El fin de los estereotipos vascos
Cinco años de paz están diluyendo las barreras y etiquetas que usaban los vascos para identificarse

El pasado jueves se celebró en Bilbao un acto conjunto de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y la plataforma vasca por el derecho a decidir, Gure Esku Dago, a la que asistieron 50 personas, y tuvo algún momento que parecía Vaya semanita, el programa satírico que a partir de 2003 hizo bromas sobre los vascos. No podían hablar en catalán ni en euskera porque no se entendían y entonces recurrían al español, lo que tienen en común. Pero lo más cómico fue cuando el dirigente catalán, Hadar Auxandri, argumentó que para los vascos casi es peor tener un sistema fiscal envidiable, el que querrían ellos, porque así ya tienen altas cotas de bienestar y carecen de un resorte efectivo que desate el cabreo popular: “Os envidio pero solo en parte, porque sin eso en Cataluña no habríamos tenido ese clic que ha puesto en marcha todo”. Hubo un silencio raro en la sala, como si dijera que de qué se quejaban. O como si estar bien fuera un problema según para qué cosas.
Ahora, cinco años después del fin de ETA, aquellos estereotipos que eran la base de la comicidad se están alterando. “Se ha terminado la cataloguización permanente de lo rutinario. Antes era una exageración, cualquier decisión cotidiana estaba politizada: una carrera deportiva, la ropa, si decías egun on, el periódico que leías.... Cuando hemos visto que era una chorrada monumental, se ha diluido todo”, opina Borja Cobeaga, donostiarra de 39 años, uno de los creadores de Vaya semanita y coguionista de Ocho apellidos vascos. “Los grupos ahora están totalmente mezclados, antes eran mundos incomunicados. Las cosas se han relajado una barbaridad. Quizá a nivel institucional, político, o en algunas familias, no tanto, pero en la capa superficial de la sociedad se nota mucho”.
Las barreras eran también físicas, geográficas. Había calles, zonas o bares donde una parte de los vascos no entraba, por miedo o ideología, pero ya casi no existen. El Casco Viejo de San Sebastián era uno de esos lugares, visto como un bastión de la izquierda abertzale.
Había “castas”
Óscar Terol, donostiarra de 47 años, otro de los creadores de Vaya semanita, asiente: “Los grupos eran como castas, excluyentes, no podías entender a otro y había gente apestada, marginada socialmente, no podíamos compartir algo común. La ideología se vivía así, grabada a fuego, era potente como una religión, los vascos somos muy religiosos y nos hemos agarrado a la ideología como a una religión”. Además del fin del miedo, Terol apunta que el traumático paso de EH Bildu por el poder en Guipúzcoa, con grandes polémicas de gestión, hizo ver a muchos de los suyos que gobernar no era tan fácil.
El sentido del uniforme sigue estando muy marcado y sigue siendo relativamente fácil intuir el voto por la forma de vestir, aunque cada vez menos. “La batasunada sigue igual, vistiéndose como si bajara del monte, cultivan el feísmo, el chándal, los colores pardos”, apunta el escritor Juan Bas, director de Ja!, el festival del humor de Bilbao, y vecino del Casco Viejo de la capital vizcaína. “Sí ha cambiado lo de los bares, antes no entrabas a algunos por diatribas que se remontaban a las guerras carlistas. En el Casco Viejo ya no hay bares gueto, salvo algunos muy específicos”.
Cobeaga cree que “la estética borroka se ha quedado anticuada” y Terol confiesa que siente hasta ternura por quienes se aferran a sus símbolos: “Esas personas que mantienen una coleta, una ropa, un broche y dicen: yo vengo de este clan, el último mohicano de una especie… Es la cultura del caserío, que cada uno era un mundo propio, miles de maneras de entender una misma cultura. Una manera constante de reivindicar el matiz. Seguimos siendo tribales”.
Cobeaga explica el nuevo relax porque por fin se habría cumplido un deseo de Bernardo Atxaga: “Si los vascos nos quitásemos el peso que tenemos encima levitaríamos dos metros por encima del suelo”. No obstante, Bas cree que “la gente que jaleó en el pasado a ETA tiene interés en mezclarse, echar tierra sobre el pasado para decir que ahora todos nos llevamos bien y estamos en paz”. “Pero hay gente con la que mantenía distancia y la seguiré manteniendo. Aquello fue demasiado vil y canalla como para olvidarlo”, concluye. Cuenta que cada día se cruza en la calle con un conocido representante de la izquierda abertzale “y hacemos los dos lo que tenemos que hace: mirar cada uno para otro lado”.
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