La era de los ‘perrhijos’: cuando las mascotas se convierten en familia
La baja natalidad, los cambios sociales y la necesidad biológica de cuidar han redefinido la relación entre canes y humanos, que se remonta 35.000 años

En los últimos años se ha vuelto común escuchar que en muchos barrios hay más perros que niños o que con la caída de la natalidad, el número de perros es superior al de menores de 10 años. Aunque sigue siendo objeto de debate, la realidad es que se trata de un fenómeno sin precedentes que refleja un cambio profundo en la relación entre humanos y animales: los perros ya no son solo mascotas, sino miembros de la familia, y muchos son percibidos —y criados— como verdaderos hijos, o en este caso “perrhijos”, como son apodados coloquialmente. Un artículo publicado recientemente por la revista European Psychologist recoge este cambio cultural que ha provocado que muchas personas hayan redirigido sus necesidades de criar y cuidar niños hacia los animales.
“Los seres humanos tienen una necesidad innata de cuidar a otros y recibir apoyo emocional y social, lo que llamamos amor incondicional, pero a medida que disminuyen las tasas de fertilidad y cambian las estructuras sociales con la urbanización, el encarecimiento del nivel de vida y el aumento de hogares unipersonales, los perros han ocupado el espacio que dejan las personas dependientes o las parejas ausentes”, explica Laura Gillet, coautora del artículo Redefiniendo la crianza y la familia: el rol infantilizado de los perros en las sociedades occidentales. Convivir con los animales desde esta perspectiva, refiere la investigadora, “ofrece un sentido de responsabilidad y de apoyo moral que se ha visto reforzado por la industria de las mascotas y los medios de comunicación, que promueven la idea de que los perros son miembros de la familia, o incluso, hijos sustitutos”, agrega.
Humanizados, pero no humanos
Gillet asegura que este cambio de relación con los perros “ha expandido la definición actual de familia más allá de los lazos humanos tradicionales”. El artículo explica que los perros representan para muchas personas una oportunidad de construir una familia en sus propios términos. Este es el caso de Isabella Vidal, quien convive con Olivia, una chihuahua de seis años. “No me gustan los niños, además de que tener un hijo es muy caro. Por supuesto, tener un perro también implica dinero y responsabilidad, pero tener un hijo, mucho más. Tener un hijo es para toda la vida”, dice a sus 31 años. Vidal habla mientras pasea con la perrita por un parque de Madrid. “Con ella siempre me siento acompañada y me ayuda en los momentos difíciles cuando tengo ansiedad”, explica la dueña. “Los perros, a diferencia de las personas, son incondicionales”, dice sonriente.
El perro lleva conviviendo con la humanidad como animal domesticado unos 35.000 años y, sin embargo, nunca había sucedido algo parecido. “Es un sorpasso a la natalidad”, subraya Eduardo Bericat, catedrático de Sociología de la Universidad de Sevilla, y ajeno al estudio. Bericat explica que el perro ha pasado de ser históricamente utilizado como guardián o cazador para convertirse en un actor social y en objeto de amor para las personas. Esa humanización de los animales, explica el estudio, ha llevado a desarrollar el concepto de “familias multiespecie”, ubicando a los animales de compañía en un rol intermedio “humanizados pero no humanos”, comenta Gillet.
Bericat enumera las características que hacen que los perros sean consideramos buenos compañeros. “Son protectores, obedientes, juguetones y son capaces de sacrificarse por ti, además de que se adaptan al estilo de vida de sus amos”, dice. “No tenemos perros para que nos quieran, tenemos perros para poder querer a alguien y buscamos darles lo mejor: el mejor parque, la mejor guardería, el mejor viaje o la mejor comida”, agrega el experto, quien ha estudiado la relación de los humanos y los perros en la sociedad contemporánea. “Los vínculos con los animales son como un refugio: seguros, sólidos y estables. También nos ofrecen un modelo de relación sencilla y satisfactoria en una sociedad híper individualizada como la nuestra”.
