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Las agresiones contra mujeres en la fila del autobús en Burundi: “De repente, sientes que alguien se frota los genitales contra ti”

Los abusos en espacios públicos han provocado la indignación en un país donde las víctimas se sienten desprotegidas. La estación central de autobuses de Buyumbura llegó a instaurar temporalmente colas separadas por sexos

Agresiones contra mujeres en la fila del autobús en Burundi

“Hacer cola en la estación de autobús se ha convertido en una pesadilla. Cuando se acerca la hora de volver a casa, me invaden las náuseas porque ya sé que voy a sufrir acoso sexual”, explica Alice Muhorakeye, una treintañera que trabaja en el centro de Buyumbura, capital económica de Burundi, y vive en Mutakura, un barrio situado en el norte de la ciudad, a seis kilómetros de distancia. No es un testimonio aislado. En este país africano, aumentan la indignación y las denuncias de agresiones sexuales sufridas por las mujeres en su vida diaria. Pero muchas soportan los abusos en silencio, condicionadas por la sociedad y por una ley que no las protege. Algunas ni siquiera son conscientes de que esas vejaciones son un delito punible.

La mezcla de miedo y repugnancia que siente Muhorakeye tiene su origen en lo que le ocurrió el pasado julio. “Volvía a casa después de trabajar y estaba esperando en la cola del autobús. Un hombre se me acercó por detrás y se me pegó. Al cabo de diez minutos, empezó a tocarme el trasero. Al principio pensé que había sido sin querer, pero, cada vez que la cola avanzaba, él volvía a presionar su cuerpo contra el mío una y otra vez”, recuerda, visiblemente alterada por el recuerdo.

Muhorakeye añade que siguió acosándola durante el trayecto, que duró al menos 30 minutos. “Se las arregló para que nos sentáramos en el mismo banco del autobús y no paró de tocarme los pechos, con la excusa de que estábamos demasiado apretados y no tenía otro sitio en el que apoyar el brazo. Esto tiene que acabar”, afirma.

Otras mujeres relatan situaciones similares. “Lo que soportamos en la cola del autobús es espantoso. De repente sientes que alguien se frota los genitales contra ti. Incluso se atreven a tocarnos los pechos”, dice Mediatrice Mugisha, que reside en Carama, otro barrio del norte de Buyumbura.

Ante el aumento de denuncias, las autoridades de la estación central de autobuses de Buyumbura decidieron instaurar colas separadas por sexo. Fabrice Mbazabugabo, responsable de transportes del Ayuntamiento de la ciudad, explica que la medida se implantó en respuesta a las quejas de mujeres, que han ido en aumento desde 2022, coincidiendo con la crisis de combustible que ha afectado a Burundi, que provocó largas filas para tomar el transporte público.

Pero la decisión, instaurada en septiembre, se topó con una fuerte oposición, que la consideraba poco práctica e inapropiada. “No es normal que el marido y la esposa tengan que hacer cola por separado cuando van al mismo destino”, dijo un usuario. “No se debe separar a una niña de su hermano por lo que denominan acoso sexual”, escribió otro en una red social.

Las denuncias han aumentado desde 2022, coincidiendo con la crisis de combustible que ha afectado a Burundi, que ha provocado largas colas de pasajeros

Una semana después, la medida se retiró sin dar explicaciones ni ofrecer una alternativa. “¿Qué ha pasado con la decisión de separar a hombres y mujeres en la cola del autobús? ¿Se ha resuelto el problema de los hombres y los chicos que tocan a las mujeres y las niñas?”, se preguntó Pacifique Nininahazwe, abogado y defensor de los derechos humanos, en una publicación en redes sociales.

Acoso en escuelas, mercados o iglesias

Las agresiones contra las burundesas no se limitan a las estaciones de autobús. También son frecuentes las denuncias en mercados, escuelas, lugares de trabajo e incluso durante los funerales. “Un hombre me acosó mientras despedíamos a un niño fallecido. La sala estaba abarrotada y él se colocó detrás de mí, demasiado cerca, y presionó los genitales contra mí. Cada vez que intentaba moverme o alejarme, él me seguía y se me pegaba todavía más. Me sentí atrapada, incapaz de alejarme por la gran cantidad de gente que nos rodeaba”, dice L. N., una mujer de unos 40 años, que no quiere que su nombre sea publicado.

