Pastor, el ejército desarmado del marianismo
El tiempo de la nueva presidenta del Parlamento es antiguo, de discursos sin lemas ni golpes de efecto


En agosto de 2012 la ministra Ana Pastor Julián (Cubillos del Pan, Zamora, 1957) recibió varios correos de compañeros suyos del Gobierno en los que se lamentaba su marcha y se le deseaba toda la suerte en el futuro. Fue lo más cerca que Pastor estuvo de salir de la placenta en la que ha crecido políticamente, la integrada por un exclusivo número de marianistas. Pero ni se inmutó: en esos correos se alababa su labor como periodista independiente, y ella nunca ha sido periodista, ni tampoco independiente. Los emails, enviados por error, estaban destinados a la periodista Ana Pastor, que esa mañana había recibido la llamada del director de Informativos de TVE Julio Somoano para darle “una buena noticia y una mala” (que seguía en TVE pero sin programa). Alguno de los ministros que querían compadecer a la periodista había sido de los más beligerantes con ella.
Aquel error en el envío no era más que una anécdota en el juego hipócrita de la política, y Pastor lo recordaría tiempo después con una sonrisa de resignación. La presidenta del Parlamento español nunca labró su fama en la arena mediática, ni ha sido famosa por titulares y ataques al adversario. Siempre ha presumido de librarse de la primera línea de fuego, incluso antes de que se pusiese de moda el show político-mediático que obligó al PP a incluir la telegenia en el currículum de sus cachorros. El tiempo de Pastor es un tiempo antiguo, de discursos sin lemas ni golpe de efecto, ni preocupaciones por dar bien o no en pantalla; todo lo que ha hecho, bueno y malo, lo ha hecho gris. Ha conseguido ser vista como una gestora, siempre entre las ministras mejor valoradas de los gobiernos Aznar primero y Rajoy después. Y aunque su nombre ha estado detrás de rumores de sucesión en la Xunta y en la secretaría general del PP, casi siempre sin fundamento, lo cierto es que esa capacidad suya por no mancharse despierta sospechas en Génova, donde el que más y el que menos sale achicharrado públicamente dos veces por semana.
Habla de sí misma en tercera persona y llegó a hacer llorar a colaboradores
Pero hasta el no-estilo es un estilo, y tras esa imagen hay trabajo. El de Pastor en los ministerios en los que ha estado es de una exigencia que roza el despotismo. Se refiere a sí misma en tercera persona (“la ministra”) y en sus broncas ha llegado a hacer llorar a algunos colaboradores. Trato que, concede un político cercano a ella, suaviza con los suyos, casi siempre gallegos (pese a nacer en Zamora, Pastor es pontevedresa). El director general de Farmacia en su etapa frente al Ministerio de Sanidad, Fernando García Alonso, confirma que es una mujer exigente (“recuerdo una reunión en El Escorial larguísima, inacabable; ella acotaba el tiempo del que se disponía para ir al baño”) pero que reaccionaba con cintura si se le retaba. Un día reunió a todo su equipo en el Ministerio para soltar una bronca a gritos porque, decía, los discursos se le estaban escribiendo mal. Y el que peor los escribía, y totalmente desganado, era el propio García Alonso. Su director general de Farmacia se levantó y dijo que aquello era cierto, “pero porque soy un artista y necesito inspiración”. La ministra dio orden allí mismo de que no se le volviese a molestar con los discursos “hasta que esté inspirado”.
Su capacidad para no mancharse despierta sospechas en Génova
En su papel de ordeno y mando, a veces deliberadamente cruel, la ministra tendrá una prueba formidable en el cargo moderador por excelencia, el de la presidencia del Congreso. En su partido muchos creen que es el correcto, una figura institucional que no exija tremendismos. Deja atrás una gestión complicada en un ministerio, el de Fomento, que lleva mal la austeridad, y lo hace en un momento especialmente delicado: cuando la UE ha concluido que la investigación del accidente del Alvia no fue independiente y ella misma ha dado plantón a las víctimas en una reunión que convocó personalmente. Horas antes la nombraron presidenta del Congreso y, alegó la Xunta, ya no tenía por qué ir al no ser ministra. Una actitud que contrasta con la mantenida durante las horas posteriores al accidente, cuando se mantuvo dos días en la zona sin dormir ganándose la simpatía de vecinos y familiares de víctimas. Tres años después, la Plataforma de Víctimas del Alvia 04155 considera que debió dimitir, que sin embargo ha sido premiada y la acusó de mentir y engañar a las víctimas. Declaraciones, todas ellas, de una exdiputada del PP de Madrid, Teresa Gómez-Limón, superviviente del siniestro.
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