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El amor y edadismo en la vejez: “Dicen que el placer sexual se va y es mentira”

El 24% de mayores de 65 años en España tienen sexo una vez por semana, una realidad que el sistema sanitario tiende a ignorar, dificultando el diagnóstico de las enfermedades de transmisión sexual en esa edad

Camino Villa (75 años), modelo sénior e 'influencer', en su casa en Madrid.
Constanza Cabrera

A los 60 años, Amada volvió a enamorarse. “Me sentía como una chica de 16”, confiesa a El PAÍS esta profesora de francés jubilada. “El enamoramiento no tiene edad”, asegura, mientras asiente con la cabeza y se balancean sus coloridos pendientes. Ella cree que la sociedad ha ido cambiando. Hoy se respira una libertad sexual impensable en otros tiempos, pero sigue dejando huella el edadismo: ese término que describe una forma silenciosa de exclusión social y que fue incorporado al diccionario de la Real Academia Española en 2023. El 45% de la población española se siente discriminada por su edad, según un informe de las Naciones Unidas.

El envejecimiento trae consigo cambios físicos, pero eso no significa el fin del placer. En una sociedad donde la esperanza de vida ronda los 83 años —una de las más altas del mundo—, la trayectoria vital se ha alargado y con ella, la vida sexual de los españoles. Lejos de la creencia de que es un territorio exclusivo de la juventud, los datos revelan que el 24% de personas 65 años y más en el país ha mantenido relaciones sexuales al menos una vez por semana, según la última Encuesta Nacional de Salud Sexual.

Y a medida que la longevidad se convierte en una realidad global, las cifras muestran una tendencia común que varía entre los países. En Estados Unidos, el 40% de las personas de entre 65 y 80 años son sexualmente activas, según un sondeo a 1.000 personas de la Universidad de Michigan. Otro estudio en Reino Unido revela que el 86% de hombres y 60% de mujeres entre los 60 y 69 años afirmaron tener relaciones sexuales. Incluso el 10% de las personas mayores de 90 años informaron ser sexualmente activas en un estudio a 1.680 encuestados realizado en Suecia. Mientras algunas investigaciones reducen el sexo al encuentro coital, otras lo entienden como un abanico mucho más amplio que involucra al deseo, afecto y las caricias.

Amada lo sabe. A los 20, dice, “hay más fuerza y energía. La vida quiere prolongarse a esa edad, las hormonas están a flor de piel”, expresa. A sus ahora 76 años, se toma el sexo de manera más serena. “Hay menos frecuencia porque existe menos vitalidad, pero es igual. Dicen que el placer sexual se va y es mentira”, asegura.

En realidad, definir qué es la sexualidad es cada vez más complejo. Es uno de los tantos aspectos que Aina Bertomeu ha estudiado durante años desde el Departamento de Sociología y Antropología Social de la Universidad de Valencia. Lo que sí es seguro, explica esta socióloga, es que se trata de una construcción social influida por el contexto cultural. “Las generaciones mayores han sido socializadas en un modelo represivo, muy influido por el franquismo (1939-1975)”, explica.

Amada (Francia, 76 años), en la plaza del Emperador Carlos V.

En aquel entonces se premiaba la "pureza", especialmente en las mujeres, apunta Bertomeu. Era una sexualidad vinculada a la reproducción y, en todo caso, diseñada para satisfacer el deseo masculino dentro de las relaciones monógamas e idealizadas. “Una única pareja para siempre”, dice. La juventud de esta época, en cambio, ha crecido en un modelo muy distinto, que abraza la diversidad de prácticas, identidades y formas de experimentarlo.

Juan, de 70 años, vivió el final de la dictadura durante su juventud. Lleva más de dos décadas junto a Enrique, de 61 años. Se enamoraron después de conocerse en un parque. “Yo tuve mucha suerte porque mi familia era abierta, pero no te podías manifestar. Todo era oscuro y tapado”, recuerda. Pese a que Enrique es una década más joven, también ha tenido que esconder su homosexualidad. “Siempre he sentido una gran presión para ocultar mi tendencia sexual”, asegura.

