La otra cara de la migración: los que nunca se van
Quedarse en el país de origen no debería ser un acto de resistencia sino una posibilidad digna. Poder elegir entre partir o permanecer debería ser parte del mismo derecho

Hay viajes que no se eligen. Maletas que no se llenan con deseo, sino con necesidad y urgencia. Personas que migran sin saber si podrán regresar, ni a dónde llegarán. Otras permanecen, no porque quieran, sino porque no tienen otra opción, y se quedan en territorios que no les ofrecen un futuro, a menudo marcados por la pobreza, la violencia o la exclusión.
En todo el mundo, el debate sobre migración suele comenzar cuando la persona migrante ya está en movimiento. Pocas veces se mira hacia atrás, hacia el lugar del que parte. Y allí es donde realmente empieza todo. Cada proceso migratorio nace de un contexto que lo condiciona, como pueden ser decisiones forzadas, pobreza, ausencia del Estado o violencia estructural. Es en ese lugar donde se define si migrar es una elección o una urgencia porque, detrás de esto, también hay un contexto que no garantiza lo más básico: permanecer o moverte en condiciones dignas.
Migrar no debería ser un acto de supervivencia, sino una opción libre. Pero cuando las personas abandonan su hogar por violencia, crisis climática, falta de oportunidades o ausencia del Estado, no están eligiendo: están resistiendo. Al mismo tiempo, migrar siempre ha sido ―y seguirá siendo― una herramienta poderosa de desarrollo, no solo para quienes migran, sino también para las comunidades a las que llegan. Por más que haya quienes se empeñan en verla como un problema, la migración también construye futuro. Por eso, hablar de migración digna es también hablar de la posibilidad de vivir una vida plena donde uno nace, quiere o decide quedarse.
Quedarse tampoco debería ser un acto de resistencia. Debería ser una posibilidad digna. Poder elegir entre partir o permanecer debería ser parte del mismo derecho: el de construir una vida con sentido, en paz, con justicia. Aunque el debate sobre movilidad se centra en las migraciones, realmente el 96,2% de la población mundial no cruza las fronteras de su país, según datos de la OIM. Esta mirada parcial sobre la movilidad limita el diseño de respuestas integrales y programas que comprendan tanto la necesidad como el deseo de moverse o de permanecer.
“Quedarse tampoco debería ser un acto de resistencia. Debería ser una posibilidad digna. Poder elegir entre partir o permanecer debería ser parte del mismo derecho: el de construir una vida con sentido, en paz, con justicia”Jorge Cattaneo, director general de Ayuda en Acción
En Ayuda en Acción trabajamos en contextos frágiles donde hay alta movilidad. En colaboración con instituciones académicas como el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo (CIID) de Canadá y la Universidad del Pacífico (Lima, Perú), hemos estudiado por qué la gente se queda en esos contextos. En este trabajo, realizado en Colombia, Ecuador, México, Etiopía y Malí, se ha identificado que para favorecer la permanencia en el lugar de origen es fundamental crear oportunidades reales de desarrollo, bienestar e inclusión. Generar estas oportunidades no significa impedir la migración, significa ampliar la libertad de decidir.
En la investigación también destaca que quienes se quedan, son, en gran parte, las personas más vulnerables dentro de contextos ya marcados por la exclusión: mujeres, personas mayores o con dependencia, y hogares sin recursos económicos ni redes de apoyo. Las responsabilidades de cuidado, históricamente asumidas por las mujeres, juegan un papel central en esta permanencia forzada. No migran porque alguien debe quedarse a sostener lo cotidiano: criar, acompañar, cuidar, resistir. Así, el arraigo está en muchas ocasiones profundamente marcado por desigualdades de género.
Desde esta visión, proponemos cuatro áreas clave para repensar las políticas públicas sobre migración. En primer lugar, hay que fortalecer las condiciones de arraigo en los territorios de origen: la decisión de migrar no siempre responde a un proyecto libre, sino a la imposibilidad de construir una vida digna en él. Por eso, fortalecer el arraigo implica actuar sobre las causas estructurales que empujan a millones de personas a migrar, como la desigualdad, la violencia o la crisis climática.
Por otra parte, es necesario proteger los derechos de las personas en tránsito, especialmente en los corredores migratorios donde el riesgo y la desprotección aumentan. Migrar debe ser seguro, y los derechos deben acompañar a las personas en todo el camino.
En tercer lugar, hay que garantizar la inclusión real en los lugares de destino, más allá del reconocimiento legal: acceso a servicios, trabajo digno, protección social y lucha contra la discriminación.
Además, es vital apoyar retornos dignos y voluntarios, donde las personas que deciden volver encuentren apoyo, reintegración y oportunidades para reconstruir su vida.
Finalmente, se requiere apoyar a quienes cuidan. Las responsabilidades de cuidado son uno de los principales factores que explican por qué las personas no migran, pero los cuidados siguen estando invisibilizados en el diseño de políticas. Incluir el cuidado en las políticas sociales es clave para garantizar una verdadera libertad de decidir.
Mientras sigamos mirando la migración como un fenómeno de fronteras, seguiremos ignorando su raíz más profunda: la falta de justicia en los lugares donde todo comienzaJorge Cattaneo, director general de Ayuda en Acción
Migrar o quedarse no deberían ser actos heroicos ni desesperados. Deberían ser decisiones libres, informadas, protegidas por derechos y sostenidas por políticas públicas coherentes. Mientras sigamos mirando la migración como un fenómeno de fronteras, seguiremos ignorando su raíz más profunda: la falta de justicia en los lugares donde todo comienza.
Reconocer el valor del arraigo no es negar la migración, es darle sentido. Porque toda migración empieza antes del viaje, y porque no hay destino sin origen. Donde empieza el camino, también debe haber posibilidad de quedarse.
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