Grité y me volví para enfrentarme a él. Me miró como si no hubiera pasado nada. Peor aún, me llamó loca por gritar en público. Sentí vergüenza y me quedé callada
Angeline Nsabimana, víctima de agresión sexual

Angeline Nsabimana también recuerda una agresión que sufrió en el mercado local. “Estaba agachada, escogiendo verduras, y, de repente, sentí que alguien me levantaba el vestido y me tocaba las partes íntimas”, cuenta. “Grité y me volví para enfrentarme a él. Me miró como si no hubiera pasado nada. Peor aún, me llamó loca por gritar en público. Sentí vergüenza y me quedé callada”.

Tampoco están exentos los lugares de culto. “Llegué un poco tarde a la misa dominical y me quedé de pie. Tenía detrás a un hombre que no dejaba de rozarme. Me sentí muy incómoda e intenté alejarme, pero él me seguía. Llevaba falda y, de pronto, noté que había eyaculado sobre mí. Me tuve que ir corriendo a casa”, explica Aline Mugisha.

El acoso está en todas partes y en múltiples ámbitos profesionales. Una encuesta llevada a cabo en 2022 por la Asociación de la Prensa de Burundi reveló, por ejemplo, que el 57,5% de las periodistas habían sufrido acoso sexual en su lugar de trabajo. Otro estudio realizado este año por la Universidad de Burundi también reflejó numerosos casos de acoso entre profesoras y trabajadoras administrativas del centro admitieron haber sufrido acoso sexual.

Los defensores de los derechos de las mujeres elogian el valor de quienes han denunciado estas agresiones. “Se han atrevido a hablar abiertamente sobre lo que muchas otras mujeres sufren en silencio”, sostiene Josiane Karirengera, secretaria ejecutiva de la organización de defensa de los derechos de la mujer, Alfajiri WHeT.

Pero la experta considera, por ejemplo, que separar a hombres y mujeres en las filas de espera no es la solución. “Esta medida no tiene en cuenta la gravedad del problema y puede hacer pensar a los hombres que estos delitos van a quedar impunes”, dice, considerando que son decisiones que refuerzan la desigualdad de género, porque los hombres y las mujeres deben convivir en la sociedad.

Una ley que señala a las víctimas

En Burundi, la sexualidad sigue siendo considerado un tema tabú y es frecuente que a las mujeres se las disuada de hablar abiertamente. Muchas víctimas de agresiones temen sufrir represalias o verse estigmatizadas en el trabajo y en su comunidad y guardan silencio.

Los hombres suelen alegar que la ropa de la mujer, sus nalgas o su piel joven son provocadoras. Algunos llegan incluso a decir que una mujer respetable debe estar en casa temprano
Josiane Karirengera, activista

Además, quienes cometen estas agresiones acostumbran a culpar a las víctimas, basándose en el artículo 60 de la ley actual de violencia de género, que establece un castigo para cualquier persona que incite a este tipo de violencia, por ejemplo, llevando “vestimenta indecente”. Los activistas de derechos humanos han criticado repetidamente este artículo por considerar que ampara a violadores y agresores sexuales.

Karirengera afirma, por ejemplo, que “los hombres suelen alegar que la ropa de la mujer, sus nalgas o su piel joven son provocadoras”. “Algunos llegan incluso a decir que una mujer respetable debe estar en casa temprano”, afirma. La experta agrega que las víctimas terminan sintiéndose responsables de lo ocurrido, no buscan justicia y, si deciden denunciar, el sistema legal les presenta grandes obstáculos. Según el artículo 22 de la misma ley, las víctimas deben aportar pruebas para presentar una denuncia, una tarea casi imposible cuando los incidentes se producen en espacios públicos carentes de vigilancia. Además, el artículo 56 castiga a cualquiera que presente una acusación falsa de violencia sexual. Por eso, muchas víctimas tienen miedo de que, si no pueden demostrar sus alegaciones, acaben siendo ellas las que sufran las consecuencias legales.

Otra limitación importante de la ley es el artículo 53, que solo reconoce el acoso sexual como delito cuando implica un abuso de autoridad, por ejemplo, entre un jefe y una empleada. Como consecuencia, la ley deja fuera todas las agresiones que ocurren en los espacios públicos y priva a muchas víctimas de protección legal.

A todo ello se suma un profundo desconocimiento general de qué es una agresión sexual o cuándo se está acosando a una mujer. No solo en la población, sino también entre las fuerzas del orden y los jueces ante quienes se presentan las víctimas, denuncian los defensores de derechos humanos.

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