En la actualidad viven su amor de una forma más tranquila, donde prevalece la convivencia. “La piel está ahí, eso sigue”, comenta Juan. El franquismo configuró una sexualidad restrictiva, pero la revolución sexual posterior rompió con muchos tabúes: separó el sexo de la reproducción, promovió el placer y permitió una vivencia más libre.

En las décadas siguientes, la digitalización ha traído nuevas formas de conectar. “Los espacios virtuales permiten nuevas formas de comunicarse, y de esto también participan las personas mayores”, reflexiona Bertomeu. Así se conocieron Javier, un médico de 60 años jubilado y Juan, un extrabajador de fábrica de 68 años. Llevan casi una década juntos y cuatro años de casados. “La pasión de los primeros meses no se mantiene, pero queda otra forma de convivencia más tranquila y fructífera”, cuenta Javier. ¿Están enamorados? No dudan en responder al unísono: “Sí”.

El deseo no se extingue

El edadismo no solo se manifiesta socialmente, también está profundamente interiorizado. Roberto Sanz, psicólogo y sexólogo en la Fundación Sexpol, sostiene que la autoimagen es también, un aspecto importante para disfrutar del sexo. “La sociedad nos vende una sexualidad joven”, sostiene tajante, y añade: “Si me pongo frente al espejo y veo que todo mi cuerpo cuelga, voy a perder mucha erótica. No voy a estar cómodo frente a esos modelos de belleza”.

Lo mismo opina Bertomeu: “se sigue pensando desde cuerpos normativos. Cuando hablamos de cuerpos envejecidos, quedan fuera del imaginario sexual”. Así, la sociedad “le roba la sexualidad a la vejez”, recalca Sanza. Y lo hace a través del silencio, de una incomodidad que actúa como censura. Si no encaja en lo aceptable, se oculta. Y lo que no se muestra, simplemente, no puede expresarse.

Juan (70 años) y Enrique (61 años) en Madrid.

Camino Villa, de 75 años, consultora de moda, modelo sénior e influencer nacida en León, vive la madurez de otra forma. Ella recuerda con ternura la relación con quien fue su marido durante 30 años, fallecido en 2020. “Fuimos una pareja enamorada. Éramos amigos, pero también amantes”, cuenta. “Me gustaban sus arrugas, todo”.

Villa rechaza de plano la idea de que el deseo desaparece con la edad. “Es un tabú que hay que borrar. Eso de que las personas mayores no tienen pasión es un error”. Amada, por su parte, lo dice sin titubeos: “El sexo es vida”, afirma con una sonrisa amplia. Desde la medicina, el deseo se entiende como una energía, un impulso biológico vinculado a la libido. Pero desde la sociología lo conciben como algo modelado por las normas, discursos y contextos. No es natural, insiste Bertomeu, está subordinado por lo que la sociedad valora.

“La vida nos sorprende. Yo no sé si en algún momento se va a cruzar alguien que me ilusione tanto como para compartir tiempo. He encontrado plenitud con lo que hago”, confiesa Villa.

Las verdades incómodas

Gestionar el deseo, sobre todo para muchas mujeres mayores, que durante décadas han aprendido a ignorarlo, es complicado. Incluso cuando quieren recuperarlo, persisten normas invisibles que están adheridas a sus pensamientos y que a la larga limitan su expresión. Existe, de hecho, una clara intersección entre el edadismo y el sexismo, asegura la doctora Vania de la Fuente, consultora independiente que dirigió la campaña Mundial Contra el Edadismo de la OMS.

