El poder de la maternidad
Si el futuro padre fuera un presidente varón, Alberto Núnez Feijóo, un ejemplo, ¿merecería la noticia el mismo tratamiento que el embarazo de Susana Díaz?

Da hasta apuro enunciar la pregunta ¿Es noticia que Susana Díaz, presidenta de una comunidad autónoma, esté embarazada? La respuesta es obvia: sí. Ahí está la buena nueva, en un lugar destacado en todos los medios. Pero, apurando aún más el apuro. ¿Debería serlo? Si el futuro padre fuera un presidente varón, Alberto Núnez Feijóo, un ejemplo, ¿merecería el mismo tratamiento? Evidentemente, no. Los ortodoxos justifican la diferencia en el supuesto hecho de que la gestación y la crianza del hijo de Díaz puede condicionar el endiablado calendario electoral de este año, habida cuenta de las expectativas suscitadas por ella misma sobre un probable adelanto de las elecciones en Andalucía, y su hipotética participación en las primarias del PSOE y las generales de noviembre. En realidad, sabemos que no es solo por eso. Es porque nos sigue extrañando, y porque, a estas alturas del partido, muchos aún cuestionan la capacidad de las mujeres de compatibilizar el embarazo y la crianza de los hijos con una dedicación profesional absoluta. Algunas de nosotras, las primeras.
El embarazo no es una enfermedad, ni un motivo de incapacidad, ni de parón alguno en la carrera de la madre. O no debería serlo. Susana Díaz, de 40 años, había expresado abiertamente, incluso a los periodistas, su voluntad de ser madre. El revuelo causado por haber quedado encinta precisamente en un momento decisivo de su futuro personal y político es un síntoma de ese cuestionamiento social soterrado hacia las madres con puestos de alta responsabilidad, cuando, probablemente, tenga más que ver con vicisitudes menos estratégicas y más azarosas. El de la maternidad es el único poder exclusivamente femenino. Díaz ha decidido ejercerlo sin renunciar a otras ambiciones. Cree que así lucha por la igualdad y abre el camino a otras. A veces todos los trenes pasan al mismo tiempo. Y ella no quiere perderse ninguno.
Las cábalas de ponerse a concebir con el calendario en la mano no son ninguna novedad para cientos de miles de mujeres trabajadoras, que tratan de hacer coincidir su baja maternal con las vacaciones para prolongar el tiempo dedicado en exclusiva a criar al neonato. Pero, en ocasiones, los trenes personales y laborales se confabulan para pasar todos a la vez y cruzarse en la misma estación de la vida. La decisión de abordar los dos, con las imprescindibles garantías de éxito en ambos viajes paralelos, o de priorizar uno sobre otro, es, o debiera ser, personal e intransferible. Estamos de acuerdo, pues, en que el embarazo de Susana Díaz es noticia porque es un hecho relativamente nuevo. Hasta no hace tanto, el perfil de la alta mandataria política era el de una mujer sin hijos, o con ellos ya criados.
Carme Chacón, ministra de Defensa con Zapatero que quedó encinta y tuvo a su hijo ejerciendo su cargo en el Ministerio, y Soraya Sáenz de Santamaría, que tomó posesión de su cargo como vicepresidenta plenipotenciaria con un hijo recién nacido, rompieron el molde. Díaz añade ahora el interrogante de la supuesta rentabilidad, o no, de protagonizar una probable campaña electoral con una barriga de embarazada por bandera. Hay quien piensa que puede ser un activo. Otros, un pasivo. En cualquier caso, todos sabemos que cualquier comentario al respecto será embarazoso, porque quien lo esgrima se arriesga a provocar un efecto bumerán de consecuencias inéditas hasta ahora. Porque el de la maternidad es el único poder exclusivo de las mujeres. Y hasta ahora nadie ha podido ni usurpárselo ni tampoco liberarlas de ello.
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