UE-Mercosur, un acuerdo necesario
Europa se juega su credibilidad en un pacto comercial que lleva 30 años negociando y cuya firma no puede posponer más


La firma del acuerdo comercial entre la Unión Europa y los países de Mercosur —Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay— ha sufrido en este final de año nuevos e incomprensibles retrasos. A la decepción de la cumbre CELAC-UE celebrada a principios de noviembre en Santa Marta (Colombia), se le sumó hace 10 días el plantón que los representantes europeos prodigaron a los presidentes del bloque sudamericano, reunidos en Brasil. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva había preparado la foto al pie de las cataratas del Iguazú, un sitio único en el mundo, porque la diplomacia brasileña había creído la promesa de Bruselas de que esta vez, tras 30 años de negociaciones, habría acuerdo. Sin embargo, en los días previos, cundió el desconcierto en Brasilia: la Italia de Giorgia Meloni se sumaba inesperadamente a las históricas trabas francesas, condicionadas por sus agricultores. Una vez más, sin los votos comunitarios necesarios, todo quedó aplazado y la nueva fecha para una eventual firma se trasladó a mediados de enero.
Después de tres décadas de negociaciones, es comprensible el enfado de Lula, que recordó a Europa que los países de Mercosur habían cedido en cada uno de los requerimientos europeos, advirtió de que estaban perdiendo la paciencia y pidió “coraje” a los líderes de la Unión para firmar, de una vez por todas, el acuerdo. Los negociadores están ante un gran problema que urge resolver. El tratado comercial entre la UE y Mercosur no es solo el marco legal de un mercado de 720 millones de personas y que produce más del 20% del PIB global. Es también una declaración de principios de geopolítica en momentos en que Europa y América Latina están atenazados en la guerra por la hegemonía global que libran EE UU y China. No debería soslayarse este detalle. Mercosur es un socio fiable para Europa, afín culturalmente y que ha construido con gran trabajo sus democracias en base a principios comunes. No es casual que España se encuentre entre los principales promotores del acuerdo. Soltar la mano al Cono Sur latinoamericano por detalles de política doméstica que parecían superados resulta tan incomprensible como temerario.
Europa debe enarbolar la bandera de la previsibilidad y, sobre todo, de la credibilidad ante eventuales socios comerciales. Ese es el mensaje que debe enviar a un mundo que avanza a contramano de los valores que han movido las relaciones internacionales durante los últimos 80 años. Estados Unidos, o más bien Donald Trump, está decidido a convertir América Latina, como en los años setenta, en su “patrio trasero”, una zona de seguridad que sirva para detener, esta vez, el avance de China en la región. China, por su parte, busca garantías para su voracidad de recursos naturales y un campo fértil para el desarrollo de sus empresas. Es ahí donde Europa puede y debe ofrecer una tercera vía, basada en la reciprocidad comercial y la confianza política. Las idas y vueltas de los países europeos con Mercosur ponen en peligro este valor añadido.
El peligro es que la política interna de algunos países termine por arruinarlo todo. Los cuatro miembros del bloque sudamericano se enfrentan a las tensiones propias del auge de la ultraderecha, con Brasil en la resistencia y Argentina abrazada a las políticas de Trump. Una alianza comercial serviría, sin duda, para atemperar la deriva autoritaria regional, reforzando lazos basados en el comercio leal y en el orden internacional basado en reglas, no en la ideología. Europa está ante una oportunidad única que no puede dejar pasar. Es una cuestión de supervivencia en un mundo cada vez más polarizado.
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