cree que esta valoración negativa no se da entre las nuevas generaciones. Las chicas, y también los chicos Z, miran a la costura y los trabajos de aguja desde otra perspectiva, una más relacionada con la sostenibilidad y con menos prejuicios. “Hay un movimiento en torno a aprender a arreglar la ropa, por ejemplo, es fácil encontrar tutoriales en redes sociales y acciones públicas en relación a esto como un acto de protesta y responsabilidad”, explica la autora, que menciona un movimiento en torno a esto gracias a organizaciones de street stitching (bordado callejero).

Un lenguaje universal y subversivo

Hilos de vida narra cómo el bordado ha servido históricamente como vehículo de expresión para mujeres que bordaban por no poder escribir, ya fuera por analfabetismo, por prohibición o por encontrarse prisioneras. Desde las Madres de Plaza de Mayo, que aparecían cada semana delante de la Casa Rosada en Buenos Aires durante la dictadura militar argentina para protestar por sus hijos desaparecidos hasta las prisioneras de guerra de Singapur durante la Segunda Guerra Mundial, que durante su cautiverio producían sus propias agujas e hilos para bordar sus historias y que no cayeran en el olvido, pasando por las arpilleras chilenas o las esclavas africanas en EE UU, que bordaban colchas de patchwork clandestinamente en las que escondían rutas para escapar hacia la libertad, estas historias recorren prácticamente toda la geografía y todas las épocas. “Narro la historia de mujeres que tenían prohibido escribir, por estar encarceladas o lo que fuera, pero también otras como la de Elizabeth Parker, una niñera que prefirió buscar un formato para contar su historia que no pudiera ser fácilmente destruido”, resume Hunter. “Eligió el bordado porque así su historia se mantenía más secreta”.

La reina María Estuardo (1542–1587) es otra de las protagonistas del libro que forma parte de este segundo grupo. Aprendió a bordar en Francia, de niña, y lo siguió haciendo mientras vivía encerrada, prisionera de Isabel I de Inglaterra, muchos años después. “Bordaba su historia porque sabía que sus escritos eran interceptados y no llegarían a su destino ni serían mostrados en público”, explica. Mientras permaneció en su cautiverio, no se le permitía escribir, pero sí bordar, algo que ella aprovechó para crear con su aguja símbolos con los que reclamar su poder como líder de Escocia en público. Hunter cree que esta tradición de resistencia a través del bordado se mantiene viva hoy: “Durante la pandemia, la gente empezó a bordar para hacer mascarillas y batas para las enfermeras, pero también para crear colchas donde podían trabajar individualmente en pequeñas piezas que luego se unían”, explica.

Ella narra su propia experiencia como activista contra la energía nuclear en los años setenta, un tiempo en el que, junto a otras mujeres, bordó pancartas, así como durante las huelgas mineras contra Margaret Thatcher la década siguiente en su Escocia natal. El activismo a través del bordado, sugiere, sigue activo. “Hay muchas pancartas textiles en las manifestaciones por la crisis climática”, añade.

Las olvidadas de la historia

Entre los numerosos relatos que Hunter incluye en Hilos de vida, también menciona su inspiración principal, Margaret MacDonald, una de las componentes de las llamada Glasgow Girls. “Tengo una fotografía suya clavada en la pared de mi taller. Es mi musa, mi guía”, confiesa en el libro. Las Glasgow Girls fueron parte de la Glasgow School of Arts, y a finales del siglo XIX y principios del XX rescataron el bordado para convertirlo en una disciplina artística independiente y crearon sus obras usando esta técnica. Vivieron su mayor esplendor en el periodo de entreguerras y lograron prestigio y un desarrollo creativo formidable. Sin embargo, hoy nadie se acuerda de ellas. “Mi mayor frustración fue investigar sobre su obra, porque casi no hay información conservada”, confiesa Hunter. “En su tiempo fueron artistas internacionales, de prestigio, lo que en una ciudad industrial como Glasgow era extraordinario”, relata con admiración. “Terminaron sus vidas en el anonimato y la pobreza, y gran parte de lo que habían hecho y los libros que habían escrito, fue destruido”.

La autora menciona también a Judy Chicago o Miriam Schapiro como pioneras en el uso del bordado como material artístico. “Han utilizado su cultura de diferentes maneras para hablar sobre la vida y el discurso de las mujeres, desde un punto de vista feminista, y esto ha ayudado a abrir camino para otras artistas textiles contemporáneas”, explica, y destaca la importancia de las españolas. “España es un país con una riqueza asombrosa en arte textual contemporáneo, hay muchísimas artistas trabajando de maneras muy diversas, utilizando hilo, lana o telas para expresarse artísticamente”.

El poder sanador del hilo y la aguja

Pero el bordado aún tiene una cara social importante que también explora Hilos de vida: su potencial terapéutico. “Hace poco me contaron de una joven que había sido agorafóbica, que no podía salir y que vivía con miedo en su casa”, explica la autora. “Se unió a un grupo de bordado en línea y finalmente se aventuró a ir a una de las reuniones y a través de eso pudo volver a salir a la calle nuevamente”. El libro recoge algunas historias como esta, de soldados veteranos de diferentes guerras durante el siglo XX o personas con enfermedades mentales que usaron el bordado como terapia. “No necesariamente tienes que hacer contacto visual”, revela Hunter como una de sus claves. “Así que las personas que no tienen tanta confianza o tienen un trauma pueden ser parte de un grupo de costura y sentir que están haciendo una contribución, pero no necesariamente tienen que hablar. Además, es una actividad tranquila, que produce calma”.

Hilos de vida se publicó en inglés en 2019, y ha tenido un impacto inesperado para su autora, que recibe regularmente correos, cartas y regalos de personas de todo el mundo que quieren compartir sus historias: “Una mujer que había huido del régimen de los ayatolás en Irán me envió un trabajo de patchwork que había hecho durante aquel tiempo”, recuerda. “No podía imaginar lo importante que sería como validación del bordado como una expresión significativa en la vida de las personas”, concluye.

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