En la familia de Mauricio Morales son siete: él, su pareja, sus dos hijos, sus dos perros (Cachambo y Héctor) y una gata, Tina Turner. “Creo que a los animales hay que respetarlos en el sentido de que son seres vivos y he querido enseñarle a mis hijos que toda vida es preciada. Nuestros animales también son nuestra familia y estamos pendientes de ellos para cualquier decisión de viaje que tomemos porque tenemos que encontrar a alguien que los cuide”, comenta por teléfono desde Asturias. “Para nosotros es muy importante tener esta manada perruna que nos obliga a salir a pasear y a tener mejores hábitos de salud”, dice el periodista de 43 años.
Los especialistas consultados coinciden en que este cambio cultural va de la mano con el avance en las legislaciones que protegen los derechos de los animales y con el deseo de tener mayor vínculo con la naturaleza. Hace unos días, un tribunal de Nueva York reconoció a los perros como miembros de la familia en un caso en el que un perro fue atropellado. “Cuando la sociedad empieza a ver a los animales como parte de la familia, las leyes evolucionan para proteger ese vínculo”, comenta Gillet. De la misma manera, cada vez son más los casos en los que se incluye a los animales en los acuerdos de custodia durante los procesos de divorcio, como es el caso de Isabella Vidal, quien comparte la custodia de Olivia con su expareja.
Los datos dan cuenta de esta tendencia al alza. En España, por ejemplo, en 2023 había alrededor de 6,4 millones de niños y niñas entre 0 y 14 años, de acuerdo con datos oficiales, y en torno a unos 10 millones de perros censados, según la Red Española de Identificación de Animales (REIAC). En la Unión Europea los datos muestran una evolución similar. El número de nacimientos cayó de 5,2 millones en 2014 a 3,67 millones en 2023, mientras que el número de perros se triplicó en ese mismo periodo de 24,5 millones a casi 73 millones, de acuerdo con cifras de Eurostat, la Federación Cinológica Nacional y la Comisión Europea.
En Estados Unidos se estima que hay más de 90 millones de perros en todo el país y en América Latina, aunque los datos varían por país, se observan patrones similares. En muchas ciudades como Ciudad de México, Buenos Aires o Bogotá ya se observa este fenómeno, donde el aumento del costo de vida, la urbanización y los cambios en los modelos familiares han impulsado la adopción de perros como parte de las familias. En México, Brasil y Argentina, por ejemplo, entre el 40% y el 60% de los hogares tienen un perro y por primera vez la natalidad también ha experimentado caídas en países como Chile, Brasil y Colombia.
La tendencia de tener perro en todo el mundo ha crecido a la par que la industria millonaria de los animales de compañía, que se embolsó el año pasado más de 200.000 millones de dólares, según Grand View Research, incluyendo alimentos, servicios veterinarios, accesorios, seguros y otros productos. En España, por ejemplo, solo el sector de los alimentos para animales en 2023 creció 14,5% respecto al año pasado y facturó 1.900 millones de euros, según la Asociación Nacional de Fabricantes de Alimentos para Animales de Compañía (ANFAAC).
Bericat y Gillet coinciden en que este cambio de paradigma revela algo más profundo sobre la fragilidad de los vínculos humanos y advierten de que existen líneas rojas que no deberían cruzarse. “El riesgo está en el exceso”, sentencia el sociólogo. “La relación que tenemos hoy con los perros nos permite analizar cómo nos vinculamos —o dejamos de vincularnos— con otras personas”, asegura. En un contexto de creciente aislamiento social y malestar emocional, la necesidad de cuidar se ha desplazado hacia los animales. “Pero no hay evidencia de que los perros sean una solución universal: pueden brindar consuelo, sí, pero no garantizan mejoras objetivas en la salud mental”, matiza Gillet. “Incluir a otras especies en nuestra vida está bien, siempre que no sea a costa de renunciar a la complejidad de los vínculos humanos”, concluye Bericat.
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