El negocio de sentirse bien en verano: auge del ‘volunturismo’ y el ‘neocolonialismo médico’
Cada año, miles de jóvenes del Norte Global viajan a países del Sur convencidos de que pueden “cambiar el mundo” en unas pocas semanas. Pero bajo esa intención solidaria se perpetúan desigualdades, se refuerzan estereotipos y se reproducen lógicas coloniales

Con el verano llegan las vacaciones, y con ellas, una oleada de ofertas para vivir “una experiencia transformadora” en algún rincón empobrecido del planeta. “Sé voluntario en África”, “enseña inglés en Camboya”, “ayuda en un orfanato de Latinoamérica” son algunos de los eslóganes que promocionan viajes solidarios de corta duración, disfrazados de altruismo, pero impulsados por una lógica profundamente individualista.
Este fenómeno tiene nombre: volunturismo, una combinación de voluntariado y turismo que ha generado una industria millonaria a costa de las desigualdades globales. Aunque se presenta como una forma de cooperación internacional, en realidad suele responder más a la necesidad de sentirse bien ayudando que a una voluntad real de transformación social.
Programas de entre dos y cuatro semanas prometen hacer del mundo un lugar mejor. Pero, ¿es posible cambiar algo en tan poco tiempo? ¿Qué impacto real tiene ese tipo de voluntariado? Detrás del volunturismo se esconde una narrativa peligrosa: la del “salvador blanco”. Jóvenes, en su mayoría europeos o norteamericanos, aterrizan en países africanos, asiáticos o latinoamericanos para enseñar, construir escuelas o cuidar niños, sin formación adecuada, sin conocimiento del idioma local ni del contexto sociocultural.
Esta lógica refuerza la imagen del Sur como un espacio de carencia, incapaz y necesitado de ayuda externa, y coloca al Norte como protagonista, guía y solución. Es una forma moderna de dominación simbólica que despoja a las comunidades de su voz y de su capacidad de liderar su propio desarrollo.
El coste oculto: impactos negativos y relaciones dañadas
Lejos de ser inocuo, el volunturismo puede ser perjudicial para las comunidades. Por una parte, desplaza a profesionales locales, porque cuando un extranjero enseña o construye gratuitamente, sustituye a trabajadores de la zona que podrían desempeñar esas funciones, afectando a la economía y el empleo comunitario.
Por otra parte, estos programas fomentan la dependencia. En lugar de empoderar, refuerzan la idea de que las soluciones vienen siempre de fuera. Además, pueden vulnerar derechos infantiles: muchos voluntarios trabajan en orfanatos sin formación ni garantías, lo que ha generado graves casos de explotación y vínculos afectivos rotos.
También hay riesgo de que se interrumpan procesos a largo plazo. El trabajo serio en cooperación exige tiempo, continuidad y coordinación con las autoridades locales. Las visitas puntuales suelen entorpecer más que ayudar
¿Qué hacer entonces?
Frente a esta realidad, distintas voces en el ámbito de la cooperación internacional abogan por una transformación profunda del modelo de voluntariado. Os presento cuatro claves:
- Escuchar y colaborar con actores locales: cualquier acción debe estar alineada con las prioridades expresadas por las comunidades, no impuestas desde fuera.
- Formarse antes de actuar: la buena intención no basta. Hace falta comprender los contextos, la historia y las dinámicas de poder que atraviesan cada realidad.
- Cuestionar nuestros privilegios: es esencial revisar el lugar desde donde intervenimos y reconocer las estructuras de desigualdad global que nos atraviesan.
- Apostar por el largo plazo y la sostenibilidad: más que acciones puntuales, se necesitan procesos constantes, continuos y coherentes que respeten siempre el protagonismo local.
Cooperar no es ir a salvar, sino ir a acompañar. Es caminar junto a otras personas con humildad, sin protagonismos, sin imposiciones. Es renunciar al ego del héroe y asumir el compromiso ético de construir justicia, no caridad. Este verano, antes de embarcarte en una aventura solidaria exprés, pregúntate: ¿Estoy yendo a ayudar o a sentirme mejor conmigo mismo?
Neocolonialismo médico: cuando ayudar se convierte en dominar
También tenemos otro fenómeno: médicos o estudiantes de medicina que viajan a países del Sur Global durante unas pocas semanas para “ayudar”. Realizan prácticas clínicas sin conocer el idioma, la cultura o el sistema de salud del país receptor. Atienden pacientes, recetan tratamientos e, incluso, realizan intervenciones que no harían sin supervisión en sus propios hospitales.
Lo hacen convencidos de estar salvando vidas. Pero muchas veces, sin saberlo, están reproduciendo la misma lógica colonial que dividió al mundo entre quienes saben y quienes no, entre quienes salvan y quienes deben ser salvados.
El neocolonialismo médico opera desde el afecto, la compasión y el deseo genuino de ayudar. Pero ese deseo, cuando no se cuestiona, se convierte en una forma sutil de dominación.
No es casual que quienes viajan como voluntarios sean, casi siempre, del Norte Global. Tampoco lo es que quienes reciben esa ayuda sean, casi siempre, del Sur. ¿Por qué nadie se plantea ir a hacer prácticas clínicas no remuneradas en un hospital de Alemania o Japón? ¿Por qué pensamos que en un país africano “todo vale”, aunque no hablemos el idioma, no conozcamos la realidad epidemiológica y no sepamos el nombre del profesional local que lleva años sosteniendo el sistema?
Estas prácticas pueden desplazar a profesionales locales que podrían realizar ese mismo trabajo con más eficacia y continuidad. También interrumpen procesos sanitarios estables al actuar sin coordinación con el sistema de salud del país. Asimismo, generan dependencia de soluciones externas que no son sostenibles a largo plazo y, para rematar, rompen vínculos con los pacientes cuando, tras unas semanas, el voluntario regresa a casa sin haber dejado nada más que una foto.
La cooperación médica no puede ser un escenario de redención personal ni un trampolín para el desarrollo profesional. No se trata de que “nos sintamos útiles”, sino de que seamos útiles realmente. Eso solo se logra desde la humildad.
Cooperar en salud significa:
- Escuchar primero a los profesionales locales, a los pacientes, a las instituciones.
- Formarse adecuadamente en salud global, medicina intercultural, ética de la cooperación.
- Establecer vínculos duraderos y no hacer visitas fugaces, sino relaciones sostenidas y responsables.
- Transferir capacidades: formar, fortalecer, empoderar. Porque lo verdaderamente transformador no es operar 100 pacientes, sino formar a quienes operarán a 1.000.
- Desaparecer dignamente: el objetivo último no es permanecer, sino hacerse innecesario.
El verdadero reto es dejar de entender la cooperación como un acto de ayuda y empezar a verla como un proceso de justicia. No vamos a “llevar” salud, ni conocimientos, ni progreso. Vamos a compartir luchas, tejer alianzas y cuestionar privilegios.
Decir “vengo a ayudarte” desde una posición de poder es perpetuar la herida colonial. Decir “vengo a aprender de ti” es abrir un camino de respeto y reciprocidad.
La medicina, como la cooperación, no puede ser paternalista. Ha de ser ética, crítica y profundamente humana. No necesitamos más héroes blancos salvando el mundo en dos semanas. Necesitamos profesionales comprometidos con el cambio estructural, dispuestos a ceder el protagonismo y a caminar junto a los pueblos que resisten, luchan y construyen salud todos los días.
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