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De comerse el mono a comer gracias al mono en Costa de Marfil: el milagro de Nero Mer

En una aldea costera marfileña, los habitantes prohibieron la caza furtiva de simios y transformaron su convivencia con ellos en una palanca de desarrollo comunitario y ecoturismo

Monos Costa de Marfil

Sobre una canoa, el guía turístico León Djirobo, de 58 años, consigue que un gesto ordinario tenga un efecto extraordinario. Arquea su mano junto a la comisura de su labio. De su gesto no salen palabras, sino un sonido similar al de un felino salvaje. Casi al instante el verdor de los manglares del río Nero se llena de pequeñas manchas negras y blancas. Milliardaire, el joven ayudante del guía, deja de remar, mientras una veintena de monos acuden al llamado de Djirobo; un reclamo conocido por varias generaciones. La especie, llamada comúnmente mono de nariz blanca, (de nombre científico Cercopithecus petaurista), se acerca a comer plátanos de la mano del guía con confianza y seguridad.

La región Bas-Sassandra, una de las más turísticas de Costa de Marfil, ha sido víctima de la deforestación masiva y de la acuciante pérdida de biodiversidad que ha sufrido el país desde su independencia en 1960. “Antes aquí había chimpancés, panteras, antílopes y búfalos, pero hoy solo nos quedan los monos. Ahora solo comemos pescado, cangrejo y cigala”, asegura el guía. Los jefes tradicionales de la aldea Nero Mer de la etnia Krou o Klayou, ubicada en las afueras de la ciudad costera de Grand-Béreby, tomaron una decisión sin precedentes en los años noventa: prohibir la caza furtiva y el consumo de mono y dedicarse a preservar casi el único animal que les quedaba.

Antes aquí había chimpancés, panteras, antílopes y búfalos, pero hoy solo nos quedan los monos. Ahora solo comemos pescado, cangrejo y cigala

Los cultivos de cacao, anacardo y la minería son algunos de los factores que han hecho desaparecer el 90% de su cobertura forestal, según datos oficiales, lo que ha resultado en una importante pérdida de hábitat para muchas especies. Los habitantes de esta aldea de 500 habitantes, también agricultores de palma, cacao y caucho, han creado un modelo turístico autogestionado y comunitario que se basa en la conservación de estos animales y en la visita a su aldea para que los turistas se acerquen a sus costumbres y forma de vida.

Una visión comunitaria de turismo sostenible

Las nuevas generaciones comprenden la importancia de la conservación y el potencial que el ecoturismo puede aportar. Para Nemlin Prince, de 32 años, presidente de AGtour, una asociación de guías turísticos de Costa de Marfil creada en 2020, este enfoque comunitario es fundamental, tanto por la falta de apoyo financiero por parte del Gobierno, como por la necesidad de involucrar a las comunidades en la protección de su propio medio y que esto pueda aportarles a su vez un beneficio económico. “Nuestra visión se basa en tres principios: hacer turismo preservando el medio ambiente, contribuir a la economía local y poner en valor lo social con las comunidades y las culturas locales”, explica.

Para Djirobo, el desarrollo que han conseguido como comunidad desde aquella decisión visionaria hace 30 años ha tenido un impacto significativo. Hace menos de una década todavía alumbraban sus casas con lámparas de aceite, pero todo cambió cuando un visitante les ayudó a gestionar la instalación eléctrica en la aldea. “Es gracias al mono que podemos estudiar por las noches, ver televisión, cargar los móviles en casa, escuchar música… el mono nos ha dado mucho”, expresa. “Gracias al mono, nuestro pueblo se encamina hacia el desarrollo: ya tenemos electricidad y muy pronto vamos a tener agua potable”, asegura el guía con entusiasmo. Tardaron seis años convencer al pueblo de que dejaran de comer mono, pero los frutos a largo plazo de esa decisión ya son palpables en toda la comunidad.

Extender el cambio cultural y generacional que Nero Mer ha conseguido en sus propios habitantes es unos de los retos fundamentales que la asociación se ha planteado para conservar la naturaleza con éxito en otros lugares. “Queremos hacer entender a las comunidades que la conservación de la naturaleza es, ante todo, beneficioso para ellas”, sentencia Prince.

“Las iniciativas comunitarias son lo único que puede funcionar para que la gente vea que pueda sacar un partido económico y turístico”, coincide el español José María Gómez Peñate, de 57 años. Peñate es fundador de Conservation des Espèces Marines (CEM), una ONG que opera en Grand-Béreby, en el departamento de San Pedro, la única zona del país con un área de protección marina. Sin embargo, asegura que solo ha logrado mantener su proyecto a flote con fondos privados desde el inicio de su periplo en la conservación de tortugas hace 15 años.

Para el fundador, la conservación solo funciona si genera beneficios económicos para las comunidades; la convicción por sí sola no basta. “Nosotros funcionamos porque podemos pagar gente local y porque gracias a las tortugas vienen turistas, pero, si no contásemos con esa ventaja, no tendríamos ningún margen de acción en Costa de Marfil”, sentencia. Por otro lado, si bien alimentar a los animales salvajes no es una forma ortodoxa de preservarlos, el pacto social comunitario implantado por Nero Mer para eliminar la caza furtiva se realizó con la visión de que aportara un beneficio tangible para las comunidades; a raíz de eso, surgió una interdependencia.

La prohibición que cambió su destino

A fuerza de colaborar con hoteles locales, León Djirobo y los habitantes de Nero Mer reciben más de mil turistas al año provenientes de todas partes del mundo. A través de las redes sociales y las comunicaciones de los hoteles, Djirobo y otros guías acercan a los turistas a los monos, y luego los llevan a la aldea, donde son recibidos con las costumbres tradicionales por todos los jefes. Allí se les ofrece semilla de cola, picante y licor de caña de azúcar, se realizan los saludos en el idioma krou y los turistas pueden conocer más en profundidad su etnia y sus formas de vida. La visita tiene un coste de 6.000 francos CFA por persona (unos nueve euros) y se solicita una donación para la aldea, con la que financian distintos proyectos para la comunidad. “Por ejemplo, no tenemos centro de salud ni una escuela, los niños tienen que atravesar el río para ir al colegio”, explica Djirobo.

Es gracias al mono que podemos estudiar por las noches, que podemos ver televisión, cargar los móviles en casa, escuchar música… el mono nos ha dado mucho
León Djirobo, guía turístico

Además, la actividad también permite que los jóvenes se formen en áreas de turismo y se inserten en la actividad. Prince, por su parte, es consciente de los retos climáticos globales y su lucha busca contrarrestar esos desafíos a través del desarrollo del potencial turístico de su región. “Nuestro objetivo es poder conservar el medio ambiente a través de las poblaciones locales y nuestro mayor sueño es conseguir que Grand-Béreby sea la primera capital ecológica de Costa de Marfil”.

Hoy, Nero Mer cosecha los frutos de una decisión histórica que se refleja en la dedicación de sus habitantes. La ausencia de basura en las callejuelas, la limpieza del pueblo y el cuidado de sus árboles y plantas hablan del respeto que la comunidad profesa hacia su entorno. Si bien hace 30 años los habitantes de Nero Mer se deleitaban con la carne de mono, hoy la convivencia entre ambos es una simbiosis. Al comer bananas de las manos de sus antiguos depredadores, los primates ahora les aportan sustento y mayor bienestar.

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