Miriam Ruiz, periodista: “La primera persona a la que le dije ‘no me quiero morir’ no era nadie de mi familia”
La comunicadora cuenta en el libro ‘Cuerpos asesinos’ lo que supone enfermar de cáncer en la era del bienestar

A Miriam Ruiz (Algeciras, 37 años) le diagnosticaron cáncer de mama cuando tenía 33 años. Desde el diagnóstico hasta esta mañana de mediados de diciembre en la que se pide un café con leche, han pasado cuatro años y un libro, Cuerpos asesinos, editado por Libros del K. O., en el que cuenta lo que supone enfermar en la era del bienestar. Hay muchas Miriam en una, en el libro y en esta charla. No quiere ser un referente, tan solo narrar lo que sintió. “Vivimos proyectando como si fuéramos a llegar a los 80 o a los 90 y a lo mejor no es así”, dice Ruiz, jefa de Vídeo de EL PAÍS.
Pregunta. Cuatro años le ha llevado la escritura de este libro. ¿Cuánto ha tenido de vomitar lo vivido y cuánto de mirada reposada?
Respuesta. Al principio se trataba de eso, de vomitar, porque con mi familia no podía expresarme con la claridad que tenía, ya tenían bastante con su dolor. Pero es verdad que en toda esa etapa tenía tiempo, que es algo de lo que no se tiene mucho en esta vida, así que decidí rellenarlo escribiendo para no volverme loca. Ha sido medio terapéutico. Cuando he vuelto a leer notas de entonces, casi no me identificaba con ellas. He ido evolucionando en mi relación con el cáncer y todo lo que me ha ido pasando y eso se ve. Lo he hecho por periodos, sabiendo que en algún momento tenía que acabar, no así mi relación con la enfermedad. En la vida no hay supercierres.
P. Una vez diagnosticada, toca contarlo. ¿Es de las de mentiras piadosas o va de frente?
R. Depende de a quién tenga delante. Si tengo que elegir te diría que, cuando me lo contó la ginecóloga, le pregunté: “Pero esto es cáncer, ¿no? Dime la palabra que noto que evitas”. Pero cuando estoy con los míos he edulcorado siempre, incluso en cómo me sentía. Decir que estás bien a veces me ha servido. Echaba de menos mi vida y quería volver a ella, con mis amigas, a las cosas pequeñas y absurdas, enredadas una hora con una cosa que no lleva a ningún sitio ni tiene ningún tipo de trascendencia. El primer paso para estar bien es fingir un poquito que lo estás. Y aun así, hay que llamar a las cosas por su nombre para saber en qué escenario estás.
P. Habla mucho del miedo, también a lo cotidiano.
R. Enfermar tú o que lo haga alguien de un entorno es un poco el fin de la inocencia. Y ese fin no tiene vuelta. La vulnerabilidad la voy a tener siempre, aunque creo que ahora con menos intensidad. Pero me comparo con mis amigos de mi edad y tengo mucho más presentes algunas cosas. La relación que yo tenía con el alcohol no es la misma. Soy muy consciente de cada cerveza que me tomo, o la sensación de culpa si no voy al gimnasio. Y el miedo a que puede pasar cualquier cosa en cualquier momento lo tengo presente, aunque no tanto como debería. Vivimos proyectando como si fuéramos a llegar a los 80 o a los 90 y a lo mejor no es así.
P. Habla del alcohol, también la alimentación.
R. Claro, sigo comiendo frutos rojos y de vez en cuando mi madre me sugiere un zumito, que ahora los venden preparados... Te agarras a todo, ¿cómo no hacerlo? En ese momento la razón no importa, pero es importante tener cuidado, pues es el hueco por el que se cuelan discursos peligrosos.
P. Menciona a personas cercanas y a otras que también han estado cerca, aunque de otra manera. Autoras como Anne Boyer y Susan Sontag. Con un conocido, uno se mide; pero con desconocidos igual ha encontrado más refugio, ya sea en un libro o en una sala de espera.
R. Sin duda. El problema con los libros es que no puedes conversar con ellos. Al principio no podía leer porque el miedo no te deja, tardé en hacerlo, porque no quieres compararte con nadie. Hay otra parte, que es la de esos desconocidos, y al principio me resistía mucho, porque, claro, el club de los enfermos de cáncer no es muy atractivo que digamos. Nunca he sido muy de clubs, ni siquiera de fans. No quería estar ahí, pero he entendido, más una vez publicado el libro, que hay una comunidad, aunque yo no quiera, que es la mía. La primera persona a la que le dije “no me quiero morir” no era nadie de mi familia.
P. Aquel taller de maquillaje en el que participó...
R. En cuanto leí el nombre, “Ponte guapa, te sentirás mejor”, lo primero que pensé fue que era muy frívolo, que por qué era solo para mujeres, que tenían que invertirlo en investigación y no en una cesta de productos… Demagogia pura. Hasta que me di cuenta de que todas las que estábamos ahí, en casa, con incertidumbre y viéndonos físicamente mal, pasamos un rato muy bueno. El objetivo no era maquillarme, pero entendí por qué se hacía. Cuando me ponía la peluca no era para verme mejor a mí misma, era para pasar desapercibida.
P. Es crítica con la cultura del lazo rosa.
R. Es una de las cosas que he ido descubriendo con el paso del tiempo, porque de primeras soy ese tipo de persona que cree que es una maravilla comprar una determinada marca de compresas. En el ánimo de las personas está la ayuda, y ese es un sentimiento bueno. En cuanto me diagnosticaron entré en la Asociación Española contra el Cáncer (AECC), en el Grupo Español de Investigación en Cáncer de Mama (Geicam) y en no sé cuántas más porque quería hacer algo. Pero no puede ser que entre tantas marcas de lencería que apoyan a las enfermas me costara una odisea encontrar un sujetador solo de algodón. Las carreras populares están bien, pero miras la letra pequeña y no parece que se haga solo por la causa, porque entonces harían la donación y ya está. Cada vez que llega octubre me enfado más y me siento más ofendida por las campañas. Por cómo siguen siendo exitosas, además. No escucho historias de lo que hace el cáncer, sino conciertos de música y eslóganes de ¡Vivan las mujeres luchadoras!
P. ¿Qué le pasa con la canción Mujer valiente de Manuel Carrasco?
R. Cuando escucho según qué canciones las asocio con todo ese marketing, con conciertos y demás. No conozco personalmente a Manuel Carrasco, su música no me gusta mucho, pero me cantas esa canción y si quieres que forme parte de ella, ahí me tienes, con dos lagrimones. Ha tocado la tecla que no sabía que tenía y que está bien tener.
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