“Estas normas sociales no afectan del mismo modo a los hombres, quienes suelen recibir una mayor legitimidad para mantener una vida sexual activa en la vejez”, agrega. El valor de la sexualidad en mujeres y hombres mayores de 65 varía. Porque mientras que el 18,3% de ellas considera que es “bastante importante”, para ellos la relevancia de este aspecto asciende al 33,6%.

Para esta experta, la sexualidad, en realidad, debe entenderse como parte del bienestar general: “Hay que ampliar el enfoque para incluir el deseo, afecto y la diversidad de formas en que las personas viven el sexo sin estigmas ni prejuicios”. En entornos sanitarios, algunos profesionales de la salud suponen que no existe actividad sexual en la vejez, lo que les lleva a omitir preguntas sobre este tema.

Como efecto dominó, asegura esta experta, las personas mayores tienen menos probabilidades de recibir pruebas rutinarias para detectar infecciones de transmisión sexual, lo que dificulta su diagnóstico y tratamiento temprano. Un aspecto en el que coincide Roberto Sanz: “el sistema te va a poner muchos impedimentos para que tu sexualidad sea saludable”.

Javier (Madrid, 60 años) y Juan (Madrid, 68 años) en la Plaza de Colón de Madrid.

Aunque las cifras absolutas de infecciones de transmisión sexual en este grupo etario no sean tan altas como en las generaciones más jóvenes, la incidencia está creciendo de forma sostenida. Los datos del Centro Nacional de Epidemiología indican que el número de casos de gonorrea, clamidia y sífilis se ha triplicado en la última década entre los mayores de 60 años. “La falta de privacidad para la expresión sexual, junto con la ausencia de políticas claras al respecto, contribuye a un entorno edadista”, subraya de la Fuente.

Las enfermedades como la sífilis pueden ser mortales si no se tratan a tiempo, pues la respuesta inmunitaria suele estar disminuida en la vejez, recalca esta experta. La Estrategia Nacional de Salud Sexual y Reproductiva (2011) se centra en al anticoncepción y las enfermedades de transmisión sexual de la población joven, pero no hay propuestas dirigidas especialmente a este segmento etario.

“Desatender la salud sexual de las personas mayores en España implica ignorar una parte significativa y creciente de la población”, reitera de la Fuente. Por lo que excluirlas de las agendas de salud sexual no solo perpetúa el edadismo, sino que “impide responder a sus necesidades y garantizar su derecho a una vida sexual plena y digna”.

Siempre falta educación sexual

Los adolescentes no quieren saber nada de la sexualidad de sus padres. Y estos, a su vez, prefieren no conocer la de sus propios progenitores. Al final se puede hablar de sexualidad en muchos contextos, pero familiarmente sigue siendo un terreno desconocido. Muchas personas mayores se frustran porque tienen deseos que no pueden satisfacer o que no se sienten libres de expresar.

“Con una educación sexual adecuada, se puede hablar de placer, de intimidad, de relaciones no genitales y de muchas otras cosas que no se dicen ahora mismo”, sostiene Roberto Sanz. “La práctica coital es, en realidad, la única que exige tener una erección”, explica.

Sanz enfatiza que el sexo no se limita a la penetración. “El sexo oral con un pene en flacidez puede ser muy placentero. Ahí entra en juego cómo la persona vive esa experiencia: si lo hace con naturalidad, con disfrute o con frustración”. En su opinión, el abanico de prácticas sexuales sigue siendo completamente válido en la vejez. La clave está en poner el foco en las variables eróticas, no solo en la mecánica sexual.

“No se trata de la práctica en sí, sino de cómo uno se relaciona con esa vivencia”, afirma. Además, recalca que no toda experiencia erótica debe pasar por los genitales. “Tanto hombres cis como mujeres cis pueden enfrentar dificultades físicas, pero eso no impide el placer. Hay muchas zonas sensibles que vale la pena explorar”, concluye. Amada lo tiene claro y lo dice a su manera: “El sexo continúa hasta que te vayas”.

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