Fútbol 1, Polarización 0
El tecnocesarismo y las plataformas digitales nos despojan poco a poco de lo que nos distingue como ciudadanos libres y tolerantes


Si desea descubrir todo lo bueno que el fútbol puede dar, tome un helicóptero (existe una línea regular con precios asequibles) y vaya a Ceuta. Encontrará una población enamorada del club de fútbol local, que ha vuelto a Segunda División tras 45 años de ausencia. La Agrupación Deportiva Ceuta se ha convertido en una de las sorpresas de la temporada. Juega con orden y paciencia, maneja bien los finales apretados y no tiene estrellitas, sino un equipo. Termina el año en la novena posición de la Liga Hypermotion, desde donde divisa sin complejos las opciones de ascenso a Primera. Tanto acierto emana de una buena gestión del club y de Juan José Romero, el alquimista de la maduración del equipo al que ya llamaban “el Guardiola de Sevilla” cuando brillaba como entrenador de la plantilla de su Gerena natal.
El mayor acierto del equipo caballa no se mide, sin embargo, en los puntos que marca marca la tabla de clasificación sino en la sensibilidad de su estrategia de comunicación para transmitir, junto con la magia del fútbol, valores esencialmente humanos como la tolerancia, la convivencia entre diferentes, la solidaridad y el respeto. La afición del Ceuta es como la ciudad: una comunidad de culturas, religiones, orígenes históricos y tradiciones diversas que anhela vivir en paz y que tiene como prioridad mantener a raya el veneno del racismo, el odio y la intolerancia. Lo mejor del fútbol aparece cada domingo en las gradas del Alfonso Murube, el estadio local, cuando toman asiento hinchas musulmanes, católicos, hinduistas o judíos. Juntos y revueltos, igual que cuando toca viajar “a la Península” con el equipo en largos desplazamientos solo aptos para aficiones disfrutonas, agradecidas y comprometidas con el club, como recordaba hace algunos días un vibrante documental de la revista Panenka.
Lo que ocurre en Ceuta no es solo una feliz noticia deportiva para quienes somos de allí. Es también una enmienda a la totalidad a una época marcada por la polarización y por esa perversa lógica que divide el mundo en bandos estancos obligándonos a elegir trinchera casi sin darnos cuenta. Vivimos en sociedades y plataformas tecnológicas que nos entrenan para tomar partido de forma permanente por una idea, por una identidad o por un partido político. Las redes sociales han consolidado un enorme poder no solo para orientarnos sobre lo que debemos pensar, sino también para designar a quién debemos considerar nuestro enemigo. Peor aún: si nos negamos a odiar a otros para integrarnos, aterrizamos en una lista negra. Nos ponen la cruz porque somos presuntos culpables del delito de tolerancia.
Ojalá 2026 sea el año en que reaccionemos contra este nuevo paradigma. La polarización no es fruto del azar, sino una herramienta con la que el tecnocesarismo y las plataformas digitales nos despojan, poco a poco, de lo que nos distingue como ciudadanos libres y tolerantes, el pilar sobre el que avanzan las sociedades democráticas. El ensayista Giuliano da Empoli ha descrito bien este fenómeno al analizar cómo el poder contemporáneo ya no se ejerce solo desde las instituciones, sino desde la manipulación emocional, la simplificación extrema y la explotación de nuestras pulsiones más primarias. “El caos ya no es el arma de los insurgentes, es el sello del poder”: una estrategia destinada a desbordar y fragmentar el espacio público y a debilitar la convivencia democrática. En ese ecosistema, la polarización no es un efecto colateral, es el combustible.
Una ciudad norteafricana y española como Ceuta aporta, con todas sus imperfecciones, un buen exponente del modelo europeo basado en la convivencia entre diferentes y el pluralismo. Es necesario defender la soberanía europea y la regulación de las plataformas como medidas de protección de los espacios comunes que refuercen una cultura cívica que no convierta cada discrepancia en una guerra cultural. Como señala Da Empoli en la introducción de El imperio de la sombra. Guerra y paz en los tiempos de la IA (Gallimard), si la administración Trump ataca a Europa con tanto vigor es porque la considera un obstáculo para la instauración de su nuevo orden geoemocional.
Hay partido. Que tengan ustedes un feliz año.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma

Más información
Archivado En
Últimas noticias
La gran mentira de la Constituyente
El temporal amaina tras provocar rescates y desalojos en Valencia y Andalucía y se reanuda la búsqueda de los dos desaparecidos
Menos absentismo y más éxito académico: los resultados del programa educativo que eliminó Rajoy y rescató el Gobierno
Sánchez pide a sus ministros medidas sociales para 2026 que no tengan que pasar por el Congreso
Lo más visto
- Europa entra en estado de alerta ante la embestida estratégica de Trump
- ¿Qué pasa si uno solo de los ganadores del Gordo de Villamanín decide denunciar?
- Los grandes derrotados del Gordo de Navidad de Villamanín, 15 jóvenes de entre 18 y 25 años: “Hoy hemos perdido amigos”
- La larga sombra del hijo único: China paga con una crisis demográfica su mayor experimento social
- El giro del PP con Vox: de prometer no gobernar con la extrema derecha a normalizarlo tras el resultado en Extremadura






























































